El triunfo y auge de las ciudades
Desde el boletín mensual de Julio de McKinsley, leo lo siguiente:
New research from the McKinsey Global Institute (MGI) investigates the explosive recent growth of the emerging world’s cities, as well as their one billion inhabitants poised to join the ranks of consumers by 2025. On mckinsey.com, read MGI’s latest report—Urban world: Cities and the rise of the consuming class—which traces the shift of the world’s economic center of gravity to Asia and to 600 cities that will account for most global growth by 2025. View a slideshow depicting the geographic and demographic makeup of these dynamic urban areas. And browse through an interactive map to glean city-specific highlights that will improve your understanding of the world’s new economic hot spots.
Cambio del centro de gravedad del mundo económico. El auge de las economías emergentes. Y el papel esencial que en ello juegan las ciudades.
Precisamente sobre ciudades versa un libro muy interesante de Edward Glaeser, economista de Harvard reputadísimo, titulado The Triumph of the City: How Our Greatest Invention Makes Us Richer, Smarter, Greener, Healthier, and Happier. A continuación les dejo con una recensión que escribí del libro (pronto aparecerá publicada una versión muy resumida en inglés).
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Recientemente se ha cumplido un hito en la historia de la humanidad. Por primera vez en la historia, a partir de 2007 la proporción de la población mundial que vive en ciudades ha superado a la población rural. Este hecho es consecuencia del rápido crecimiento económico que está teniendo lugar en los países en vías de desarrollo, como China e India en Asia, Brasil y otros muchos países de Latinoamérica, e incluso Sudáfrica y distintas regiones africanas.
Según estimaciones realizadas en 2007 por parte del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), en 2030 las poblaciones de las ciudades de África y Asia se habrán duplicado, agregando 1.700 millones de personas, es decir, una cantidad superior a la suma de las poblaciones de China y de los Estados Unidos. La población urbana pasará a representar alrededor del 60% de la población mundial total[1].
Estas cifras ilustran la importancia capital de la urbanización en los procesos de desarrollo económico, e indica que los esfuerzos por reducir la pobreza global en el futuro deberían concentrarse en el mundo urbano, y no tanto en el rural.
Al mismo tiempo, este rápido proceso de urbanización levanta grandes preocupaciones entre diversos sectores de la sociedad. ¿Acaso no son las ciudades los espacios en los que se daña más al medioambiente, se disfruta de una peor calidad de vida debido al estrés y múltiples problemas de salud, y malviven grandes bolsas de pobreza extrema en un contexto de grandes desigualdades? Además, el éxodo masivo de personas del mundo rural a las ciudades puede generar graves problemas de hacinamiento, epidemias, congestiones, etcétera. Por ello, ¿no deberían los gobiernos implementar medidas anti-urbanas para parar la urbanización masiva?
Sin embargo, según el economista de Harvard Edward L. Glaeser –uno de los mayores expertos en economía urbana en la actualidad- estas preocupaciones son exageradas y no responden a la lógica económica ni a la evidencia empírica; una mayor “densidad urbana proporcionada el camino más claro para pasar de la pobreza a la prosperidad”, afirma (p. 1). Pero lo que es peor, en numerosas ocasiones llevan a los policy-makers a implementar medidas contraproducentes. Esta es una de las tesis más importantes de su reciente libro, The Triumph of the City: How Our Greatest Invention Makes Us Richer, Smarter, Greener, Healthier, and Happier.
El autor combina todas las facetas y cualidades que uno pediría al tratamiento de un fenómeno complejo como son las ciudades: rigor lógico y teórico –de las relaciones entre las distintas variables-; observación directa de la realidad objeto de estudio –gracias a haber nacido y crecido en Nueva York y haber viajado y recorrido las grandes ciudades del mundo-; amplio conocimiento histórico, y atención a la evidencia empírica mediante el uso de herramientas econométricas. Las tres patas que deberían cultivarse en las investigaciones económicas: Teoría, Observación directa, Historia y Estadística-Econometría. Así culmina un trabajo completo y convincente a pesar de que algunas de sus tesis sean controvertidas, y a primera vista contraintuitivas.
Como se desprende de su título, para Glaeser las ciudades son el invento más importante que ha producido la civilización en su historia. Gracias a ellas las sociedades han podido progresar hacia mayores cotas de libertad, prosperidad y bienestar económico y social. Así ha ocurrido desde hace miles de años hasta la actualidad, desde las polis griegas como punto de encuentro de los grandes filósofos de la época, a la tolerante y próspera Córdoba durante parte de la Edad Media, pasando por las dinámicas e innovadoras Nueva York o Bangalore en la actualidad. Por ello, “wandering these cities is to study nothing less than human progress” (p. 1).
