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Adiós, ladrillo, adiós

Rawabi Estates: la verdadera “flotilla de la libertad”.

La revista Time de esta semana dedica un artículo (“A shining city on a hill”) a un proyecto inmobiliario que puede ser un referente para las clases medias del mundo árabe: Rawabi. La operación me parece muy atractiva porque cuenta con los ingredientes con los que se fabrican los éxitos: espíritu empresarial, inversión privada y confianza.

Rawabi es una colina en medio de Cisjordania (donde gobierna la Autoridad Nacional Palestina) que está a punto de hacer realidad los sueños de su inspirador, Bashar Masri. Masri es cualquier cosa menos el palestino típico. Su familia es una de las más acaudaladas de la zona (a su primo Munib se le conoce como el Rotschild palestino) gracias a lo cual gozó de una educación privilegiada. Se hizo ingeniero químico en la prestigiosa Virginia Tech, donde aprendió, además, las bondades de la financiación aplicada al sector inmobiliario. Con 5.000 dólares ahorrados pudo acceder a una vivienda por la que pagó 99.000, algo impensable en Palestina. Sin embargo, en América (como en el resto de Occidente) el sistema te lo permite siempre que tengas un trabajo. Masri quedó maravillado no sólo por ser propietario de su vivienda, si no por que ésta se fue revalorizando con el paso del tiempo: al cabo de cinco años valía 250.000 dólares, una hucha para la vejez.

De vuelta en su país, Masri comprobó cómo solamente el 10% de los empleados de las empresas de su familia eran propietarios de sus viviendas, y eso que cobraban un salario medio de 1.900 dólares al mes. La incipiente clase media palestina no podía desarrollar su vida en un territorio que ofrecía, desde un enfoque inmobiliario, una oferta muy limitada y sin financiación: casoplones a millón de dólares para ricos, y pisos de ínfima calidad para el resto donde se hacinan familias enteras casi siempre en alquiler. ¿Por qué no ser propietarios y desarrollar una vida propia al margen de los padres, hermanos, abuelos, etc.?

Quizá pueda parecer una contradicción ahora que en Occidente está en tela de juicio el modelo de “casa en propiedad para todos” –como principal inductor de la crisis financiera-. Pero una cosa es que hayamos abusado del modelo en este último decenio y otra muy distinta que, con mesura y prudencia, no pueda funcionar (de hecho ha estado funcionando bien durante décadas). Además, allí parten de cero; está todo por hacer. Y la necesidad es un hecho: según el Banco Mundial, Palestina va a necesitar más de 400.000 viviendas durante la próxima década.

El visionario Masri fue capaz de convencer al capital privado para iniciar esta andadura: Qatari Diar, el fondo inmobiliario del Estado de Qatar, está financiando el proyecto que ya empieza a dar sus primeros pasos. La inversión total es de 850 millones de dólares. Rawabi es un espacio diseñado con estándares del siglo XXI, en la que se van a utilizar las últimas tecnologías para crear una ciudad medioambientalmente sostenible y con todas las dotaciones (parques, hospitales, escuelas, centros culturales, zona de negocios, mezquitas,…) necesarias para la vida diaria de unos 40.000 habitantes. Se crearán 10.000 puestos de trabajo directos, y de 3.000 a 5.000 indirectos.

¿Y cómo se van a financiar los particulares en un territorio sin tradición hipotecaria? A través de un fondo al estilo Fannie Mae que ha lanzado la Autoridad Nacional Palestina, en el que también participan fundaciones y fondos sin ánimo de lucro americanos, que se llama AMAL. El gestor de uno de esos fondos americanos lo tiene muy claro: “Cuando la gente tiene trabajo y puede comprarse su casa, eso genera estabilidad”.

En efecto, estabilidad es lo que necesita esta parte del globo. Por eso, esta iniciativa la apoyan todos: la ANP; el gobierno y el primer ministro israelí, Netanyahu; los gobiernos del resto de países árabes vecinos (que esperan poder replicar el modelo en sus territorios); y, sobre todo, los potenciales clientes, los palestinos: para las 1.000 viviendas que componen la primera fase, ya han recibido 7.000 peticiones.

Bueno, hay algunos que no lo apoyan, los más intransigentes: algunos israelíes que están en asentamientos de Cisjordania (que han pedido el boicot para las empresas israelíes suministradoras del proyecto); y Hamas, que controla Gaza, el otro territorio palestino. De hecho, Masri, en un principio, pretendió desarrollar un proyecto similar y en paralelo en Gaza, pero Hamas se lo impidió.

Es una pena. Porque Rawabi no es sólo la “flotilla de la libertad” que lidera el “capitán” Masri; es también la del progreso, el bienestar, la paz y la estabilidad.

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