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Adiós, ladrillo, adiós

El Trichet más desinhibido señala a MAFO y a la Banca

“Reunión de pastores, oveja muerta” suelen decir los abuelos castellanos para referirse a que cuando los de un gremio se reúnen para adoptar soluciones, éstas no irán en su perjuicio, sino en el de los demás. El viernes, por obra y gracia de “Expansión”, tuvo lugar una de estas reuniones a la que asistieron todos los pastores de la cosa financiera, a saber: Trichet, gobernador del BCE; MAFO, ídem del Banco de España; Miguel Martín, presidente de la AEB; José María Méndez, director general de la CECA; Julio Segura, presidente de la CNMV; y Ángel Cano, consejero delegado de BBVA. En el listado se echa de menos a Alfredo Sáenz, consejero delegado del Santander: ¿tendrá algo que ver su reciente condena e inhabilitación por parte del Tribunal Supremo? Pueden apostar por ello, pero también por que él no es la oveja muerta de la reunión.

Como suele ser habitual, todos tenían un chivo expiatorio para culpar de los problemas del sistema financiero. Así, llama la atención la cachaza de MAFO al asegurar que “el crédito no se recuperará sin reforma laboral”. En mi pueblo usan para esto otro dicho proverbial: “Qué tendrá que ver la velocidad con el tocino”.

El que se lleva la palma, como viene siendo habitual, es el presidente de la patronal de la Banca (que no de las cajas), Miguel Martín, quien afirmó que “a las entidades con riesgo sistémico hay que dejarlas quebrar. Este proceso debe hacerse sin que generen un problema al sistema financiero y sin utilizar fondos públicos”. Loable deseo de la AEB con el que todos coincidimos, pero absolutamente incoherente con lo acaecido en este país desde los aciagos sucesos de agosto de 2007. Sin ánimo de ser exhaustivos -como diría César Vidal- las ayudas que la administración ha proporcionado a todo tipo de entidades financieras, sistémicas o no, son las siguientes:

1) rebaja artificial de los tipos de interés; barra libre de liquidez del BCE; 2) aval del Estado para emitir deuda y refinanciar vencimientos; 3) elevación del mínimo garantizado por el Estado en los depósitos bancarios; 4) facultad de cambiar de libre a protegido el uso de viviendas y solares; 5) ampliación del plazo por el que el suelo urbanizable se puede seguir valorando como urbanizable; 6) suspensión del artículo 260.4 de la Ley de Sociedades Anónimas para evitar la quiebra de las inmobiliarias; 7) tratamiento laxo y a la carta del reconocimiento de pérdidas inmobiliarias por parte del Banco de España.

Pero, claro, a la Banca le molesta que a las cajas se les proporcionen ayudas directas vía FROB, no sea que al final no se puedan quedar a precio de saldo su jugosa cuota de mercado. Ya lo dijo también Ángel Cano refiriéndose a las cajas: “va a ser muy difícil que se genere atractivo para los inversores”. Y Méndez –el que pastorea las “ovejas muertas” de la CECA- aparte de defender las reformas que las cajas ya están haciendo, se quejó de que los test de estrés europeos se ceben con las entidades españolas (el 95% pasarán el examen frente al 50% del resto de Europa), como queriendo decir que, si se pusiera la lupa sobre el sistema financiero de otro país, los problemas de todo tipo también serían visibles –y quizá tenga razón-.

Afortunadamente, el pastor de pastores, Trichet, es un señor de 69 años que va a dejar definitivamente su puesto dentro de cinco meses. Empieza a sentirse libre y sus palabras, medidas y mesuradas como corresponden al gobernador de un Banco Central, contenían empero contundentes críticas (y autocríticas) para buenos entendedores: “La tormenta financiera (…) destapó grandes defectos (…) en la manera en que el sistema (financiero) se supervisa y regula”. (¿Te das por aludido, MAFO?). “Los bancos pueden ajustar sus ratios de capital (…) reduciendo los dividendos por algún tiempo”.

Una de las cosas que más me ha llamado la atención desde que empezó la crisis ha sido precisamente la alegría con que todas las entidades financieras han repartido cantidades ingentes (más “ingentes” que las cifras de paro, amigo MAFO) de dividendo -obra social, en el caso de las cajas-. En lugar de reconocer de inmediato las enormes pérdidas procedentes del sector inmobiliario, y con la connivencia de un Banco de España cómplice, inductor y autor intelectual, nuestros bancos se dedicaron a reconocer unos beneficios contables carentes de toda credibilidad y a vaciarse de cash para regocijo de sus accionistas. Hace cosa de un año tuve ocasión de trasladar esta inquietud a un experto en banca y mercados que me argumentó: “Es que si hicieran eso que tú dices su valor en bolsa se precipitaría”. ¿Y a mí qué? O sea, que yo y el resto de los españolitos tenemos que darles nuestro aval todas las veces que haga falta, modificar todo tipo de leyes para que sobrevivan, ¿y a los que han arriesgado invirtiendo en ellos se les premia? No entiendo nada. Y a esto, ¿cómo lo definimos? ¿Es la aplicación práctica de alguna teoría económica que desconozco? ¿O es mero refinamiento de una combinación de despotismo ilustrado con picaresca tradicional?

Pues nada, a seguir así, que a lo mejor superamos a Japón en el plazo de ajuste de los sectores inmobiliario y financiero.

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