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Adiós, ladrillo, adiós

Gracias, Esperanza

Finales de los ochenta o primeros noventa. Un joven de provincias, universitario, se encuentra en Madrid para pasar unos días. Compras, ocio, turismo ocasional. Lo típico. Desde la plaza de Callao emboca la calle Preciados en dirección a Sol. Gente y más gente. Gente rara, distinta. Tipos de postal vendiendo barquillos o tocando un organillo. Y más gente, sobre todo turistas, muchos turistas. Ya casi llegando a la Puerta del Sol ve al fondo un autobús electoral. Del Partido Popular (¿o era aún Alianza Popular?). La típica sintonía electoral y gente del partido repartiendo publicidad. El joven se queda mirando y, antes de que se dé cuenta, se le acerca una mujer luciendo credenciales. Le sonríe, le mira de frente, le habla. El joven, tímido, acepta la propaganda electoral y le devuelve la sonrisa y el saludo. El joven soy yo. La mujer, Esperanza Aguirre.

Nunca más he tenido ocasión de saludarla. No nos han presentado. Sin embargo, todos tenemos la sensación de conocerla. Pocos políticos han tenido una presencia tan cercana y familiar, casi maternal. Desde luego nada que ver con el hosco Aznar, el petulante Rato, el taciturno Oreja, o el indiferente Rajoy. La dimisión de Esperanza Aguirre deja un gran vacío. Hablan muchos de “referente”. Yo más bien diría ancla. Como su propio nombre indica, ella representaba la esperanza de los que pensamos que otro PP es posible. Sus victorias incontestables, superando siempre en la circunscripción a sus conmilitones que optaban a la alcaldía o al Congreso, eran nuestro mensaje a la cúpula. Se puede ser conservador y liberal. Se puede ser “de derechas” y liberal. Se puede ser patriota y liberal. Digna y valiente. Concentrada. Enérgica. Capaz de ilusionar. Anticipándose al rival. Superior moralmente a propios y extraños.

El congreso de Valencia lo ganó, para todos los españoles, el día que salió más pita que un ajo de un accidente de helicóptero. Su liderazgo lo consolidó, entre bombas, guiando a sus huestes en la lejana Bombay. Probablemente Tomás Gómez no es tan mal candidato. Sencillamente, a la sombra de Esperanza, cualquiera es pequeño.

Si Rajoy hubiera abandonado ayer la presidencia del Gobierno muchos, en su propio partido, habrían respirado aliviados. La salida de Esperanza sólo agrada a sus contrincantes, de todos los partidos. Para los suyos, se abre un gran vacío. Un hueco que será difícil de rellenar para los condottieri de la calle Génova. Y que otros no tardarán en intentar cubrir.

Dijo ayer que el plan de bilingüismo en los colegios de Madrid es la acción de gobierno de la que se siente más orgullosa. Ella sabe, como la mayoría de los padres, que una buena educación abre puertas y asegura un futuro más prometedor. Formación frente a adoctrinamiento; cosmopolitismo frente a provincianismo. Un buen resumen de las ideas que la han guiado.

Gracias Esperanza.

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