Este artículo de Robert Higgs (en español aquí) me parece muy interesante, no solo por las cuestiones que plantea sobre el tema de la inmigración y la consideración de los inmigrantes ilegales, sino también por los detalles biográficos que cuenta (que, aunque una década más tarde, recuerdan a la maravillosa historia que John Steinbeck cuenta en Las Uvas de la Ira).
¿Qué diferencia esencial hay entre una persona que como él, nació en Oklahoma (un estado de EEUU donde a mitad de siglo las cosas no estaban para echar cohetes, y que tuvo que emigrar a la Costa Oeste) y alguien que nace a unos cuantos kilómetros más lejos, pero que cae en la jurisdicción de otro país (Méjico)? Al primero se le permite emigrar sin poner ninguna traba con el fin de mejorar y progresar económica y socialmente, mientras que al segundo sí se le ponen distintas y pesadas trabas para lo mismo.
If we must choose—and indeed we must—between the world’s most powerful and aggressive state, on the one hand, and a man who wishes to move to Yakima to support his family by picking apples, on the other hand, which side does human decency dictate that we choose? Unfortunately, in this situation, it is all too plain that many Americans are choosing to worship the state and to make a fetish of the borders it has established by patently unjust means. As for this wandering Okie, I’d sooner prostrate myself before a golden calf.
Al tema de la inmigración le dediqué un post anterior, donde también mostraba algunas reticencias y matices a la defensa de las ventajas de la libre inmigración, no desde el punto de vista teórico, sino desde el práctico.