Hoy un post dominguero con una cita de John Steinbeck en su libro Viajes con Charley. En Busca de América (un libro que podría considerarse de viajes, escrito en 1962. Steinbeck a sus casi 60 años decide salir darse una vuelta durante tres meses viajando punta a punta de EEUU para conocer o re-conocer su propio país, sus paisajes y su gente, sobre el que llevaba escribiendo décadas). La cita:
Hace muchos años un recién llegado, un extranjero, se trasladó a mi tierra, cerca de Monterrey (California). Debían de habérsele embotado y atrofiado los sentidos con el dinero y el conseguirlo. Compró un bosquecillo de árboles de hoja perenne en un hondo valle cerca de la costa y luego, haciendo uso de su derecho de propiedad, los taló y vendió la madera y dejó en el suelo los restos de la carnicería. El asombro y la indignación sobrecogida inundaron el pueblo. No era sólo asesinato sino sacrilegio. Mirábamos a aquel hombre con aversión y estuvo marcado por aquello hasta el día de su muerte.
A muchos quizá les parezca irrelevante pero a mí me llamó la atención.
Primero, porque es un caso de un uso del derecho de propiedad que podría considerarse como “contrario al interés general” (permítaseme esta laxitud terminológica y el escaso rigor de la misma desde el punto de vista liberal) o contrario a una gestión razonable de los recursos naturales (siendo así una excepción de la generalización de que los derechos de propiedad aseguran una mejor y más responsable gestión de los recursos naturales y de su preservación). En una sociedad libre siempre habrá lunáticos que hagan determinadas cosas que los demás consideran equivocadas o ilegítimas. Pero para evitar las acciones de unos lunáticos no es necesario restringir las libertades y la defensa de los derechos de propiedad a todo el mundo.
Segundo, por el tema de las normas sociales, en este caso en forma de sanción, que aparece en la cita. Determinadas acciones pueden estar totalmente permitidas por la ley, pero implican un coste altísimo en términos de reputación social debido a que van en contra de lo considerado adecuado moralmente por la comunidad (ya saben, eso de lo que se nos llena la boca a algunos en ocasiones: normas surgidas desde abajo, de forma evolutiva y espontánea…). Esto puede ser una herramienta muy positiva en algunos casos. Pero tampoco hay que idealizarlo. Pensemos en la presión social que puede ejercerse, en una comunidad o pueblo pequeño donde todo el mundo se conoce y apenas existe intimidad y/o privacidad sobre asuntos personales (los chismes circulan como la pólvora), sobre una persona que lleva un modo de vida diferente al del resto, que no acepta las costumbres y tradiciones arraigadas en el pueblo, etc. Muy probablemente ese pueblo no se caracterice por una tolerancia auténtica envidiable. Aquí la presión social puede ejercer una presión asfixiante sobre las personas, sin llegar a ser una violación de los derechos individuales y la libertad, entendida ésta en el sentido negativo clásico liberal (como ausencia de coacción).