Según el autor, las ciudades ante todo “the absence of physical space between people and companies. They are proximity, density, closeness. They enable us to work and play together, and their success depends on the demand for physical connection” (p. 6). Esta característica es la que con más énfasis se destaca a lo largo de todo el libro: las ciudades nos permiten conectar con el prójimo satisfaciendo la necesidad inherente de los seres humanos de socializarnos; compartir nuestras experiencias, cooperar, aprender, enseñar, y en resumen, convivir con los demás y disfrutar del contacto directo, cara a cara. Todos estos aspectos explican por qué la población se concentra en las ciudades: “The enduring strength of cities reflects the profoundly social nature of humanity. Our ability to connect with one another is the defining characteristic of our species” (p. 269).
No es de extrañar, por tanto, que sean las ciudades una enorme fuente de innovaciones, donde las ideas y el conocimiento fluyen y se generan de forma más dinámica, “and this exchange occasionally creates miracles of human creativity”. Así nos enseña la Historia: “For centuries, innovations have spread from person to person across crowded city streets… The spread of knowledge from engineer to engineer, from designer to designer, from trader to trader, is the same as the flight of ideas from painter to painter (en la Florencia del Renacimiento), and urban density has long been at the heart of that process” (p. 8).
Pero para que puedan surgir y consolidarse estas innovaciones es necesario que exista una población cualificada, además de emprendedora. Así, el éxito de las ciudades está muy ligado con la calidad del capital humano de sus residentes, siendo ésta más importante incluso que las infraestructuras físicas. El ascenso de Silicon Valley como clúster de las empresas de tecnologías de la comunicación más potentes del mundo ilustra bien este punto. En este caso, el papel que tuvo la Universidad de Stanford en proporcionar profesionales excelentemente preparados y cualificados para iniciar actividades empresariales en el sector, fue sobresaliente. Pero, como señala Glaeser, a los jóvenes universitarios se unieron otras personas sin una notable formación universitaria reglada, pero con un gran espíritu empresarial, quienes también jugaron un papel crucial en el nacimiento de Silicon Valley. El éxito de la ciudad de Boston, con dos de las universidades más importantes del panorama mundial en su haber, como son Harvard y el MIT, también aporta evidencia acerca de la importancia de contar con universidades de gran calidad para el buen desempeño de las ciudades.
Pero el fascinante caso de Silicon Valley también sirve para ilustrar dos puntos adicionales. Por un lado, que factores exógenos como el clima pueden tener un impacto más importante del que a veces pensamos sobre la localización de la actividad económica. Así, Glaeser destaca el excelente clima de Santa Clara como factor que contribuyó a la localización de Silicon Valley.
Por otro lado, como se ocupa en enfatizar el autor, que las nuevas tecnologías de comunicación (TIC) no han reducido la demanda de la proximidad física. Si hay un lugar en el mundo donde se hace uso de las TICs más avanzadas, ése es Silicon Valley, y sin embargo, el contacto cara a cara allí es altamente valorado. Según afirma, “improvements in Information Technology seem to have increased, rather than reduced, the value of face-to-face connections” (pp. 36-38). Esto lo explica porque la cercanía física en las relaciones conduce a una mayor confianza y cooperación que en su ausencia. Pero su punto fundamental es que ambos tipos de comunicación no son sustitutivos, sino complementarios: innovaciones tan importantes como la imprenta, el telégrafo o el teléfono, a pesar de haber reducido espectacularmente el coste de la comunicación a distancia, no han hecho el mundo menos urbano reduciendo la demanda del contacto cara a cara. En el caso de Internet, por ejemplo, éste “make it possible to perform basic tasks at home, but working alone makes it hard to actually accumulate the most valuable forms of human capital” (pp. 34-35).
No obstante, a pesar de todas estas ventajas que hemos señalado de las ciudades, éstas en ocasiones no tienen buena prensa, especialmente por las bolsas de pobreza que existen en ellas, y por las preocupaciones medioambientales. A estos dos aspectos dedica Glaeser un buen número de páginas en las que desfilan numerosos argumentos convincentes e ingeniosos, aunque aparentemente contraintuitivos.
Nadie duda de la existencia de grandes desigualdades y de bolsas de pobreza en las ciudades de los países en vías de desarrollo como Rio de Janeiro, o incluso, aunque en menor medida, en ciudades de países desarrollados como Nueva York. Sin embargo, concluir que estas ciudades son generadoras de pobreza por sí mismas sería equivocado: “urban growth is a great way to reduce rural poverty… Cities aren’t full of poor people because cities make people poor, but because cities attract poor people with prospect of improving their lot in life”. Así, “The presence of poverty in cities reflects urban strength… Cities like Rio have plenty of poor people, because they’re relatively good places to be poor” (pp. 70-71).
