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Domingo Soriano

Yolanda vs el robot

Lo relevante es que Glovo lo intente en nuestro país. Y que lo intente ahora, apenas semanas después de que se apruebe la Ley Rider.

Lo relevante es que Glovo lo intente en nuestro país. Y que lo intente ahora, apenas semanas después de que se apruebe la Ley Rider.
La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, conversa con el diputado de Unidas Podemos Rafael Mayoral durante el pleno celebrado este jueves en el Congreso de los Diputados. | EFE

La noticia económica de la semana, al menos para este redactor, ha tenido como protagonista a una absurda maquina (a mí me parece absurda, al menos por ahora, aunque puede que en unos años domine nuestras vida) que se parece a unos camiones de juguete que se vendían allá a finales de los 80 para que los niños de la época intentáramos mandar algo de nuestro dormitorio al salón. El intento acababa inevitablemente en fracaso: o te equivocabas programando o se encontraba un obstáculo inesperado o las dos cosas a la vez. El caso es que al final dejabas el camión después de 3 o 4 intentos y le llevabas el periódico a tu padre en mano, que era más rápido (y te ponías a entretenerte con juguetes divertidos de verdad).

Soy pésimo acertando apuestas, pero si tuviera que hacer una en este caso, diría que el robot de Glovo va a correr la misma suerte. Sí, en teoría suena bien eso de que un cacharro con ruedas te lleve la compra a la puerta de casa. Pero en la práctica le veo demasiados problemas como para que funcione. Al final, una de las claves de un repartidor es la fiabilidad: incluso un 90% de entregas en tiempo y forma es un porcentaje bajo. Cuando pides la cena con unos amigos, lo que quieres es que llegue sí o sí; y no estás dispuesto a admitir errores. Quizás para transporte en centros comerciales o entregas en espacios muy controlados pueda servir. ¿Para ir por la calle? Lo dudo, al menos en los próximos 3-5 años.

Pero que yo acierte o no es lo de menos. Lo relevante es que Glovo lo intente. Y que lo intente ahora, apenas semanas después de que se apruebe la Ley Rider que ha expulsado a algunas plataformas de nuestro país y ha hecho que las demás se replanteen su modelo de negocio.

Cuando se plantea el debate sobre el SMI o la contra-reforma laboral que prepara Yolanda Díaz (tanto si hablamos del coste del despido como del paso de los convenios de empresa a los sectoriales), sus defensores suelen tirar de dos argumentos muy visuales, pero de ínfima relevancia. El primero es el del coste real que puede suponer la medida: por ejemplo, los euros más al mes que cobrará el asalariado con SMI (aunque, cuidado, como veamos el acumulado del último lustro, nos llevamos un susto). O lo poco que subiría la indemnización del despido que tendría que pagar un empresario a un empleado que lleve un par de años en su plantilla. La lógica es del tipo: "Nadie va a cambiar a dejar de contratar por 8-10 euros al mes".

El segundo apunta al colectivo al que menos afectan estas novedades: los ya contratados. Porque sí, lo normal es que una empresa intente mantener a su plantilla actual incluso aunque esos cambios en la normativa lo hagan más caro. No es que te cambien el convenio colectivo o la norma de los descuelgues y te pongas a despedir al día siguiente; y si te suben el SMI... pues se lo aplicas a los empleados que lo cobran. Muy enfadado tienes que estar con alguno de ellos o muy al límite contable te tiene que pillar la reforma para que despidas a un trabajador sólo porque le suben el sueldo por decreto.

Pero el problema no es ése. El problema es el robot. He puesto este ejemplo en otras ocasiones: imaginen a un empresario que se plantea reabrir sus cines tras la pandemia. Tiene múltiples opciones:

  • Centrarse en las reservas por internet y ofrecer descuentos a los que compren con antelación
  • Poner máquinas expendedoras junto a las taquillas: al principio sorprenden e incluso pueden molestar al usuario, pero luego se acostumbra
  • Servir palomitas, bebidas o nachos en el bar de una forma más tradicional, pero cobrarlos con máquinas automáticas (pagas y luego vas con el ticket a que te sirvan lo solicitado)
  • Poner un torno a la entrada de todas las salas, que sólo se abre con la entrada. Y que, con un único empleado para controlar, regula el flujo de asistentes.
  • Limpiar las salas con robots aspiradores tipo Roomba tras cada película
  • .........

