Os cuento una conversación que mantuve con un amigo empresario en los albores de la crisis. La suya es una pequeña empresa de fabricación con cerca de veinte empleados:
-Ayer reuní a toda la plantilla y les dije: “Ya veremos a ver cómo vienen las cosas pero, si esto se pone feo y hay que tomar decisiones, hay dos caminos: bajar el sueldo a todos lo que toque, o echar a dos, tres o los que sea necesario”.
-¿Y qué te contestaron?
- Bajarse el sueldo.
Afortunadamente para esta empresa y para sus trabajadores, las cosas han marchado razonablemente bien y no ha habido ocasión de aplicar ninguna de las dos medidas. En cualquier caso, el ejemplo retrata perfectamente la naturaleza del conflicto sindicatos/empresarios desde que empezó la crisis. Un conflicto que no es tal pues, si de hecho se produce, es entre trabajadores empleados y trabajadores desempleados. Pero de eso no se han enterado estos últimos. Me explico:
En algún otro post ya he explicado que, en los tiempos en que España gozaba de política monetaria propia, cuando venían mal dadas, recurríamos a la devaluación de la peseta. Sin notarlo nominalmente, de un día para otro España entera se abarataba –desde los precios de las viviendas hasta los salarios- de manera que, a ojos de un extranjero, todo lo que había o se producía en el país se convertía en una oportunidad, en un chollo. Haciendo una pequeña trampa, ganábamos competitividad y, en el día a día, los ciudadanos no lo sufríamos.
Esta es la primera vez en que nos enfrentamos al problema sin moneda. Y reconocer que somos más pobres, tocando el nominal, parece que nos está costando bastante. Ayer por la mañana, Luis Martín de Ciria, responsable de Vivienda de El Mundo, para ilustrar la noticia del lamentable dato de viviendas terminadas, señalaba en su tuit: “El ajuste del sector inmobiliario continúa por la vía de la producción en lugar de por la de los precios”. En efecto, la producción de vivienda llevan tres años consecutivos cayendo a plomo. Y si no ha caído más abruptamente ha sido por dos razones: la inercia (una promoción tarda de media dos años en ejecutarse), y la subvención (la vivienda protegida). Pero si los precios se hubieran ajustado en su momento, el stock se habría reducido en alguna medida y la producción de vivienda tendría otro color. Y eso produce el mismo efecto que una devaluación. (De ahí el famoso “la vivienda nunca baja”, de los años noventa: claro que bajó, pero no nos enteramos).
¿Y qué tiene que ver esto con el mercado laboral y con lo que he contado al principio? Pues todo. Es exactamente lo mismo. O se baja el precio –es decir, el salario y el resto de derechos o conquistas sociales- , o el ajuste se produce con stock… de mano de obra.
¿Y cuál ha sido la postura de los sindicatos ante el dilema? No-tocar-el-precio. ¿Y el resultado? Más paro.
Todos los días oigo clamar en todo tipo de foros contra los bancos –con razón- por mantener artificialmente los precios o por impedir que se produzca el verdadero ajuste. Pero los mismos que afean la conducta a la banca, se callan ante estos sindicatos podridos que sólo se defienden a sí mismos y a los privilegiados que gozan de un puesto de trabajo. ¿Por qué?
Pues eso, que los bancos –los malos de la película- en el tema del empleo son los sindicatos.