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Adiós, ladrillo, adiós

Trichet le hace un gran favor al sector inmobiliario

Tres años y medio después de que se parase el sector inmobiliario, con la misma violencia que la de un tren-bala que se estampara contra un muro, la burbuja sigue sin deshincharse. Aquí, por las buenas no hacemos nada. Y a eso hay que añadir la memoria genética de los banqueros: en la última crisis inmobiliaria, llevando a la práctica hasta sus últimas consecuencias el “dolce far niente”, las cosas volvieron a su cauce en un periodo “breve” de cuatro o cinco años. ¿Por qué? Por dos razones fundamentalmente: la devaluación de la moneda, y una inflación elevada. Así, en muy poco tiempo, los activos denominados en pesetas bajaron alrededor de un treinta por ciento sin que los que vivíamos dentro nos diéramos cuenta: de ahí el mantra de que “la vivienda nunca baja”.

Desde que empezó la crisis, y con la excepción de 2010, la inflación ha sido muy baja, por lo que el ajuste por esa vía ha tenido poco impacto. Por otro lado, nuestra pertenencia al Euro no nos ha permitido jugar con devaluaciones competitivas que sí que ha aplicado, por ejemplo, el Reino Unido.

A corto plazo, la subida de tipos de Trichet (que se espera que alcance al menos el 1,75% a lo largo del año) puede ser vista (desde luego que lo es) como una amenaza para la economía de las familias españolas. Pero, ojo, también lo es para el balance de los bancos. La Asociación Hipotecaria Española (AHE), que viene a ser la patronal de la banca bajo otros ropajes, advertía con cierto cinismo el viernes de que la decisión de subida de tipos del BCE era una amenaza para la recuperación del mercado inmobiliario, dado que implica unas condiciones menos favorables para el acceso al crédito. Más bien al contrario, una subida de tipos lo que va a suponer para la banca (y para todos los propietarios de vivienda en general) es la mengua del valor de los pisos; la reducción de los precios de venta de los inmuebles: sólo así podrán adecuarse las cuotas hipotecarias a los salarios de los españoles.

Pero también le supondrá a la banca un aumento de la morosidad hipotecaria: como me he hartado de repetir una y otra vez, la subida de tipos nos importaría un bledo si nuestras hipotecas estuvieran referenciadas a tipos fijos, pero no es el caso. Sinceramente aspiro a que podamos volver a ese modelo, mucho más conservador y más protector de las familias a largo plazo. Pero para ello sólo hay dos caminos: un periodo de gran sufrimiento económico, pero breve; o la japonización de la economía para una larga temporada. El problema es que este último tampoco es garantía de éxito: Japón lleva así dos décadas sin un horizonte claro.

Si en algo coincidimos todos los afectados (Banca, políticos, ciudadanos) es que no nos apetece sufrir; especialmente a los ciudadanos, que llevamos demasiado tiempo agonizantes y sin perspectiva. Pero la agonía se puede eternizar si no cambiamos el modo de enfrentar la crisis. Miremos al largo plazo.

En “Adiós, ladrillo, adiós” explico cómo fue el BCE el que evitó el default masivo de familias (ergo bancos) cuando rebajó a toda pastilla los tipos de interés al tiempo que abrió ventanillas de liquidez ilimitada para el sector financiero. También cuento cómo esto nos vino muy bien a título particular, pero se ha convertido en un cáncer para la nación. ¿Por qué? Porque supuso una clara intervención del mercado que provocó que los pisos se mantuvieran artificialmente altos, impidiendo el ajuste y alargando la crisis. Así, los vendedores dejaron de tener prisa o presión por vender, y los compradores se hartaron de esperar oportunidades que nunca llegaban. Oferta y demanda no se han cruzado durante estos años con normalidad salvo en un caso: en el de los activos de la propia banca. En efecto, las entidades financieras -que sólo se guían por el beneficio contable, la tasa de mora, y los condicionamientos del Banco de España- han usado su triple condición de propietarios, financiadores y vendedores (en una clara distorsión de la libre competencia) para aligerar sus balances de activos en una clara huída hacia delante, dejando tras de sí un reguero de nuevos perjudicados o “euriborizados” seducidos por los mismos ingredientes que nos llevaron a la catástrofe.

Mirando el largo plazo, mirando la herencia que dejaremos a los que vengan detrás, nada hay más conveniente que una subida de tipos. Sólo así los políticos empezarán de una vez a tomar medidas que empiecen a cambiar el modelo hipotecario; sólo así haremos la limpieza necesaria para poner el contador a cero y empezar de nuevo a hacer un país –esperemos- que no base su crecimiento en el crédito, en la deuda. Porque la deuda no es sino gastar hoy lo que vamos a ganar mañana. ¿Qué buen padre se gastaría lo que su hijo todavía no ha empezado a ganar?

En el camino recorrido hasta la fecha, los inmuebles ya se han dejado entre un 20% y un 30% de su valor (¿alguien lo sabe a ciencia cierta?). La bajada necesaria para cerrar el ajuste ya no es tan grande, alrededor de un 25% más, de media. El esfuerzo merece la pena. Y si nos lo tiene que imponer Trichet, bienvenido sea.

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