Las opciones son infinitas. Y no, les aseguro que ningún empresario se plantea: "Voy a contratar a este chico para ayudar al mercado laboral español". Ni tampoco: "Voy a instalar una máquina para fastidiar a Yolanda Díaz". Lo que hacen es un montón de cálculos. Por allí se presenta todo el mundo, el comercial de las máquinas automáticas y el que vende grifos de cerveza. Uno le cuenta que lo que ahora se lleva por el mundo es el self-service; el otro le asegura que no hay nada como el trato personalizado. En medio, el empresario que tiene que tomar la decisión va haciendo sus cábalas, sabiendo que puede equivocarse e intentando compensar todos los factores (servicio al cliente, costes, problemas legales, imagen de marca, curva de aprendizaje para sus empleados y usuarios...)

Lo del SMI, los convenios sectoriales o el coste del despido es un factor más. Por ejemplo, no más importante que las cotizaciones sociales que ya existen y que disparan el coste de contratar en España con reforma laboral o sin ella. Pero sí un lastre más a la contratación que se añade a los que ya existen.

Eso es lo que representa el robot. Y que muchos seamos escépticos sobre su futuro refuerza nuestro argumento. Si el robot sólo tuviera ventajas, ni hablábamos de la reforma laboral. Se impondría por sí mismo y nada tendríamos que decir el resto: ni Díaz ni yo, ni Alberto Garzón ni Friedrich Hayek que volviera a la vida. Si fuera mejor de calle, se instalaría entre nosotros tan rápido como lo hizo el iPhone (que también hubo gente al principio que dijo que fracasaría y que para qué queríamos un teléfono inteligente). La diferencia aparece cuando las fuerzas están igualadas. Y en España, esa diferencia casi siempre tira en la misma dirección.

Esta semana me encontré con este mapa en las redes sociales (por cierto, no tengo ni idea de quién es el tipo que lo enlaza; pero eso aquí no tiene importancia). Muestra el empleo en las diferentes regiones europeas en sectores o tareas relacionados con las nuevas tecnologías. Y sí, es muy preocupante. Ni siquiera en las regiones más avanzadas estamos al nivel de nórdicos, holandeses o bávaros. Sólo Madrid parece coloreada en ese azul oscuro (no el más oscuro posible), pero sí el segundo 35-40%.

Sin embargo, esta realidad, obvia para cualquiera que mire nuestro mercado laboral, es compatible con otra que todos percibimos cuando viajamos por España y también cuando visitamos otros países: en algunas innovaciones tecnológicas de servicio al cliente, sí estamos a la cabeza. No hacemos las máquinas, pero sí las instalamos. Sé que esto es una generalización y que hay de todo: ejemplos de sistemas de compra totalmente automatizados en Zurich y tiendas en España que no admiten tarjeta de crédito.

Pero más allá de lo que cada uno perciba, el mix que nos arrojan las estadísticas es terrible: un país con un mercado laboral lleno de empleos de poquísimo valor añadido y un porcentaje muy elevado de población con una baja cualificación; mucho peso del sector servicios y poca formación continua en la empresa; con demasiadas micro-pymes y numerosos desincentivos al empleo indefinido. Y ahí, en ese ecosistema, penalizamos a los que contratan a estos trabajadores de bajos salarios, que muchas veces sólo pueden salir de ese círculo desempleo-formación deficiente si van sumando experiencia (una experiencia que cada vez es más complicado que acumulen).

Como les decía antes, me puedo equivocar (sería casi lo normal), pero no le veo el futuro al robotín de Glovo a corto plazo. Hasta me da mal rollo tenerlos rodando por ahí. Por no hablar de lo rápido que empezarán a aprobar normas para complicarles la vida (algunas de estas normas son lógicas: habrá que regular qué pasa en caso de accidente, robo o discrepancias con el objeto entregado). Pero, precisamente, estos problemas son lo que hace todavía más extraño que se realicen estas pruebas en nuestro país. Sé que no somos los primeros (ya hay prototipos en muchas ciudades norteamericanas y alguna que otra europea). Pero es que, en parte por mercado laboral y por la tasa de paro, deberíamos ser de los últimos. Lo podemos tener claro, si hay una lucha entre los robots y Yolanda Díaz ganarán aquellos (y mientras, perderemos todos).

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