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Adiós, ladrillo, adiós

No es país para treintañeros: la reforma que apuntilla a los inmobiliarios

Coincidiendo con la aprobación de la Reforma Laboral, El País publicaba el domingo un estremecedor reportaje firmado por Carmen Pérez-Lanzac, “Atrapados en el norte”, que relata las penurias de los españoles que han salido a probar suerte fuera de nuestras fronteras. Programas como “Españoles en el Mundo” (o sus versiones autonómicas, como “Madrileños por el Mundo”) nos relatan todas las semanas las maravillas de esos paraísos perdidos, exóticos y lejanos. (Yo mismo, hace unos meses, me puse a buscar como loco en Internet cómo y con qué requisitos podía irse uno a trabajar a Nueva Zelanda, tras ver uno de esos programas).

Sabemos que la crisis está por todas partes, pero los índices de paro no tienen nada que ver con los nuestros… ni siquiera en la quebrada Grecia. Así, cuando vemos a nuestros compatriotas disfrutando de una vida feliz y próspera fuera de nuestras fronteras, en su particular Wisteria Lane, se nos hacen los ojos chirivitas. Y algunos salimos en busca de “El Dorado”. El reportaje de Pérez-Lanzac cuenta las desventuras de los que quedaron seducidos por la calidad de vida de la gélida ciudad noruega de Bergen.

El reportaje incluye algunos datos muy interesantes:


Vayamos ahora con la Reforma Laboral recién aprobada. No seré yo quien mejor pueda explicar los detalles de la misma, pero si quieren profundizar les invito a visitar a mi vecino de blog, Angel Martín Oro, que ha publicado un post que compendia algunas de las mejores reflexiones al respecto, a la que añadiría este artículo del siempre interesante Jesús Cacho.

En términos generales, la Reforma me ha decepcionado por muchas y variadas razones. Es confusa e insuficiente, equidistante y apaciguadora, con los mismos perdedores –los parados y las pequeñas empresas-, y ganadores –sindicatos, ocupados, y grandes empresas- que de una reforma zapateril hubieran resultado. Pero en este post quiero llamar la atención sólo sobre un aspecto: los incentivos fiscales a la contratación. El Gobierno, absolutamente miope en este asunto –o tal vez influido por electoralismo de corto plazo, por miedo a los jóvenes “quinceemeros” o por presiones de váyase a saber quién- ha decidido subvencionar la contratación de todos excepto la de los que se sitúan en el tramo de edad comprendido entre los 30 y los 45. ¿Cómo es posible tamaño disparate?

Desde que empezó la crisis en España hay alrededor de tres millones y medio de nuevos parados. Según palabras de la exministra Salgado, el 70% de éstos provienen de la construcción y sectores relacionados. Unos dos millones y medio. La inmensa mayoría de estos parados –si no la totalidad- tienen entre 30 y 50 años. La inmensa mayoría de estos parados –si no la totalidad- tiene una hipoteca. La inmensa mayoría de estos parados –si no la totalidad- tiene familia a su cargo. La inmensa mayoría de estos parados –si no la totalidad- tiene baja cualificación profesional. La inmensa mayoría de los parados de larga duración –si no la totalidad- pertenecen a esta horquilla de edad. Pues bien, estas personas, las más afectadas por la crisis, no son merecedoras de incentivos a la contratación. De hecho han quedado arrinconadas por el paso adelante que supone el estímulo fiscal para la contratación del resto.

Muchos dirán que el paro juvenil es insostenible etc., etc., y es verdad. Pero, ¿tienen los jóvenes cargas familiares? No. ¿E hipotecas? Tampoco. ¿Y ataduras para buscarse la vida? Las de sus propios prejuicios y comodidades.

Los mayores de 50 años lo tienen muy crudo para encontrar trabajo, es cierto. Sin embargo, una amplia mayoría de ellos ya tiene los hijos criados, sus hipotecas pagadas y, en no pocas ocasiones, una amplia vida laboral cotizada.

El artículo de Pérez-Lanzac es revelador. Los más desesperados, los de treinta y cuarenta. Las víctimas de la burbuja de crédito y del boom inmobiliario.

Al igual que para los actores de cine mudo el mundo se acabó al llegar el sonoro –como retrata la fantástica “The Artist”-; al igual que para los cómicos ambulantes no había trabajo en el pujante cine –como ilustra la no menos genial y española “El viaje a ninguna parte”- los desheredados de la crisis inmobiliaria no contamos para nadie.

Haced las maletas, chicos: viajemos a ninguna parte.

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