Peter St. Onge es investigador económico en la Fundación Heritage, uno de los think tanks más importantes de Estados Unidos. Completó su Doctorado en Economía en la George Mason University y, antes de recalar en el centro de pensamiento que impulsó la "revolución conservadora" de la Era Reagan, pasó por el Instituto Mises y el Instituto Económico de Montreal, además de por la Universidad Feng Chia de Taiwán. Libre Mercado se ha entrevistado con él para hablar de la economía estadounidense cuando está a punto de cumplirse el primer año de gobierno de Joe Biden.
¿En qué situación está la economía estadounidense?
En esencia, sigue marcada por la evolución de la pandemia del coronavirus. Como la caída en 2020 fue muy brusca, hay un efecto rebote y los indicadores se mueven en tasas aparentemente muy positivas. Pero, cuando comparamos 2021 con 2019, resulta evidente que no estamos tan bien.
El rebote ha perdido fuelle conforme ha pasado el tiempo…
El crecimiento económico está moviéndose en el entorno del 2%. Es un dato muy bajo, significativamente menor a los niveles que estábamos viendo con Donald Trump, que tendían del 3% al 4%. Por lo tanto, el escenario es, cuando menos, decepcionante.
La participación laboral se ha reducido mucho. Cada mes hay cuatro millones de personas que abandonan el mercado de trabajo. ¿A qué se debe?
Se han asignado cientos de miles de millones de dólares a programas de estímulo que están vinculados al último salario obtenido, de modo que son muy generosos y tienen incentivos perversos. Como estamos viendo, muchas personas prefieren quedarse en casa y vivir de esas ayudas. Si puedes ganar más o menos el mismo dinero por quedarte en casa, ¿quién va a trabajar?
El efecto estadístico es curioso: baja el paro… pero porque hay cada vez menos población activa.
Efectivamente, el tamaño de la población activa se ha reducido en millones de personas, hasta el punto de que hay escasez de trabajadores en algunas ramas de actividad. Con Obama ya vimos algo parecido: el desempleo mejoró, pero porque millones de trabajadores dejaron de buscar trabajo.
¿Qué valoración hace del gobierno de Trump en clave económica?
Trump se volcó en aplicar políticas de oferta, apostando sobre todo por aquellas medidas que pudieran mejorar la renta de los trabajadores de rentas bajas, un colectivo que había jugado un papel muy relevante en su victoria electoral. ¿Y qué paso? Que los resultados fueron muy buenos: los salarios crecieron con fuerza, las minorías mejoraron su situación económica, la participación laboral aumentó… Por tanto, básicamente podemos decir que Trump hizo realidad todo lo que la izquierda dice que pretende conseguir. La diferencia es que las políticas de la izquierda nunca van a crear ese bienestar.
Ahora se anuncian más impuestos a las empresas.
Los impuestos a las empresas no golpean a los ricos, golpean a las clases medias. Cuando se eleva la presión fiscal sobre quienes invierten y desarrollan proyectos privados, se reducen los incentivos que invitan a intensificar la inversión, la creación de empleo, etc. El efecto es que los trabajadores salen mal parados, con menos empleo, salarios más bajos, precios menos competitivos…
Trump intentó desregular la economía, cosa que pocos gobernantes de Occidente han hecho. ¿Qué balance hace de su apuesta?
Es muy fácil regular y muy difícil desregular. Trump no consiguió desmontar todo ese acervo legislativo que heredó, pero al menos puso en pausa el ritmo de crecimiento de la burocracia normativa. ¿Por qué es difícil ir más allá? ¿Por qué es tan complicado lograr una reducción neta de la carga regulatoria? Porque hay un cuerpo muy importante de funcionarios, de burócratas, de lobbies, de élites… en definitiva, de insiders que saben cómo moverse dentro del sistema y que no están dispuestos a tolerar su repliegue. Es muy difícil ir contra esas dinámicas, pero cada vez hay más interés por estos temas, porque el daño que causa la sobrerregulación es cada vez más visible.
Hablemos de China. Estados Unidos está mucho más pendiente del Pacífico que del Atlántico…
Para Estados Unidos sería importante que sus aliados estratégicos, como Japón y Europa, asuman una postura más firme ante los excesos y desequilibrios que se derivan de la participación de China en los sistemas internacionales. Soy consciente de que la geopolítica norteamericana ha caído a menudo en el imperialismo pero, en el caso de las relaciones con China, me parece evidente que la presidencia de Xi Jinping está siendo especialmente agresiva y eso requiere una respuesta. Lo vimos por ejemplo con la brutal represión que ha sufrido Hong Kong, lo vemos también en la creciente ofensiva que está soportando Taiwán… Esa actitud tan nacionalista y agresiva de China tiene que preocuparnos a todos en Occidente. Por eso, es cierto que Estados Unidos mira al Pacífico, pero esto sucede porque China encierra un reto existencial y, aunque eso debilite la intensidad de los lazos con Europa, al final tenemos que ser conscientes de que esta es una batalla que tenemos que dar.
Una batalla que también es económica.
En los años 70, Estados Unidos tenía una gran dependencia de Arabia Saudí por el petróleo. Hoy, ese tipo de dependencia es comparable a la que mantenemos con China en lo relativo a los inputs de la industria, los contenedores, las cadenas de suministro, etc. Por lo tanto, en términos económicos, es evidente que hay una interdependencia muy grande. Eso quizá mitiga el riesgo de que se produzca un enfrentamiento abierto, pero en cualquier caso Occidente ya está moviendo ficha para reducir su dependencia de China en estos campos.
Preocupa mucho la inflación. ¿Cómo valora lo que está pasando con los precios?
Muchos de los titulares informativos dedicados a la inflación nos hablan de dinámicas específicas de un sector u otro. Así, nos informan de lo que pasa con los precios de la energía y con los del transporte, nos comentan los problemas de coordinación en las cadenas de suministro… pero, más allá de esos casos concretos, hay un problema general. Y ese problema general, que es la subida generalizada de los precios, es esencialmente un problema monetario.
Hay mucho más dinero en circulación de lo normal y eso está en la raíz de lo que está ocurriendo con la inflación. En Estados Unidos, la masa monetaria se ha incrementado un 40% desde que estalló la pandemia. De momento, el aumento del ahorro ha evitado que toda esa creación de dinero se infiltre en la economía, pero una parte sí lo ha hecho y los precios lo están demostrando, con el IPC en el 6% y una tendencia al alza aún más intensa en indicadores como la bolsa, los precios inmobiliarios, etc.
Para saber lo que va a pasar de ahora en adelante, tenemos que fijarnos en el consumo. Si los hogares empiezan a gastar ese dinero de nueva creación en bienes y servicios al uso, veremos cómo los precios se incrementan. La FED estima que se mantenga la subida de precios en 2022, aunque también plantea que 2023 supondría el regreso a una situación de normalidad. Pero, en el fondo, no sabemos qué pasará con todo ese dinero de nueva creación, o sea que debemos ser muy cautelosos.