No está muy claro si el Real Madrid son los Estados y el F.C. Barcelona la Banca o viceversa. De lo que no cabe duda es de que los ciudadanos de a pie somos meros espectadores. ¿O debería decir contribuyentes? Al igual que sucede en nuestra relación con los dos grandes clubes del fútbol español -a los que pagamos una cuota (los que sean socios), compramos el merchandising, deglutimos la publicidad, recalificamos un terreno, nos abonamos a un canal de pago o adquirimos una entrada- somos nosotros los que pagamos la fiesta de unos y otros.
Si bien hay una notable diferencia: nuestra aportación a la gloria deportiva del “MadríBarça” es voluntaria -con notables excepciones, como las recalificaciones varias y las subvenciones municipales-, mientras que la que realizamos para el sostenimiento del “BancoEstado” es esencialmente forzada.
En el “clásico” disputado los días 8 y 9 en Bruselas el resultado ha sido el esperado: un empate. Nuestros dirigentes ha camuflado de bella retórica y buenismo el fundamental acuerdo que subyace detrás de todo esto: yo te ayudo a ti para que tú me ayudes a mí. Me explico:
El Banco Central Europeo ha anunciado una apertura de la barra libre de liquidez a favor de la banca europea por un período de 36 meses, tres años. Y al mismo tiempo nuestros líderes han decidido que, por el artículo 33, la deuda soberana de los Estados miembros sea triple A, risk-free asset. No volverá a haber quitas de deuda; lo de Grecia es una excepción. Traducido a román paladino, esto quiere decir lo siguiente: a ti, banco, te voy a dar todo el dinero que necesites. A cambio, me vas a comprar toda la deuda que emita, que no te voy a penalizar. Y todos felices.
Así lo confirmaba Sarkozy en la madrugada del día 9: “Gracias a la decisión del BCE, el estado italiano o español podrán pedir a sus bancos que financien una parte de su deuda. Me pregunto si todo el mundo ha comprendido bien la importancia de esta decisión”. Yo sí, Nicolas. Y eso es lo que me preocupa.
Asistimos al día de la marmota. Lo que se ha puesto en marcha es la versión extendida, potenciada y actualizada –la versión 3.0, que gusta decir ahora- de la implementada a mediados de 2008 con la caída de Lehman. ¡Más madera!, como decían los hermanos Marx. Destruimos los vagones para que la máquina del tren siga funcionando. A riesgo de que al final del camino llegue la máquina sola, sin vagones –o al menos, sólo los de primera clase, faltaría más-. ¿Y quién va en los vagones? Nosotros.
Porque el terrible efecto de esta decisión que sólo pretende ganar tiempo es que va a acentuar, más si cabe, el terrible crowding out que ya estamos sufriendo.
Olvídense de obtener un crédito o una hipoteca. Si hasta antes de ayer un banco podía tener dudas de si era más rentable prestar a un Estado o a un particular o empresario, vaya despertando del sueño: Usted tiene riesgo, y el Estado no. No le dé vueltas. No pierda el tiempo: es pura contabilidad. La deuda del Estado se considerará de improbabilísimo impago mientras que la de usted, con el mejor business plan del mundo, será pasto de provisiones.
Y no se hagan ilusiones con el pacto fiscal porque no resuelve nada; se queda en los efectos de la crisis, no en el origen: “Los países del norte siguen tratando esto como las consecuencias de incumplir los criterios de Maastricht, sin observar que España e Irlanda han cumplido siempre los criterios de Maastricht. Para nosotros no se trata, en origen, de un problema de déficit fiscal del gobierno, sino un problema de competitividad y balanza por cuenta corriente, y de un problema financiero gigante (burbuja, malos créditos, etc.) Todo eso no tiene nada que ver con el nuevo tratado”, dice Luis Garicano en su último post, con el que no puedo estar más de acuerdo.