Parece que ha pasado una eternidad desde que la prensa titulaba, un dos de agosto de un año cualquiera, “en Madrid, en verano, Baden-Baden”. Madrid, este año, es cualquier cosa menos Baden-Baden. Es un auténtico hervidero, y no precisamente porque haga calor (¿dónde están, por cierto, los del cambio climático?). Los que nos hemos ido sólo lo hemos hecho en cuerpo, pues nuestra alma, gracias al diabólico invento de las universidades de Stanford y UCLA, se mantiene pegada a la actualidad del Foro como nuestros abuelos lo estaban al transistor cuando el Madrid jugaba las Copas de blanco y negro.
Conectarse a la web de Expansión o El Economista, en estos primeros días de agosto, garantiza un vuelco al corazón. Ayer Twitter estaba tan activo como cualquier día lectivo, sino más. Opinadores, periodistas, economistas, y gentes de toda condición expresaban su inquietud por la deriva incierta de España: “¡400 puntos!”; “¿hemos cruzado la línea roja?”. En la radio, las amas de casa preguntaban alarmadas: “¿va a haber corralito?”, “¿sacamos nuestros ahorros?”. Y los tertulianos se afanaban por tranquilizar al pueblo.
Mientras tanto, la policía por fin actuaba y desalojaba a nuestro Tea Party, más conocido como 15m, de la Puerta del Sol y del Paseo del Prado, unos días antes de que, por usucapión, se los apropiaran. Un movimiento que empezó con buen pie y que, mientras duró, fue representativo de amplias capas sociales. Pero que en las últimas semanas ha derivado en una corriente cada vez más residual trufada de izquierdistas radicales y antisistema. Del “sin banderas” han pasado a ondear sin complejos la inconstitucional y preconstitucional republicana. De pedir la reforma de la Ley Electoral o la separación de poderes, han pasado crear asambleas de barrio que se arrogan la potestad de expropiar bienes privados o públicos o a desafiar, ejerciendo la violencia, a las autoridades, ya sean estas miembros electos de la comunidad o fuerzas de orden público de un sistema que podrá gustar más o menos pero que, sin duda, es democrático.
Y como telón de fondo, la mayoría silenciosa, dormida y aborregada, llorando empáticamente con la “pobre” Sonia Monroy a la espera de las mayores emociones que garantiza el doble duelo supercopero de Madrid-Barça, Barça-Madrid. Tanto monta, monta tanto.
Ando estos días por tierras del Alto Duero, a los pies del monte Urbión, pulmón de Castilla entroncado con la mitología vasca a la que debe su nombre. Aquí la vida discurre en modo muy parecido a como lo hacía hace veinte o treinta años. La otra noche, en una cena con veteranos, alguien relató la anécdota de cómo fue la adquisición, hace ya bastante tiempo, del único banco que tuvo su sede social en Soria –la Banca Ridruejo- por parte del entonces provinciano Banco de Santander. Una cosa fue llevando a la otra y terminamos hablando de créditos y deudas: “Cuando yo era joven no daban crédito a cualquiera; tenían muy en cuenta para que ibas a utilizar el dinero. A nadie le prestaban para cosas como comprarse un coche o irse de viaje, ¡estaría buena! El dinero se prestaba para negocios, para cosas productivas. Y no bastaba con que el negocio o la idea fuera buena: había que acreditar una excelente hoja de servicios”. “Había uno del banco que por las tardes se recorría el Casino y otros bares donde había partidas, y al que veía que era aficionado al juego, ya se podía ir despidiendo de conseguir un crédito”. Cómo han cambiado las cosas, ¿verdad?
Podemos escuchar los sesudos informes de bancos de negocios, o tragarnos los reportes de las agencias de calificación; leer las recomendaciones de Krugman, Stiglitz, Roubini o Carmen Reinhart. Podemos meternos entre pecho y espalda el informe Recarte, o las últimas publicaciones de Tamames, Rodríguez Braun o Swartz. Incluso los planfletos de Hessel o Escolar. Y seguro que aprenderemos cosas muy interesantes. Pero si queremos entender lo que está pasando en el mundo, nos basta con tener claras dos ideas:
1) Si ganas 100, sólo puedes gastar 100. Porque si cada mes gastas 120, el que te está prestando para que puedas gastar más de 100 se cansará y te dejará de prestar. Así de sencillo. Ni ataques contra el Euro, ni mercados malvados. No nos hagamos líos.
Alguien podría decir: “¿Y si me estoy gastando más de lo que gano pero es para hacer una inversión que a medio plazo podré devolver porque habré creado riqueza?”. En efecto, para eso sirven los créditos. Pero ese no es el caso. El Estado español está pidiendo dinero a los prestamistas para el gasto corriente. Y eso no se sostiene. No es creíble.
2) Antes participábamos de esta “fiesta” mil millones de seres humanos, y ahora somos dos mil millones. Y subiendo. La competencia se ha duplicado, no caigamos en clichés trasnochados: los jóvenes chinos son hoy día los más emprendedores del planeta y quieren comerse el mundo, literalmente. Eso de entrar a trabajar en la Hispano Olivetti y jubilarse en la misma empresa se ha terminado. El mercado es global. Así que más vale que os preparéis para competir con argentinos, tailandeses o surafricanos.
Y es bueno que así sea. ¿Por qué estar en contra de la globalización, si permite que otros miles de millones de personas gocen de una calidad de vida parecida a la nuestra? Lo contrario es ser egoísta. ¿Que aquí estaremos un poco peor? Sí o no. Depende de si nos lo curramos o no. Ahí está el ejemplo de Alemania. O incluso de Francia. Habrá que competir, mejorar, caminar hacia la excelencia.
Y mientras esto no se asuma estaremos dando vueltas alrededor de la farola sólo porque hay luz.
Para terminar:
Como habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, ahora nos tenemos que ajustar (ojo, casi ni hemos empezado a hacerlo). Y eso es doloroso. Lo único que podemos y debemos exigir a los que se encargan de la cosa pública es que lo hagan, y cuanto antes mejor. Y que den ejemplo. Y que practiquen la austeridad. Y que no salven empresas (cajas) con nuestro dinero. Que no metan la mano en la caja. Que respeten y hagan respetar las reglas del juego. Que la empresa que se haya equivocado, o sobredimensionado, se ajuste como pueda o cierre. Y que dejen crear trabajo a los que lo pueden hacer, que son los empresarios, los visionarios. Que no les pongan trabas, que no les demonicen, que, simplemente, les dejen poner en práctica sus ideas. Y basta de subvencionar con el dinero de todos mamotretos públicos y semipúblicos, y fundaciones, y películas, y … Que cada palo aguante su vela y se busque las habichuelas como hacemos la amplia mayoría de trabajadores. Para la resaca que nos viene no hay alkaseltzer que valga. Lo de impedir el desahucio del inquilino de la Moncloa no arregla nada, de hecho lo complica.
Y si no lo hacemos motu propio, nos lo harán. Y, visto como están ya las cosas, la probabilidad de un rescate es mayor que nunca. Pero tampoco se acaba el mundo: a Brasil la intervinieron hace unos años y ahora va como un tiro. Operación a corazón abierto, un tiempo de recuperación, y a funcionar.
Hombre, y también cabe otra posibilidad, como decía ayer uno de los tuiteros más divertidos e irónicos de la red, @elbaronrojo: “esto se arreglaba con un padrenuestro de los antiguos: “…perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.