La primera parte de esta serie analizó la importancia de Hayek y Friedman en los debates intelectuales de los años 70. La segunda parte anticipó el apoyo del economista austriaco a la candidatura de Margaret Thatcher. Llega, por tanto, el momento de conocer la relación que mantuvieron ambos, especialmente después de que la Dama de Hierro llegase al poder.
Es importante entender que la influencia de Hayek se revalorizó notablemente después de que el economista austriaco recibiese el Premio Nobel. Desde La Constitución de la Libertad hasta mediados de los 70, su relevancia internacional había pasado por un periodo de ligera decadencia.
Fue en 1975 cuando Thatcher conoció en persona a Hayek por primera vez. La reunión tuvo el efecto deseado por los conservadores británicos que ansiaban un giro favorable al laissez faire en su formación política. Como muestra, un ejemplo muy revelador: cuando a la Thatcher candidata se le presentó un documento estratégico que llamaba a los tories a adoptar una estrategia de moderación y “centrismo”, Thatcher abrió su bolso, sacó un ejemplar de La Constitución de la Libertad y golpeó la mesa afirmando: “¡Esto… ESTO es en lo que creemos!“.
Años después, con la Dama de Hierro a punto de medir la aceptación de su credo liberal con el electorado, su trato con el austriaco era tan intenso que antes de las Elecciones Generales de 1979, Hayek le envió por carta una copia del tercer volumen de su obra “Derecho, Legislación y Libertad”. Era una forma de mostrarle su apoyo justo antes de una cita clave.
Thatcher recibió el regalo con alegría y escribió el siguiente mensaje para el austriaco:
“Estimado Profesor: Ha sido un verdadero placer aprender tanto de Usted durante los últimos años. Espero que algunas de esas ideas sean aplicadas por mi Gobierno a lo largo de los próximos meses. Como una de sus más fervientes seguidoras, tengo la determinación de que triunfaremos. Si así es, su contribución a esa victoria habrá sido inmensa”
Apenas unas semanas después, el triunfo en las urnas de Thatcher dio la razón a Hayek y a todos los conservadores británicos que abrazaron el giro liberal planteado por la nueva Primera Ministra.
El austriaco compartía también algunos de los postulados de la derecha británica en materia de política exterior. Esta cuestión no es baladí, ya que conjugar los intereses de liberales y conservadores no siempre era sencillo en el contexto de la Guerra Fría. Sin embargo, Hayek estaba alineado con la corriente general del conservadurismo anglosajón a la hora de abordar estas cuestiones. Un ejemplo son las líneas que envió al editor de The Times al calor de la crisis de los rehenes de Irán:
“Estados Unidos debería haber anunciado el siguiente ultimátum: o se libera a todos los rehenes en menos de 48 horas o se procederá a bombardear las sedes del gobierno iraní de manera cada vez más intensa”
Esta postura de Hayek venía acompañada de la siguiente afirmación:
“Creo que no se ha entendido que las nuevas organizaciones internacionales aún no tienen un poder indispensable, que es lo que les permitiría castigar a quienes actúen incorrectamente a nivel internacional”
En abril de 1980, Hayek urgió a Thatcher a acometer una reforma monetaria de acuerdo a las tesis de la Escuela Austriaca. No obstante, el economista terminó la misiva recomendando algunas medidas de menor calado, pero igualmente significativas. Entre sus llamados estaba el pedido de que el Banco de Inglaterra dejase de asumir tantas tareas y se convirtiese en un ente más independiente, centrado solamente en mantener el poder de compra de la libra.
Hayek siguió de forma vigilante la conformación del equipo de gobierno de Thatcher. Sin embargo, de acuerdo con los documentos de la época, es probable que esta celosía fuese innecesaria, ya que la propia Dama de Hierro siempre fue extremadamente cautelosa a la hora de confirmar nombramientos. Según las crónicas de la época, “ningún oficial con visiones keynesianas tenía opción alguna de ser ascendido a un alto cargo de responsabilidad”.
