Cuando el jueves por la noche me conecté a la Red para ver cómo andaban las cosas, descubrí la enésima noticia negativa de la semana: Moody’s había rebajado la calificación de 16 entidades financieras españolas. Me salió del alma este tweet: “Yo no sé vosotros, pero yo ya he llegado al tope de saturación de malas noticias esta semana. Estoy hasta por hacer posts positivos…”.
Desconozco si fue este también el punto de inflexión que ha llevado a Jesús Cacho, Alberto Artero y Pedro J. Ramírez a llenar de esperanza y vasos medio llenos sus respectivas homilías dominicales, o si el resorte fue el abochornante descubrimiento del deficit oculto que el viernes de esta septimana horribilis aún nos reservaba.
Hoy van a encontrar aquí un post positivo, pero descuiden: no hay wishful thinking ni ocultación de la realidad; ni siquiera verdad edulcorada. La conversación que les voy a contar es tan real como los ojos que están leyendo estas líneas.
El protagonista de esta breve historia es un fondo de inversión extranjero que ha decidido aprovechar las oportunidades que se otean en el mercado inmobiliario. Así, en una charla mantenida la semana pasada, el interlocutor del fondo sorprendió cuando dijo que habían descartado invertir en Grecia y en Italia. ¿Y eso?
“En Grecia, para hacer cualquier inversión, casi hay que pasar por el Primer Ministro. En Italia, si no vas acompañado de un socio local, es imposible acceder al mercado. En España, sin embargo, nada de eso es necesario”.
Como pueden ver, el interlocutor del fondo está haciendo referencia, en los casos griego e italiano, a dos males que aquí también han hecho fortuna: la corrupción, y el capitalismo crony. A veces nos fijamos tanto en nuestros defectos que los engrandecemos y, además, acabamos creyendo que son exclusivamente nuestros, cuando en realidad están más extendidos de lo que pensamos.
“¿Y dice esto uno que ha escrito un relato del boom inmobiliario –‘Adiós, ladrillo, adiós’- que es una especie de “Lazarillo de Tormes” de nuestra época?”, pensarán ustedes.
Pues sí. Los españoles nos hemos comportado irresponsablemente durante todos estos años, comprometiendo el futuro de nuestros hijos. El “lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir” que proclamó hace unas semanas el Rey personaliza en la más alta magistratura del Estado el mea culpa que, de un modo o de otro, todos deberíamos entonar. Pero no todo es miseria y suciedad a nuestro alrededor, ni siquiera dentro de nosotros. Si los que nos observan desde fuera son capaces de advertir nuestras virtudes, ¿por qué nosotros no?
Y les dejo para la reflexión este post del profesor Antonio Argandoña: “La hora del realismo”.