Gracias a una treta jurídica cuyo pionero fue el chicharro bolsístico conocido como “La Seda de Barcelona”, la otrora ejemplar “Metropolitana Vasco Central, Sociedad Anónima” ha conseguido zafarse del destino cruel que la legislación española le tenía reservado: el concurso de acreedores.
Lo de destino cruel ya habrán adivinado que no es más que un adorno literario, ¿o acaso cree alguien, a estas alturas, que las condiciones del salvamento hubieran sido muy distintas en caso de concurso? No puedo dejar de acordarme de otra “gran noticia” recogida por los medios hace unas semanas, esa que decía que Martinsa Fadesa había conseguido “superar” el concurso de acreedores. Sí, sí, superar, sin complejos. ¿En qué consistió esa “superación”? En empezar a devolver su gigantesca deuda (6.900 millones €) dentro de un año con un calendario de pagos sorprendente: devolución de entre 50 y 100 millones en total durante los tres primeros años – un 1,4% en el mejor de los casos- y el resto en los siete años siguientes –unos mil kilos por año a partir de 2015-. ¿Alguien se cree –el juez, los bancos acreedores, etc.- que Martinsa va a poder devolver 1.000 millones de euros al año a partir de 2015? Probablemente no pero, como faltan cuatro años, pues cuando llegue el momento ya se nos ocurrirá otra cosa u otra excusa.
Visto lo visto, ¿qué importa que Metrovacesa alcance un acuerdo de refinanciación o vaya a concurso? El acuerdo respaldado por el Tribunal británico consiste en transformar 1.200 millones de euros de deuda en capital (de forma que las entidades que ya son dueñas del 77% de la sociedad – Santander, Banesto, BBVA, Caja Madrid, Banco Pastor, Banco Sabadell, ‘La Caixa’ y Barclays- aún lo serán más) y en conceder un periodo de carencia de cinco años para devolver los 4.525 milloncejos restantes. ¿Hubieran sido muy distintos los términos de un hipotético convenio de acreedores para “superar” el inevitable concurso?
Dos poderosas razones han pesado en el esfuerzo de las entidades financieras por mantener a flote este barco oxidado y varado en nuestro particular Pearl Harbour inmobiliario: la imagen y la mora.
En términos de mora, o sea, de contabilidad, está claro que no es lo mismo que la empresa que te debe esté en concurso o que, simplemente, hayan sido renegociados los plazos de devolución de la misma.
Pero, sobre todo, lo que les preocupa de verdad es la imagen: España y su sistema financiero no se pueden permitir que la prensa extranjera lleve a portada la caída de una inmobiliaria que tiene una deuda de 5.725 millones de euros, es decir, 8.300 millones de dólares, casi un billón de pesetas. Inmobiliaria que, por otra parte, ya fue protagonista de la prensa británica por la nefasta operación que supuso la compra en 2007 de la torre del HSBC en Londres: un año después se deshizo del edificio perdiendo 250 millones de libras (sobre un total de 1.100 invertidas). De hecho, no exento de sorna, The Economist consideró esta operación como la mayor venta corta (“short sale”) de la historia del sector inmobiliario; con Metrovacesa en el papel de “la Armada Invencible”, y el HSBC en el de Francis Drake.
Mientras tanto, a las empresas pequeñas y medianas, a los particulares y a los autónomos, difícilmente se les propondrán esquemas tan ventajosos en la refinanciación de sus deudas. Pero eso ya lo dejo para otro post.