En cualquier caso, Hayek siempre quiso ser exigente con el gobierno de Thatcher. Por eso, además de su trato directo con la Primera Ministra, el austriaco renovó desde 1980 la intensidad y la frecuencia de sus comunicaciones y colaboraciones con el Institute of Economic Affairs. Como ya señalamos anteriormente en esta serie, el IEA era el think tank por excelencia del liberalismo económico británico, y sus directores Ralph Harris y Arthur Seldon era buenos amigos personales de Hayek.
En base a esa relación, Arthur Seldon escribió al austriaco sobre una posible reunión de la Mont Pelerin Society en Chile, preocupado porque se pudiese identificar dicho encuentro como un gesto de apoyo a la dictadura militar. En este sentido, Seldon afirmaba que era hora de “tomar el toro por los cuernos”, harto de que los críticos del laissez faire “usen constantemente los ejemplos de Hong Kong, Taiwán, Singapur o Chile para argumentar contra la economía de mercado”. Por eso, el dirigente del IEA pidió a Hayek que encabezase una serie de publicaciones encaminada a reivindicar la importancia de las libertades civiles como complemento de las libertades económicas.
Si Hayek colaboraba tanto con el IEA es porque creía que los think tanks eran un excelente vehículo para la difusión de los principios liberales. De hecho, en una de sus cartas a Fisher, el austriaco llamaba a exportar el exitoso modelo del IEA a otros países:
“Ha llegado el momento y casi podríamos decir la necesidad de extender la red de instituciones internacionales dedicadas a las mismas tareas (…). Creo que estaba en lo cierto cuando argumenté hace treinta años que solamente podemos derrotar el auge del socialismo si conseguimos persuadir a los creadores de opinión y los intelectuales”
Los primeros años de Thatcher no fueron fáciles. La conflictividad social iba en aumento, animada por las protestas sindicales y la oposición política. En el seno de los conservadores aparecieron fisuras, por lo que el bloque de gobierno pareció enfrentar una crisis existencial sin apenas haber cumplido dos años en el poder.
Un artículo de opinión del Barón Ian Gilmour recogió el sentir de los conservadores descontentos con Thatcher. Llamando al “centrismo”, afirmó que las medidas económicas de la Primera Ministra desafiaban “las leyes de la gravedad política”. Por eso, argumentando que “los partidos existen para ganar elecciones”, Gilmour pidió a Thatcher que la derecha británica relajase su compromiso con las ideas de economistas como Hayek y Friedman.
Aquella rebelión interna causó regocijo entre los progresistas británicos, pero la reacción conservadora no se hizo esperar. Intelectuales como David Wood declararon que Gilmour estaba “saliendo de la madriguera” y revelando que prefería “ponerse del lado de los mismos sindicatos que, desde 1945, venían chantajeando a todos los gobiernos del Reino Unido”. Sin embargo, la contraofensiva intelectual fue liderada, de nuevo, por Hayek, quien se mostró sorprendido además por el bajo nivel intelectual de los críticos del thatcherismo.
Hayek no dudó en salir al encuentro de aquella avalancha de críticas y, del mismo modo, frenó tajantemente los argumentos keynesianos con los que la oposición pretendía ofrecer alternativas:
“La Señora Thatcher ciertamente sabe que podría reducir rápidamente el desempleo aumentando la inflación… pero para esto tendríamos que pagar después un desempleo más severo aún. El gran mérito de la Señora Thatcher es haber roto con la inmoralidad keynesiana que mantiene que “a largo plazo todos estamos muertos” (…). La irresponsabilidad de los defensores del keynesianismo solamente puede atraer a los flojos”
A Hayek le molestaba que se criticase la “obsesión de Thatcher con la economía”, y defendía enérgicamente que las políticas de la Primera Ministra iban por buen camino. Lo hizo en momentos en los que el éxito del capitalismo popular británico aún no eran del todo palpables, por lo que su apoyo no pudo llegar en mejor momento.
La siguiente entrega de esta serie seguirá desgranando la relación de Friedrich Hayek con la Dama de Hierro. Capítulos posteriores analizarán igualmente el rol de Milton Friedman en sus gobiernos. Hagan click aquí para leer la primera parte de la colección y aquí para acceder a la segunda.