El martes estuve en la sugerente sesión del IESE “¿Saldremos de la crisis?” con tres ponentes que dieron sin duda la talla: Juan José Toribio, Antonio Argandoña y Javier Díaz-Giménez. La charla fue intensa en contenido y mensajes, algunos de gran calibre, como la denuncia de Díaz-Giménez de que el Euro está mal concebido desde el principio, abocado al fracaso. Lejos de intentar resumir lo que allí se contó, transcribo, de memoria, las frases que más me impactaron:
Por lo que escucho y leo, este es uno de los temas más debatidos en la economía. Por un lado están los que dicen que fueron las políticas keynesianas las que sacaron a EEUU de la Gran Depresión. Por otro, los que piensan que la Depresión fue “Gran” precisamente porque el abrumador peso del Estado (New Deal) retrajo la inversión privada por demasiado tiempo, lastrando la recuperación. Obviamente el profesor Toribio se enmarca dentro de estos últimos. A mí me parece, desde el mero sentido común 1) que los ciudadanos y empresas sabemos asignar mejor los recursos que los políticos; 2) que el Gobierno, en crisis, tiende a entorpecer más si cabe que habitualmente el discurrir de la vida y de los negocios. Y además está la cruda realidad: tres años de estímulos fiscales no han servido para nada. Bueno, sí, para agravar más el problema, puesto que ahora sufrimos una nueva crisis que añadir a la que ya teníamos: la de la deuda soberana. Recomiendo la lectura de este artículo de mi vecino de blog.
Esto es lo que el FMI concluye en su último boletín económico, según explicó el profesor Toribio. Y añade: las medidas de austeridad se deben aplicar lo suficientemente rápido como para recuperar la confianza de los mercados, y lo suficientemente lento como para que no empujen a la recesión. Casi, casi, una lección taurina de cómo se debe manejar la muleta.
¿Algún mensaje más del FMI? Sobre Occidente, nada nuevo que no sepamos; y sobre los emergentes, un menor crecimiento esperado en la medida en que nuestro consumo descienda y los precios de las materias primas bajen. Acerca de los cada vez mayores riesgos de explosión de burbujas en China o Brasil, ni una palabra. Supongo que no quieren oír ni hablar del tema.
Díaz-Giménez resume bien en esta frase la paradoja en que se ha acomodado un amplio sector de nuestra sociedad. Deficit significa que ingresas menos de lo que ganas. Para cubrirlo, por tanto, tienes que acudir a alguien que te lo preste (el mercado). Así pues, si optas por gastar más de lo que ingresas como forma de vida, estarás en manos de quien te paga la fiesta. Si no te gusta que te cobren un interés (prima de riesgo) lo tienes muy fácil: ajústate a tus ingresos y serás libre. El mercado no es un demonio, sino que más bien los Estados son demonios para los que prestan dinero, por su riesgo real de quiebra.
Así de sincero se mostró Argandoña en un pase rápido de las diapositivas de su presentación. De hecho, el comentario se lo podía haber ahorrado y no hubiera cambiado el mensaje. En esta parte de la presentación quiso remarcar la falta de confianza en un sistema financiero cuyo regulador, al mismo tiempo, nos dice que ciertas cajas de ahorros valen un euro mientras que otras valen miles de millones de euros. Si bien es cierto que la burbuja no se ha desinflado del todo, también lo es que la diferencia entre los precios de la calle y las estadísticas que maneja el Banco de España son abismales. Esto, que lo he denunciado en unos cuantos posts, lo ratificó Argandoña en ese breve comentario como de pasada. ¿Y por qué es tan relevante? Por cómo se calculan las pérdidas de la banca: morosidad por pérdida de valor. Si sube la morosidad, más pérdidas. Si bajan los precios, más perdidas. Y lo que se está haciendo es un reconocimiento de la bajada de precios lenta, acompasada a la capacidad de nuestro sistema financiero de dotar pérdidas sin riesgo de quiebra. Aún así, como hemos visto, algunas cajas han sido incapaces de seguir el ritmo de la media del sector.
Es obvio. Solucionar el problema dejando de pagar es crear un problema mayor: la pérdida de confianza será enorme, se tarda décadas en recuperar. Y vamos a seguir necesitando financiación de una manera o de otra.
Asevera el profesor Argandoña que a Alemania no le importamos nada en absoluto. Y sólo en la medida en que vea peligrar sus intereses económicos se sentará con nosotros, de la misma manera que uno se sienta con el banco para ver cómo renegocia su hipoteca.
Ni China, ni Brasil, ni Alemania, ni los árabes. Primero, porque no pueden. Segundo porque, aunque pudieran, nadie da duros a cuatro pesetas. El profesor Argandoña terminó con este mensaje que enseguida me recordó a aquella campaña institucional con que he titulado el post. Y no se trata de fomentar un optimismo tontuno e inconsistente como fue lo de estosololoarreglamosentretodos, sino de imbuirnos de un espíritu similar al de la Alemania de posguerra o de la Corea (del Sur) de los noventa. O de la América de casi siempre. Por supuesto confiando en la empresa y en el individuo, en el ejército de autónomos y Pymes que empujan del carro y sostienen gran parte del resto. Para eso se necesita un plan, un líder, una visión de largo plazo y un nivel de unidad/cohesión francamente elevados. Y me temo que no lo tenemos. Siento no ser más optimista, pero no confío en que el 20N vaya a cambiar mucho las cosas. Ojalá me equivoque.