El periódico La Gaceta decidió dedicar su “Debate de los Sábados” al tema de la austeridad y el crecimiento, tan en boga estas semanas en Europa. La pregunta que se formuló fue: ¿Es prioritario el objetivo de déficit sobre el del empleo? Por un lado contestó José García Domínguez dando una perspectiva Keynesiana (efectivamente, por si no se habían dado cuenta, hay Keynesianos de derechas que escriben en LibertadDigital), y por el otro yo mismo. Les invito a que lean las dos perspectivas y expresen su opinión/conclusiones en comentarios.
A continuación dejo mi aportación, tal y como la envié originalmente. En aras de que cuadrara mejor en el formato de la sección, se me añadieron un par de “Sí”, tanto en el punto primero como en el segundo. Ahí va:
- En realidad, es una pregunta viciada de raíz, porque presupone que el objetivo de reducir el déficit es perjudicial para el empleo. Esto solo podría ser cierto a corto plazo. Conseguir la sostenibilidad de las finanzas públicas es una condición necesaria para sentar las bases de una recuperación sostenida.
- Además, ignora reformas importantes que pueden hacerse para fomentar el crecimiento y el empleo, y que no comprometen gasto público adicional. Por ejemplo, cambios legislativos y administrativos que faciliten la creación de empresas y la contratación de trabajadores, reduciendo trabas burocráticas y cargas fiscales.
- Por otro lado, la estrategia fiscal expansiva del gobierno socialista de 2008 y 2009 –aplicando uno de los estímulos más significativos de toda la OCDE- se mostró ineficaz para evitar la sangría laboral. Pero esto no fue ni mucho menos gratis, sino que agravó todavía más los serios problemas de excesivo endeudamiento de nuestra economía. Solucionar una crisis debida a la acumulación de demasiada (y mala) deuda no se resuelve echando más leña al fuego.
- Quienes sostienen que el objetivo de déficit debería relajarse, dicen priorizar en el crecimiento. Es cierto que necesitamos crecer de forma urgente, pero no a cualquier precio. Lo que España necesita, tras su brutal contracción, es el desarrollo del sector privado. Para ello el sector público debe ajustarse (como ya han hecho y siguen haciendo empresas y familias) a niveles más razonables y coherentes con la realidad post-burbuja, de forma que, por ejemplo, no absorba la inmensa mayoría de los escasos ahorros.