Efectivamente, en lugar de ver simplemente las condiciones en las que viven los pobres de Rio de Janeiro, deberíamos tener en cuenta cuáles son las condiciones de los pobres en el mundo rural. Y los datos parecen mostrar que en el mundo rural la intensidad de la pobreza es sensiblemente peor que en las ciudades. “Rio has plenty of poverty, but it’s nothing like Brazil’s rural northeast”, y lo más importante, que las ciudades ofrecen mayores oportunidades en el presente y mejores perspectivas de éxito de futuro que el mundo rural (p. 75). Todo esto lleva a Glaeser a enunciar lo que él denomina como la “gran paradoja de la pobreza urbana” (great urban poverty paradox): “if a city improves life for poor people currently living there by improving public schools or mass transit, that city will attract more poor people” (p. 71).
En ocasiones, las políticas públicas destinadas a reducir la pobreza en las ciudades, acaban causando más problemas que soluciones, muchas veces por sus consecuencias no previstas. Un ejemplo de ello es el pésimo sistema escolar norteamericano de colegios públicos locales que actúan de monopolios, que genera segregación en los jóvenes y es un lastre para el buen desempeño de las ciudades. El denominador común que tienen las malas políticas es que no comprenden el complejo fenómeno de las ciudades: “bad policy puts place-making above helping people”. De lo que se trata no es de ayudar a los lugares pobres, sino de ayudar a la gente pobre. Como dice en otro lugar Glaeser, “cities aren’t estructures; cities are people” (p. 9). Una ciudad no prospera construyendo grandes cantidades de edificios e infraestructuras magníficas desde la autoridad política competente, sino satisfaciendo las demandas de la gente, tarea en la que los gobiernos no tienen un papel principal más allá de unos mínimos.
Señala, además, que las soluciones a los problemas urbanos, derivados de la marginalidad y la pobreza extrema, “is more likely to come from local initiative tan from federal policy” (p. 88), debido, por un lado, a que la gente que vive cerca de esos problemas tiene unos incentivos más adecuados para resolver sus problemas, pero además, porque poseen un conocimiento local y concreto que normalmente no poseen los burócratas de Washington, DC. Así enfatiza la importancia de los social entrepeneurs, como los de Harlem Children’s Zone.
Con todo, Glaeser no esconde los graves problemas que sufren las ciudades de los países en vías de desarrollo. Éstas no solo son ventajas, sino que también generan problemas potenciales que deben tenerse en cuenta. Los más evidentes son la mayor posibilidad de contraer enfermedades contagiosas –por la alta densidad-, la contaminación, la congestión del tráfico o el crimen. Todas las ciudades a lo largo de la historia se han enfrentado con estos problemas, y en gran medida los supieron resolver, no sin grandes esfuerzos e intervenciones gubernamentales contundentes. El reto principal al que se enfrentan las ciudades de los países emergentes es conseguir la infraestructura necesaria para proveer de agua limpia de calidad –fundamental para la salud pública-, y reducir el crimen para dotar de seguridad a los espacios urbanos.
Y advierte que de no enfrentar estos retos con éxito, “When the public sector completely fails to address the consequences of millions of poor people clustering in a single metropolis, cities can become places of horror, where criminals and disease roam freely” (p. 95-96).
Otro de las grandes preocupaciones que levantan las ciudades es su impacto medioambiental. Desde buena parte del ecologismo se apunta a las grandes metrópolis –manifestación del “capitalismo salvaje”, según ellos- como las máximas responsables de la contaminación y maltrato del medioambiente. En estos grupos son comunes las opiniones de que un mundo rural sería mucho más sostenible ecológicamente.
Sin embargo, Glaeser considera esta visión como un mito: las ciudades no solo hacen prósperas las sociedades, sino también las hacen más verdes. “Manhattan and downtown London and Shanghai are the real friends of the environment. Nature lovers who live surrounded by trees and grass consume much more energy than their urban counterparts” (pp. 14-15), debido a que en entornos suburbanos las casas suelen ser notablemente más grandes por lo que requieren mucha más energía para mantenerlas a buena temperatura, y además, es necesario hacer un uso mucho mayor del coche. “Dense cities offer a means of living that involves less driving and smaller homes to heat and cool” (p. 222).
No comprender esto hace que los policy-makers implementen medidas contraproducentes, que con el propósito de defender el medioambiente, lo acaban dañando. Así sucede en los Estados Unidos con las estrictas regulaciones que restringen la construcción en sitios como California: “By using ecological arguments to oppose growth, California environmentalists are actually ensuring that America’s carbón footprint will rise, by pushing new housing to less temperate climates” y zonas menos urbanas, como Houston, donde se gasta considerablemente más energía (p. 212).
