Hemos conocido el IPC de diciembre, que confirma el dato del indicador adelantado de finales de dicho mes, incrementa su tasa interanual en 1 punto respecto a la de noviembre y se sitúa en el 6,5% -con impacto importante en ella de los precios de la energía-, con una inflación subyacente -que excluye los alimentos no elaborados y el componente energético- que se incrementa tres décimas, hasta el 2,1%. La tasa mensual del índice general de precios sube también de manera importante, nada menos que 1,2 puntos. Pese a que el dato definitivo del IPC es dos décimas menor que el indicador adelantado, la tendencia alcista es constante y su crecimiento exponencial.
Así, desde noviembre del año pasado se está produciendo una escalada de la tasa anual de inflación, subiendo desde el -0,8% interanual de noviembre de 2020 hasta el 6,5% de este mes de diciembre, con un pequeño respiro que reflejó el índice en el pasado mes de febrero, donde se aplanó ese mes para crecer, al mes siguiente, 1,2 puntos, para continuar incrementándose en los meses restantes.
Es, así, la tasa más alta desde los tiempos en los que se firmó el Tratado de Maastricht: no había una inflación tan elevada en España desde marzo de 1992 -abril y mayo de aquel año tuvieron la misma tasa que ahora y luego se situó siempre por debajo-, hace casi treinta años.
Sin duda, como decíamos, los precios de la energía son responsables de una parte importante del ascenso de los precios, pero esta subida se está dando ya de manera generalizada en todos los productos, como muestra el aumento de la inflación subyacente - que excluye los alimentos no elaborados y el componente energético: si en agosto crecía una décima, en septiembre crece otras tres, en octubre lo hacía en cuatro décimas, en noviembre otras tres, ahora lo hace en cuatro décimas, hasta el 2,1%. Es más, mientras que el dato definitivo del índice general es dos décimas menor al que marcaba el indicador adelantado, la subyacente confirma el dato anticipado en su momento, que muestra ya una mayor penetración del incremento de precios por todas las actividades.
Esta subida supone un incremento del 23,53% de la tasa interanual en este mes, que, desgraciadamente, confirma la repercusión que el incremento energético está teniendo en toda la cadena de valor y que crece más deprisa, incluso, que el índice general, que muestra que la subida de precios ya se está trasladando al conjunto de la economía.
De hecho, al analizar la subyacente desde hace un año, vemos cómo se corrobora el alza generalizada de precios sin el impacto de alimentos no elaborados ni de los precios de la energía. Si en abril la tasa interanual de la subyacente era 0%, ahora es 2,1 puntos superior, con un 2,1%, con repunte intenso desde julio. Por tanto, no se trata sólo del terrible incremento del precio de la energía que en cerca del 50% se debe a costes regulados e intervenidos, no al mercado, sino que empieza a haber una presión inflacionista generalizada.
El impacto de la presión de precios en todo el proceso productivo ya se está viendo, como digo, pues el índice general aumenta rápida y fuertemente, por la subida de los costes energéticos, como la electricidad y el petróleo, pero también sube ya con fuerza y de manera constante la inflación subyacente, que excluye los productos energéticos y alimentos no elaborados, como hemos dicho antes, de manera que el mal que supone la inflación ya se está extendiendo, espoleado, además, por el aumento del precio del transporte en contenedores o la crisis de escasez de semiconductores, por poner dos ejemplos que elevan los precios.
No hay más que ver la variación year to date de muchas materias primas, recursos y productos para darnos cuenta de ello, con subidas de entre el 25% y el 100%, que ya se nota en la cesta de la compra, y más que se notará, tal y como dice el Banco de España, que señala que un 60% de las empresas subirán precios en 2022.
De este modo, se mantiene la mayor tasa de inflación desde hace casi treinta años, cuando se firmó el Tratado de Maastricht para introducir una disciplina que permitiese ir logrando una convergencia económica que hiciese posible fundar la moneda única, elemento esencial para que no hubiese problemas en la aplicación de una política monetaria común. Hoy vemos con espanto cómo no había una inflación anual tan elevada, como decimos, desde marzo de 1992.
Todo ello, en medio de un crecimiento que se ha desacelerado mucho, como el INE certificó tanto en su revisión del crecimiento del PIB del primer y segundo trimestre de 2021, que no se recuperó en el IIITR y que en el IV habrá empeorado debido a la recuperación en algunos lugares de diversas restricciones, con la persistencia de unas elevadas tasas de desempleo, la mayor de Europa. Menor crecimiento que recogen en sus previsiones para 2021 y 2022 la práctica totalidad de instituciones de previsión económica, aunque el Gobierno se niegue a cambiar su cuadro macroeconómico, que se ha convertido en irreal y que sustenta, por tanto, unos presupuestos de manera endeble, por prácticamente imposible de cumplir que resultan sus previsiones.
La inflación es un cáncer para la actividad económica, pues introduce un elemento que no aporta nada positivo, al encarecerla, la hace menos competitiva y puede crear un círculo vicioso que lastre el desarrollo económico durante tiempo.
La inflación es un fenómeno monetario, y si sube se debe a que se financian con más masa monetaria los cuellos de botella y se introducen rigideces artificiales en los mercados, porque, de no ser así, cuando los precios subiesen en un sector o actividad, bajarían en otros mercados, pero el intervencionismo lo impide. La Fed ya va a comenzar a retirar liquidez, con tres subidas de tipos anunciadas para este año; el Banco de Inglaterra ya ha subido veinticinco puntos básicos, pero el Banco Central Europeo insiste en no tomar, de momento, medidas que muestren una firme determinación para frenar la subida de precios.
Se hace imprescindible seguir de cerca la inflación, no olvidarnos de que es el objetivo único del BCE, y combatirla, evitando que el alza del corto plazo pueda consolidarse en el medio y largo plazo, porque, de volverse estructural, nos encontraremos entonces con un problema adicional a la ya incierta situación económica que vivimos. Hay que hacerlo con prudencia, para no generar un colapso económico después de haber inundado el mercado de liquidez -es lo que tiene el haber aplicado durante una década una política monetaria tan laxa-, pero hay que ir haciéndolo, o las consecuencias serán mucho peores.
La inflación puede perjudicar al valor real de los activos; perjudica al poder adquisitivo; fomenta un mayor endeudamiento -por valer, en términos reales, menos, las deudas-; por otra parte, perjudica a los presupuestos públicos que refinancian la deuda de manera constante, camino, en la práctica, de deuda perpetua, al poder sufrir incremento en el coste de dicha refinanciación si suben los tipos de interés para poder controlar esa subida de precios; y supone una mayor presión tributaria para los agentes económicos, ya que, al subir los precios, la base sobre la que se aplican los impuestos es mayor.
Todo ello, además, puede terminar en la espiral precios-salarios peligrosísima para la economía y al empujar hacia una subida de tipos provocará un impacto importante en los sujetos económicos con préstamos a tipo variable. La inflación ha regresado, con elevado riesgo de que se convierta en permanente, y lo que hay que intentar es volver a disminuirla y evitar que terminemos, de nuevo, con aumento de precios, nulo crecimiento y elevado desempleo, que no sería otra cosa más que la estanflación.