Ayer El Confidencial informaba de una segunda sentencia que declara la nulidad de una hipoteca multidivisa. Este es uno de mis primeros posts, de septiembre de 2010 que, al parecer, no migró cuando trasladé mi blog a Libre Mercado. Así que he decidido republicarlo pues me resulta de total actualidad:
Estos días, a cuenta de cómo se ha revalorizado el yen, se habla, y mucho, de las famosas hipotecas en divisa extranjera. En efecto, hubo unos años, en medio del enloquecido boom, en que todos conocíamos a alguien que se había hecho una hipoteca en yenes y que estaba encantado, no sólo por que estaba indexada un tipo de interés muy bajo sino porque, además, con la depreciación de la moneda, la deuda menguaba sola.
Casualmente hace unos días coincidí con un empleado de la entidad que seguramente más hipotecas de este tipo concedió. Intencionadamente llevé la conversación a este asunto que, más o menos, discurrió de este modo:
“¿Por qué a la gente le dio por contratar estas hipotecas?”, pregunté. “Mira, lo primero que te tengo que decir es que no fue un producto que el banco publicitara o vendiera activamente. Era la gente la que te llamaba gracias al boca a boca. Además la directriz era trabajar este producto sólo con personas con un cierto conocimiento del mercado financiero”, respondió.
“Vale, vale, pero ¿cuál era la motivación inicial? Porque supongo que la ventaja de la depreciación de la moneda era algo de lo que te dabas cuenta una vez hipotecado, con el paso del tiempo”, inquirí. “Cierto, cierto. El atractivo estaba en la cuota, que era muy baja en relación a la que se manejaba en España en la época, gracias a que el tipo de interés oficial en Japón estaba cercano al 0%; si a eso le añadías la estabilidad y solvencia de países y monedas como los japoneses o suizos, las sensaciones eran de un riesgo muy limitado. Efectivamente, con la lenta pero continua depreciación del yen la gente empezó a interesarse más y más…”.
“Oye, una cosa que no entiendo –proseguí- es cómo los clientes no se hicieron un seguro de cambio, a lo mejor es que no existe un seguro así a un plazo tan largo como la hipoteca…”. “No, no –me interrumpió- la posibilidad existía, el problema era que el coste del seguro de cambio anulaba las ventajas que en precio ofrecía la hipoteca en divisas.” “O sea, que para que fuera rentable, no te quedaba otra que asumir el riesgo cambiario”. “Sí, bueno, no exactamente: tenía un cliente en la época que se hizo una hipoteca en dólares. Trabajaba para una multinacional americana que, una parte del salario, se la remuneraba en esta moneda”. “¿Me estás diciendo por tanto –le pregunté- que lo sensato es endeudarse en la moneda en que uno recibe ingresos?”. “Bueno, –contestó- está claro que así es como anulas el riesgo cambiario…”.
“Me decías antes –continué- que era un producto para gente con cultura financiera, pero yo conocí a una señora del perfil “ama de casa” que tenía una de estas hipotecas”. “La directriz –dijo- era la que te he dicho pero ¡qué te voy a contar de los excesos de esos años! Todos nos pasamos de “listos”: bancos, cajas, promotores, constructores, intermediarios, inversores, etc. De hecho, a partir de un momento dado –ya con la crisis encima- la directriz obligó a que, para acceder a esta hipoteca, el cliente fuera ‘licenciado’”.
Dando un giro a la conversación, le hice esta consideración: “Otra cosa que no queda clara en lo que se ha dicho en la prensa es si, una vez que contratabas esta hipoteca, podías o no cambiarte a otra en euros. Se ha insinuado que el coste de cambio es, además, altísimo”. “Que va, que va, -refutó- eso no es así. Mira, nosotros ofrecemos todos los meses, una vez al mes, una ventana para que, sin ningún tipo de coste, el que quiera se cambie”. “¿En serio? Pues supongo que ya no quedará nadie en yenes…” “De mis clientes no se ha cambiado ninguno”, me interrumpió. “Creo que te he entendido mal, ¿has dicho que no queda ninguno o que no se ha cambiado ninguno?”, pregunté, incapaz de procesar lo que acababa de oír. “Fíjate, cuando puedas, en la gráfica del yen. La caída fue en cuestión de días, de manera que…”. “¡De manera que cuando llegó la siguiente ventana, cambiarte ya suponía asumir una pérdida cuantiosa!”, interrumpí.
“Veo que lo has entendido a la primera: si el cambio de tendencia se hubiera manifestado lentamente, muchos hubieran usado las ventanas. Así las cosas, han preferido quedarse y aguantar a ver qué pasa. Es un poco como el que compra acciones de Telefónica a 20 euros, y luego bajan a 12 en dos sesiones. Dice, bueno, esto es una inversión a largo plazo y ya subirán”.
Pues ya tienen los políticos y pundits otra víctima propiciatoria para culpar de la crisis, ¡esos malditos japos…!