Pero donde verdaderamente es importante este tema es en China e India. El tipo de crecimiento de las ciudades que tengan estos dos países en las próximas décadas será determinante sobre el impacto en el medioambiente. ¿Decidirán vivir en suburbios a las afueras de las ciudades, o en las mismas ciudades densamente pobladas? Si es lo primero, Glaeser vaticina que las emisiones de dióxido de carbono en términos mundiales se dispararán (p. 201).
En este sentido, dedica un capítulo a tratar las ventajas de construir rascacielos, a lo alto (building in), en lugar de casas bajas, hacia afuera (building out). Pero lo que es más destacable es su crítica hacia las regulaciones que restringen la construcción de nuevas viviendas y edificios, sustentadas bajo el llamado preservacionismo que existe en ciudades como París o Nueva York. “The cost of restricting development is that protected areas become more expensive and exclusive… Zoning rules, air rights, height restrictions, and landmarks boards together form a web of regulation that has made it more and more difficult to build” (pp. 150-151).
No obstante, los efectos dañinos de estas regulaciones se notan más en países en vías de desarrollo: “The problems caused by arbitrarily restricting height in the developing world are far more serious, because they hándicap the metropolises that help turn desperately poor nations into middle-income countries (p. 158). Un caso paradigmático al que Glaeser presta especial atención es el de Mumbai, la ciudad más poblada de India. En esta ciudad las restricciones regulatorias que existen prohíben construir más de 1,33 plantas, forzando a construir hacia afuera en lugar de hacia arriba, con efectos desastrosos, empezando por el agravamiento de los problemas de congestión del tráfico, y siguiendo por el encarecimiento del suelo y la vivienda. Estas regulaciones “just force people to crowd into squalid, illegal slums rather than legal apartment buildings… People are forced into so little space in Mumbai because real estate is more expensive there than in far richer places like Singapore” (p. 160). Por ello, no resulta exagerada la afirmación de que “land-use planning in India can be a matter of life and death” (p. 158).
Todas estas políticas públicas perjudiciales fallan en comprender el fenómeno de las ciudades en sus dimensiones sociales. Los encargados de los gobiernos locales y nacionales deberían leer este libro para no ejecutar medidas contraproducentes. Los ecologistas también harían bien en repensar su crítica a ultranza de las ciudades, y pasar hacia un “smarter environmentalism” que tenga en cuenta los efectos de las políticas más allá de los inmediatos, previstos y visibles, y que incorpore los incentivos en su forma de pensar. Asimismo, proporciona ideas tremendamente interesantes para los interesados en el desarrollo económico: cómo los procesos de desarrollo van acompañados necesariamente de la urbanización, los problemas que ello conllevan, las nefastas políticas e instituciones que existen en esos países y que dañan gravemente a su población, etcétera.
En definitiva, todos aquellos que deseen comprender mejor el entorno en el que viven, ganarían mucho introduciéndose en las páginas de este gran libro. Principalmente porque te hace ver las ciudades de una forma diferente, a valorar mejor sus beneficios y potencialidades –pero también sus costes- y a entender mejor el “triunfo de la ciudad”: “our culture, our prosperity, and our freedom are all ultimately gifts of people living, working, and thinking together” (p. 270).
Interesantísimo. Le felicito por dar a concer y por la forma en que presenta este tipo de lecturas. Sólo me cabe una reflexión de caracter muy general,y sin mucho fundamento, solo intuitivo, sobre nuestra capacidad física/fisiológica de adaptarnos a un entorno que vamos recreando a una velocidad muy superior a la que evolutivamente podemos adaptarnos. Físicamente estamos hechos para otra vida (otra dieta mas carnivora, luchar por el alimento, etc). Pero vamos, esto no conduce a nada; simplemente no podemos parar nuestro cerebro y ponerle el límite de nuestras presumidas adaptaciones fisico-evolutivas.
Hay un problema latente en este artículo o en la ponencia que desarrolla. Al hablar de ciudades obvia que lo que en Castilla es una ciudad, en un país subdesarrollado es un pueblo. Que el entorno rural pobre en el mundo subdesarrollado, es efectivamente mucho más pobre que el entorno urbano, pero no así en el primer mundo. Que una ciudad de rascacielos es una gran idea en un ecosistema que soporte grandes consumos de energía y agua y grandes cantidades de residuos. Cuando hablamos de ciudad, no estamos hablando de un todo homogéneo y eso desde mi punto de vista, condiciona muchas hipótesis de este artículo