Me encantan los refranes-dichos-citas contradictorios (uno es así de raro, qué le vamos a hacer). Escuchas una gran frase y buscas otra igual de buena... que niega la mayor. Y me gusta porque, en realidad, si las dos son de verdad buenas, cada una es verdad diciendo casi lo contrario.
Por ejemplo, eso de que "la fortuna favorece a los audaces" parece que no es compatible con lo de "el cementerio está lleno de valientes". Sin embargo, a mí me parecen muy ciertas las dos. Si mueren nueve de cada diez de los guerreros que se arriesgan... el que pasará a los libros de historia y a los cantares de gesta será el décimo; los otros nueve se irán directos al olvido de los que no lo lograron y cayeron intentándolo. Y los que se quedaron en el campamento, haciendo como que les dolía la tripa, serán los que se acerquen al nuevo conquistador a ver si les da una subsecretaría. Los economistas modernos, que quieren etiquetarlo todo, lo llaman el "sesgo del superviviente" y alertan del riesgo que supone, sobre todo en temas de inversión, seguir, sin atender a nada más, el ejemplo del que ha triunfado.
Y sí, es cierto que lanzarse a imitar sin más a los que se lanzan a por todas puede ser un error, pero lo de los cobardes que sólo salen de la cueva cuando todo ha terminado es casi peor. Porque, además, lo que importa es lo que se juegan y a qué se arriesgan. Si apuestan su propia piel o la de los demás.
En el PSOE, por ejemplo, lo del superviviente (y lo del dolor de estómago) lo tienen claro. Pedro Sánchez, con todas sus cosas (y sí, son muchas, pero eso para otro día) ha demostrado que es temerario. Es lo que le llevó hasta donde está. Cualquier otro, en su lugar, habría negociado un retiro bien remunerado como europarlamentario y estaría ahora en Bruselas llevándoselo crudo (otro ejemplo, por cierto, de que los políticos más peligrosos no son los corruptos o avariciosos, sino los ávidos de poder). Pero él se lanzó a por todas... y ganó.
Decía que en el PSOE tienen la lección aprendida: Sánchez y los demás. Porque el líder será un inconsciente, pero sus compañeros de Ejecutiva saben perfectamente que lo que tienen que hacer para seguir ahí es ser lo más perrunos que sea posible. Decir que sí, moverse poco, que no les saquen en los titulares, pasar desapercibidos y, en general, no molestar y ayudar cuando les necesiten para algún trabajo sucio (que los habrá).
El problema es que si ésta es la materia prima con la que moldeamos nuestros líderes, tampoco es raro que el resultado sea el que disfrutamos. Entre los números 1 (tipos normalmente sin ningún escrúpulo moral) y los que les aplauden (medianías sin ambición más allá de la permanencia), lo extraño sería que apareciese alguna idea interesante.
Pensaba en todo esto, esta mañana, mientras esperaba la comparecencia de Sánchez, que ha hecho lo previsible: dejarles el marrón a los otros y esperar a ver lo que hacen. El problema es que se intuye lo que harán la mayoría. Por ejemplo, el otro día leía que en algunas regiones (País Vasco o Andalucía) se estaban replanteando si imponer de nuevo la mascarilla obligatoria en exteriores. De hecho, la duda no era si aprobar la medida, sino si podían.
Es sólo el ejemplo más extremo del disparate covidiano en el que viven la mayoría de las administraciones españolas. Porque el hecho de que después de más de veinte meses sigamos en esto no habla sólo de lo desquiciados que estamos (que también), sino de lo mediocres que son. Una medida absurda y molesta. Que por molesta es contraproducente: si lo que nos preocupa es la transmisión del virus, lo que deberíamos hacer es incentivar en lo posible que la gente permanezca cuanto más tiempo en el exterior; pues bien, lo que queremos es dificultarlo. Que casi ningún otro país (los que tienen buenos datos y los que no) está aplicando. ¿Y por qué esta obsesión, con la mascarilla y otras propuestas igualmente inútiles? Pues para que no digan "tú no nos has protegido". O para poder decir "somos los más duros contra el virus". Es la política del "pío, pío, que yo no he sido" y es lo que se estila de forma mayoritaria en nuestro país. Aprobar lo que sea, por muy estúpido que se demuestre, pero que permita al que lo aprueba ponerse la medalla de "hago algo, aunque sea estéril".
En esto tenemos mucha culpa los votantes. Y los periodistas, por supuesto, incentivando el rebañismo político desde cada titular. Los incapaces casi siempre salen mejor parados que los que innovan. Recuerden los debates más encendidos que hemos tenido en este año y medio, todos alrededor de Ayuso y de sus iniciativas, la mayoría más que positivas: desde las pizzas (que no eran tales sino menús bastante razonables, que eran la mejor alternativa posible, por coste y disponibilidad en toda la región, en unos días caóticos) al Zendal, pasando por los antígenos en farmacia o las medidas para facilitar la reapertura de la hostelería. Que sí, que muchas de las críticas eran puro sectarismo, pero otras eran la mirada recelosa que dirigimos (no sé si esto también pasará en otros países) al que intenta algo nuevo. Y nuestros líderes toman nota.
Volviendo al ámbito económico, que era mi objetivo hoy hasta que me puse a ver lo que decía Sánchez, el ejemplo más claro de todo esto lo tenemos en las normas de seguridad en el empleo o las dirigidas a proteger al consumidor. Es una de mis obsesiones e intento volver a ella cada poco tiempo porque, también aquí, nada de aquello tiene sentido para cualquier persona racional que lea el catálogo de las obligaciones que deben asumir los empresarios. Pero es que el objetivo no es que aquello tenga sentido, reducir el número de accidentes laborales o equilibrar las relaciones proveedor-cliente. La lógica es que no les echen la culpa a ellos. Que si hay un accidente estemos seguros de que alguien se ha saltado un epígrafe. Que siempre haya una empresa en situación irregular (por muy mínima que sea esa irregularidad) a la que señalar. Por el camino, ese BOE absurdo y expansivo se habrá llevado por delante miles de puestos de trabajo y decenas de millones de euros en ineficiencias. Pero ¿a quién culpar de esos empleos invisibles que nunca se crearon? ¿A quién culpar de esos miles de personas con enfermedades mentales o un miedo paralizante por culpa del histerismo oficial pandémico? "Pío, pío, que yo no he sido".
Todos con mascarilla y a agachar la cabeza. Todos con su inspector de riesgos laborales y todos a pagar lo que cueste. ¿Valiente? Para ser empresario en este país (y, en estos meses, casi para ser un ciudadano normal que intenta que no le arrastren a la vorágine de locura en la que vivimos) no es que haya que ser audaz, es que hay que ser un inconsciente y serlo cada día, de forma constante.