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Procesos de aprendizaje

Eliminemos el dinero en metálico

Así se titula un artículo reciente de Jesús Fernández-Villaverde, economista académico de prestigio, profesor de la Universidad de Penn y editor de Nada es Gratis (FEDEA). Y no es ninguna broma, va en serio. De hecho, esta posibilidad la define como una gran contribución a la política económica:

A parte de la comodidad de no tener que llevar dinero en metálico, una sociedad sin el mismo eliminaría un serio problema: la cota cero de los tipos de interés nominales. Si existe dinero en metálico, los tipos nominales nunca pueden bajar de cero porque, en caso contrario, uno siempre podría guardar el dinero, literalmente, en el armario de su casa. En consecuencia, el banco central no puede fijar el tipo de intervención por debajo de cero.

Encima, en esta situación, medidas como incrementar la oferta monetaria o la flexibilización cuantitativa no tienen ningún efecto sobre la inflación o el PIB. La política monetaria se torna ineficaz cuando más se la necesita. ¿Por qué?

Una buena explicación de parte de la severidad de la última recesión es que los tipos nominales no pudieron bajar de cero para arrastrar a los reales también debajo de cero.

Sin dinero en metálico, nada de esto sería un problema. Si fuera necesario, el banco central bajaría el tipo de intervención nominal por debajo de cero y se evitaría la contracción del PIB. Suecia está al borde de enseñar al mundo cómo los sistemas monetarios existen para ayudarnos y no para danzar alrededor de tótems absurdos como el patrón oro o el dinero en metálico.

Si te has caído de la silla al leer esto, probablemente no seas el único.

Tres artículos que creo son pertinentes:

Tómbolas monetarias, de Juan Ramón Rallo, donde critica propuestas alocadas de reforma monetaria, comenzando por Silvio Gesell, pasando por Keynes, Krugman y acabando con Mankiw. (Si lo escribiera ahora, creo que podría añadir un ilustre economista más).

El plan de Krugman y Mankiw no pasa por sacar a la economía de la crisis, sino por perpetuar ésta evitando cualquier reestructuración de aquélla. Por eso quieren cargarse la soberanía del consumidor y obligarnos a dilapidar nuestro dinero: para que todos los empresarios que han malinvertido durante estos años puedan seguir vendiendo su mercancía averiada. No son los promotores inmobiliarios los que han de abandonar el sector y vendernos sus stocks de viviendas a precios de saldo: somos nosotros, los consumidores y los ahorradores, los que hemos de comprar sus productos so pena de vernos arruinados por un sorteo estatal.

En una cosa, sin embargo, sí tienen razón Krugman y Mankiw, aunque no por las razones que tienen en mente. Ambos sostienen que, para volver a crecer, hemos de pasar de la deflación a la inflación. Desde luego, cuando volvamos a crecer pasaremos de la deflación a la inflación, pero esto sólo será un efecto derivado de nuestro perverso sistema financiero (basado en la acumulación de deuda), y no la causa de la recuperación.

Recuperación con inflación y deuda, es decir, vuelta a empezar con el carrusel de auges artificiales y crisis, y mientras tanto, tómbolas monetarias. ¡A qué grado de ridiculez, degradación intelectual y superchería ha llegado la mayoría de los economistas!

Los tipos de interés negativos destruyen el capital, del mismo Rallo.

Lo mismo sucede con los tipos de interés nominales negativos: penalizar el atesoramiento para convalidar rendimientos negativos sólo consigue perpetuar estructuras productivas inadecuadas que destruyen valor a lo largo del tiempo. Justo lo contrario de lo que debería hacer un sistema económico sano. Puede que ello contribuya a estabilizar el gasto durante un tiempo, pero sólo a costa de desacumular capital, esto es, sólo a costa de nuestra producción futura de bienes y servicios.

Y And the Slump Goes On, de un tal Ángel Martín.

This explanation [la monetarista] suffers from several problems, similar to the shortcomings of the Keynesian story: (1) excessive aggregation of key concepts—making extensive use of GDP as the key indicator of the cycle does not allow the monetarists to explain the crux of the matter, which is the real microeconomic distortions in the productive structure of the economy that had been created during the boom; (2) the analysis of the crisis and the sharp credit contraction as exogenous shocks, rather than consequences of the previous unsustainable credit expansion. From Scott Sumner’s point of view, it seems that the fall in nominal GDP was something to be avoided at all cost.

Deste esta perspectiva no parece verse la necesidad de un ajuste que inevitablemente lleve a una contracción del PIB. ¡Que siga la fiesta!

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