Después de una década trabajando como asistente social, Cristina decidió convertirse en autónoma y abrió un estanco en el madrileño barrio de Lavapiés. Su ilusión pronto se vio truncada por un trágico accidente: hace seis años, estando en la puerta de su negocio, una furgoneta la atropelló accidentalmente y le dejó tocado el nervio trigémino, el encargado de transmitir las sensaciones del rostro al cerebro.
Los terribles dolores que comenzó a sufrir desde entonces la obligaron a dejar de trabajar, así que, con gran resignación, optó por irse a vivir con sus padres y alquilar el lujoso piso que con tanto esfuerzo había comprado en Mirasierra a un matrimonio de Sevilla. Todo parecía ir bien, hasta que la pareja decidió separarse y el hombre, que fue el que abandonó la vivienda, consiguió la custodia de su hija tras un tormentoso episodio.
El inicio de su pesadilla
"Un día la niña le llamó y le dijo que fuese corriendo a buscarla porque su madre la estaba matando. Se presentó allí con la Policía y, cuando bajó, efectivamente había recibido una paliza de narices, así que le quitaron la custodia", explica en conversación con Libertad Digital.
El hombre se comprometió con ella a seguir pagando el alquiler hasta que finalizasen los tres años de contrato que habían firmado inicialmente, pero en vista de lo conflictiva que parecía aquella mujer, Cristina decidió que, pasado ese tiempo, no habría renovación: "Unos meses antes, le envié un burofax para que se fuera haciendo a la idea y fue entonces cuando me dijo que no se iba a ir y que tampoco me iba a pagar".
Y así fue como, sin necesidad de dar una patada en la puerta, su tocaya Cristina pasó a convertirse en la okupa de un maravilloso piso de 3 habitaciones en una lujosa urbanización con piscina, parque infantil y grandes jardines, en la que sólo la comunidad cuesta más de 300 euros al mes.
Sin dinero y con depresión
"Llevó así tres años, porque va retrasando todo lo que puede el procedimiento y como la ley le ampara… Y, mientras tanto, yo me encuentro en una situación precaria, con mis padres pagándome la hipoteca con su pensión y los bancos llamándome diariamente, incluso me han metido en una lista de morosos", lamenta Cristina. Y no porque no quiera pagar los recibos, sino porque directamente no tiene dinero para ello. "Me tengo que pasar toda la mañana acostada a oscuras y sin ruidos. Por la tarde intento levantarme un poco, pero no puedo trabajar y, aunque mi cirujano se echa las manos a la cabeza, me han denegado la incapacidad", explica.
Según calcula, en todo este tiempo ya ha perdido más de 30.000 euros por culpa de su inquiokupa, lo que también ha repercutido en la educación de su hijo: "Estaba estudiando en una universidad privada y se ha tenido que poner a trabajar para que, a cambio, le paguen una asignatura". Intentó cambiarse a la pública, pero no le convalidaban todo lo que ya había aprobado, así que Rubén está tratando de terminar la carrera como buenamente puede.
Lo peor es que todo esto también les está afectando psicológicamente. "Mi hijo y yo estamos con depresión -asegura mientras nos muestra los informes del psiquiatra que así lo atestiguan- y mis padres están hechos polvo, porque encima esta mujer es agresiva. Nos intentó agredir y vivimos con el miedo en el cuerpo". Su desesperación es tal que incluso ha intentado quitarse la vida. "Hace año y medio ya no podía más e intenté suicidarme", confiesa con la voz entrecortada.
¿Quién es el vulnerable?
Su inquiokupa se escuda en que su marido le ha robado todas sus empresas y que, hasta que no las recupere, no tiene dinero para pagar el alquiler. Sin embargo, Cristina insiste en que la ha llegado a ver "con bolsas de Loewe, botox y unas uñas kilométricas" paseando por las zonas más exclusivas de la capital. "El día que intentó agredirme venía de la Milla de Oro", denuncia.
Como suele suceder en estos casos, sus vecinos también sufren daños colaterales: "Les tiene machacados, porque ella vive en el noveno, pero arriba hay trasteros y no les deja subir, les graba con el móvil, les grita, les insulta… Están desesperados. La vecina de abajo tiene desde hace un año y medio un agujero en el baño que se lo ha provocado ella y no hay manera de que abra a los del seguro".
Con todo, Cristina lamenta que muchas veces los okupas se vendan como víctimas y que la mayor parte de los medios de comunicación les compren su relato sin ir más allá. "Hablan de vulnerabilidad, pero… ¿Qué vulnerabilidad? Los vulnerables somos nosotros, los propietarios, que nos roban aquello que hemos comprado con nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, y encima tenemos que pagar el abogado, el procurador, los juicios, los recibos…Y luego, cuando nos devuelven nuestras casas en el estado en el que nos las devuelven, que es horroroso, también tenemos que pagar la reforma de nuestros bolsillos", relata con voz temblorosa.
Un llamamiento a los políticos
En cualquier caso, incluso aunque la situación de los okupas fuera realmente mala, Cristina insiste en que no debería ser su problema: "Nosotros no podemos ser el escudo social del Gobierno, y lo estamos siendo". Por eso, pide al Ejecutivo que se ponga en su lugar, algo que, su juicio, no ha hecho nunca.
"El PSOE llegó a decir que somos un bulo y que queríamos generar alarma social… ¿Cómo vamos a ser un bulo?", se pregunta indignada, al tiempo que recuerda que ya son miles las personas que ya se han organizado en torno a la Plataforma de Afectados por la Ocupación para exigir una ley que afronte este grave problema y recuperar sus casas.
"Yo sé que el PSOE no lo va a hacer, pero que otros partidos políticos, jueces y fiscales se planten de una vez contra esta lacra, porque están arruinando a muchísimas familias", insiste Cristina. Tal y como recuerda, Vox y Ciudadanos fueron los únicos que asistieron a la concentración que organizaron en septiembre frente al Congreso y, aunque el partido de Santi Abascal llegó a presentar una proposición de ley para que la Policía pudiera desokupar una vivienda antes del trámite judicial, "la izquierda se la tiró al suelo".
Ella se confiesa apolítica. "Me han defraudado todos", se justifica. Sin embargo, advierte a las distintas formaciones políticas del caladero de votos que tienen entre aquellos que están sufriendo una situación como la suya. "Al que nos apoye, le vamos a votar, porque estamos hartos". Ojalá, aunque sólo sea por interés electoral, dice Cristina, alguien les ayude a no seguir siendo invisibles en un país en el que, al menos ella, tan solo se siente "un número más".