Esta es la intención del economista Tyler Cowen (Marginal Revolution, GMU) en su artículo de la semana pasada, World Hunger: The Problem Left Behind (El hambre en el mundo: el problema dejado atrás), del New York Times.
Pese a buenos datos que observamos en los países pobres o en vías de desarrollo, como la reducción de la pobreza extrema sin precedentes de últimos años y décadas, sigue existiendo miseria y una enorme vulnerabilidad en partes importantes del globo.
Cowen comienza su artículo diciendo que la subida espectacular de los precios del maíz, inducida por la sequía estadounidense, es algo que nos hace recordar que no estamos ni mucho menos cerca de resolver el problema de alimentar al mundo, de asegurarnos de que toda región del mundo no sufra periodos de escasez de alimentos que lleven a la muerte de parte de su población.
Pone su atención en la falta de desarrollo del sector agrícola, en particular en el estancamiento de la productividad del sector en el continente africano. Pese a los notables avances económicos y sociales de África, el sector agrícola va a la cola de este progreso, con consecuencias de calado sobre su población.
In a recent address, Michael Lipton, an economist and research professor at Sussex University in Britain, offered a sobering look at Africa’s agricultural productivity. He suggests that Rwanda and Ghana are gaining, but that most of the continent is not. Production and calorie intake per capita don’tseem to be higher today than they were in the early 1960s. It remains an issue how Africa’s growing population will be fed.
One huge problem is that the price of fertilizer in Africa is often two to four times the world price.
Esto ocurre en contraste a lo que sucedió en el caso del Milagro Asiático:
the rapid expansions of economic growth in Japan, South Korea, and Taiwan were all preceded by significant progress in agricultural productivity. In these countries, higher yields created a domestic surplus for savings and investment, encouraged small-scale entrepreneurship, fostered a sense of economic security and helped the middle class expand.
Detrás de este problema hay políticas gubernamentales, llevadas a cabo tanto por los mismos países africanos como por los desarrollados occidentales. Cowen señala las perniciosas políticas hacia la agricultura de las naciones africanas:
Malawi, for instance, subjects corn to periodic export and import restrictions as well as to price controls, all of which thwart development of a well-functioning market. When market speculators save corn in anticipation of greater scarcity, they may be punished by law. These restrictions of market incentives exacerbate the basic supply problems.
Y de parte de los países desarrollados, por un lado, las políticas proteccionistas en el sector agrícola, ya sea en Europa con la PAC o en EEUU con el algodón, dañan a la población y países pobres. Y por otro, los subsidios al etanol que protagonizan los norteamericanos, han contribuido de forma notable en la elevación de precios de alimentos especialmente del maíz. (Subsidios al etanol, una de esas políticas nefastas que casi todo el mundo denuncia, pero que siguen vivitas y coleando, por la existencia de determinados intereses privados…).
¿Qué hacer ante esto?, se pregunta el economista de George Mason. Lo primero, dice, es elevar la prioridad de los problemas del hambre en la agenda política. Denuncia que en los Estados Unidos, no hay conciencia general del precario estado de la agricultura global. Y que incluso en la profesión económica, el campo de “economía de la agricultura”, se ve con frecuencia como secundario en estatus.
En segundo lugar, obviamente, eliminar las subvenciones al etanol (y, añado, la protección comercial a la agricultura en los países ricos).
Today, about 40 percent of America’s field corn goes into biofuels, thanks to a subsidy and regulatory policy dating from 2005. With virtual unanimity, experts condemn these subsidies as driving up food prices, damaging land use and costing the taxpayers money. Once the energy costs of producing the biofuels are taken into account, it doesn’t even appear that this policy helps slow climate change. It has become a form of crony capitalism, at great global expense.
Cowen acaba: “El mundo todavía no está en esa situación feliz en la que “¿qué hay para cenar?” es una pregunta aburrida”.