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Domingo Soriano

¿Qué queremos ser de mayores? Pensémoslo bien, porque nos darán lo que les pidamos

Queremos un Estado más grande y pensamos que los problemas se resuelven con más normas, pero luego no nos fiamos de los políticos que lo dirigen.

Queremos un Estado más grande y pensamos que los problemas se resuelven con más normas, pero luego no nos fiamos de los políticos que lo dirigen.
Nadia Calviño, el pasado lunes, durante una rueda de prensa conjunta con el presidente del Eurogrupo y ministro de Finanzas irlandés, Paschal Donohoe. | EFE

Uno de los lugares comunes del periodismo español que menos comparto es aquel que dice que los partidos legislan al margen de la sociedad. Que no escuchan. Que viven de espaldas a la realidad que les rodea.

En realidad, tengo para mí que, al menos en la parte económica, hay bastante relación entre lo que nuestros representantes aprueban y lo que nosotros les demandamos. No me refiero al detalle de tal reforma, de esta o aquella partida presupuestaria o de un cambio legislativo. Sino al marco general. ¿Qué ha sido de la economía española en los últimos 40 años? Pues, más o menos, lo que los españoles han pedido.

Tampoco esto es un lamento pesimista o una llamada a la resignación. Otra idea con la que no estoy de acuerdo es la que dice que nuestros políticos se limitan a prometer en sus programas aquellas propuestas que creen que encontrarán más eco entre su electorado. En parte sí, pero no debemos olvidar la capacidad prescriptiva de los partidos: es decir, muchos votantes que apoyan (A) porque lo dice su candidato, serían defensores entusiastas de (B) si mañana éste cambiara de opinión.

En esa simbiosis un poco extraña nos movemos en el día a día. Los partidos quieren ofrecer lo que el votante medio les pide; pero también saben que influyen de forma decisiva en cómo ese votante piensa. Lo uno que me hace ser pesimista, porque no me gusta lo que pide el votante medio ni lo que ofrecen los programas; lo otro saca mi lado optimista, porque puede ser suficiente un líder con iniciativa, valentía e ideas claras para cambiar un país en un par de legislaturas.

Pensaba en todo esto el pasado viernes, mientras leía la noticia que mi amigo y compañero Diego Sánchez de la Cruz firmaba en Libre Mercado: "España es el país europeo con menos apoyo al capitalismo y Polonia el que más". El texto hacía referencia a una encuesta encargada por Rainer Zitelmann, autor de "Los ricos ante la opinión pública" (número 14 de la excelente colección de ensayos sobre Cristianismo y Economía de Mercado que el Centro Diego de Covarrubias publica desde hace años).

No sé cuánto conoce Zitelmann nuestro país. Pero con muy poco tiempo que haya pasado por aquí, estamos seguros de que no le habrán sorprendido para nada estos resultados. Ésta es una de esas extrañas aficiones que uno tiene: me gusta revisar encuestas, informes o estudios sobre la opinión pública en diferentes países en relación con los grandes conceptos económicos (desde los países favorables a dar más poder al Gobierno a los que están de acuerdo con limitar los precios de la vivienda). Y les aseguro que casi todos repiten lo mismo respecto a España: desconfianza en el empresario, poco amor por las empresas, recelo ante el papel del mercado, más normas como solución a casi todos los problemas...

También es verdad que, si hiciéramos la encuesta contraria, algo del tipo "¿Quiere usted vivir en un sistema comunista?" tampoco creo que nos gustase especialmente. Sí, ya lo sé, eso no le gusta a nadie. Pero intuyo que en España gustaría menos que en otros sitios. Somos un país de propietarios y nos encanta serlo.

¿Contradictorio? No lo creo. De hecho, cuando las preguntas giran en torno a los impuestos, también estamos entre los más entusiastas... en contra, claro. No es extraño que algunos de los movimientos populares más exitosos de los últimos años hayan sido las plataformas creadas en varias regiones contra el impuesto de Sucesiones: sabemos lo que es nuestro y lo que nos ha costado conseguirlo, y no queremos que nos lo quiten.

Es una dualidad complicada de cuadrar en la práctica, pero con la que el español medio convive con tranquilidad en su día a día. Queremos un Estado más grande y pensamos que los problemas se resuelven con más normas y leyes, pero luego no nos fiamos de los políticos que dirigen ese Estado ni estamos dispuestos a pagar más para que aumente de tamaño. A los liberales se nos llevan los demonios cuando, después de una hora escuchando a un familiar o amigo quejarse de la ineficiencia de una administración, a la hora de las propuestas... ¡lo que pide es más poder para ese mismo político al que está insultando! Me imagino que al socialista típico le pasará algo parecido cuando ve la cara de marciano que pone su primo, el que pide más normas y más funcionarios, cuando le dice que esos objetivos serían más factibles si todos pagasen más impuestos.

En realidad, nuestra aspiración es ser rentistas. Individualmente y como país. Funcionarios de plaza fija y sueldo asegurado, una forma evidente de privatización de lo público que nos encanta. Y es lógico que tengamos esos objetivos. Llevamos dos siglos mirando a Francia (no entro en si es bueno o malo; a mí no me gusta, pero es lo que hay), el país rentista por excelencia. Pocos cambios, innovación la justa, burocratización extrema, empresa privada pero no mucho, vivir del vecino rico pero despreciándole... Incluso en lo del gasto público (siempre queremos más) y los impuestos (pero que pague el de al lado) somos coherentes desde hace décadas. Ahora, además, con esto del euro, lo hemos llevado a cotas de virtuosismo complicadas de igualar. Quince años riéndonos de nuestros socios en su cara y ellos siguen pagando o avalando a través del BCE, aparentemente tan felices.

Tampoco es tan grave. Al final, uno ve cómo les ha ido a Italia o Francia en las últimas cuatro décadas y ni tan mal. Evidentemente, no son Irlanda. Pero es que tampoco lo han pretendido. ¿Estancamiento? Sí. ¿Cierta decadencia? Claro. ¿Cada día más alejados de los países más prósperos del mundo? Por supuesto. ¿Pero más o menos siguen sobreviviendo? También. A eso nos dirigimos. En realidad, en eso estamos desde muchos 20 años. En buena parte, porque así lo hemos querido.

He escrito en otras ocasiones que el principal riesgo es que te pases con la dosis de mediocridad y termines siendo Grecia o Argentina: un país quebrado, sin futuro económico a medio plazo y con unas instituciones en las que nadie confía. Mientras tanto, nosotros a lo nuestro: los ricos son malos; las empresas, como mucho un mal necesario; y el mercado, cuanto más regulado, mejor. ¿Qué queremos ser de mayores? ¿Cómo nos gustaría que fuera nuestra economía? ¿Francia o Irlanda? Yo creo que lo tenemos clarísimo. Pero entonces, no nos engañemos a nosotros mismos ni señalemos a nuestros políticos por su evidente mediocridad: no son muy buenos pero, hasta ahora, nos han dado lo que les hemos pedido.

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