Es habitual que las compañías petrolíferas publiquen sus reservas de petróleo y que la adquisición de derechos de prospección o los nuevos descubrimientos acaparen los titulares de los medios económicos. Todos lo celebramos como una buena noticia, y lo normal es que las acciones de las compañías involucradas ganen valor según van atesorando más y más reservas. ¿Por qué reaccionamos así? Porque sabemos que el petróleo, tan necesario para la vida actual, es un bien francamente escaso. De hecho, hay un buen número de analistas y observadores que consideran que pronto alcanzaremos –si no lo hemos hecho ya- el “peak oil”, aunque también hay otros que desarman con solvencia estas teorías, a veces demasiado milenaristas o incluso interesadas.
En cualquier caso, nos parece razonable y lógico que, frente a un bien escaso, las compañías que lo utilizan como materia prima traten de aprovisionarse del mismo para unos cuantos ejercicios.
Así pues, mientras el sector petrolífero atesora reservas probadas para cubrir 100 años de demanda -con crudo ligero, arenas bituminosas y crudo pesado-, nos llevamos las manos a la cabeza cuando eso mismo sucede en el sector inmobiliario.
En las últimas semanas he leído con cierta frecuencia –en diferentes medios y también en las redes sociales- la denuncia de que hay suelo calificado para cincuenta o más años, como si eso fuera una desgracia. Como si lo deseable es que sólo hubiera suelo para uno o dos años, o ni tan siquiera.
La primera pregunta que debemos hacernos es, ¿por qué ha sucedido eso? ¿Acaso es el suelo un bien escaso? En comparación con otros países y zonas desarrolladas (Centroeuropa, Japón, costa Este de EE.UU.) España es un país relativamente poco urbanizado. La razón probablemente se encuentra en que tenemos una densidad de población relativamente baja y además muy concentrada en unas pocas áreas metropolitanas. La sensación, por tanto, es de que el suelo no es un bien escaso. A este respecto recuerdo un dicho que hizo fortuna en los tiempos del boom: “¿Por qué es tan cara la vivienda sin en cuanto sales un poquito de Madrid es todo campo?”
Así pues, si el suelo no es un bien escaso, ¿por qué ese afán por atesorarlo? Pues muy sencillo: porque lo que no es escaso por naturaleza, la intervención de la Administración lo ha convertido en escaso de facto. De hecho, los 8.000 municipios que conforman España no son sino 8.000 pequeños monopolios –el “minipolio”- del recurso llamado suelo. 8.000 pequeños ducados donde el señor feudal de turno y su “sheriff de Nottingham” (concejal de urbanismo) deciden a quién, cuándo, cómo y en qué condiciones se le autoriza el desarrollo de tal o cual pedazo de tierra. Ese urbanismo de pelotazo en el que la firma del concejal vale dinero.
Corruptelas aparte y sólo desde el punto de vista empresarial, la liberalización del suelo –que nunca se ha llegado a producir en este país por mucho que algunos insistan- convertiría a éste en un bien abundante y frenaría las lógicas ansias del sector promotor por acaparar materia prima, liberando sus escasos recursos y haciendo, por consiguiente, más eficiente y barato el negocio de la promoción, que redundaría en beneficio de los compradores finales.
Acometer el proceso de liberalización del suelo hace unos años hubiera resultado una tarea casi imposible, dadas las presiones que al osado gobernante le habrían infligido los poderosos lobbies promotor y financiero. Pero, ¿y ahora? Como se suele decir, las crisis generan oportunidades, y en este caso la ocasión la pintan calva. En la medida en que todos coincidimos en que a fecha de hoy el valor del suelo urbanizable coincide con el del suelo rústico, nuestros gobernantes tienen una ocasión de oro que no deberían dejar pasar.
PD: Llama poderosísimamente la atención que la izquierda y los terratenientes coincidan en el rechazo a la liberalización del suelo, para solaz y regocijo de estos últimos. Curioso y ciertamente paradójico. ¿Alguna explicación?