Marta Ortega sucederá a su padre al frente de Inditex (bueno, en realidad a quien sucederá será a Pablo Isla... pero como la izquierda ha decidido saltarse a uno de los mejores ejecutivos de la historia de España, vamos a hacer como si sólo existieran Amancio y Marta). Y la progresía española lleva unos días disfrutándolo. Podría parecer que están rabiosos, pero no lo creo. La pose es de enfado, pero el fondo es de gustirrinín. Ya tienen argumento para la próxima década. Cada vez que alguien hable de mérito, capacidad, esfuerzo o exigencia responderán con el clásico "sí, como lo de Marta Ortega, que es la primera ejecutiva de Inditex por lo mucho que se ha esforzado... que sea la hija de Amancio no tiene nada que ver". Me juego lo que quieran: no importa si el debate es sobre la próxima reforma del sistema educativo o sobre la reinstauración del Impuesto de Patrimonio en Madrid, ellos sacarán el comodín Zara.
Desde el lado liberal, uno mira el asunto con cierta distancia. Ya sabemos, desde Adam Smith, que no hay que confiar demasiado en los empresarios. Desde luego, nada de idolatrarlos. Por una parte son los creadores de riqueza, innovación, desarrollo y progreso. Pero, por otra, nunca están libres de la tentación político-lobbysta. En los últimos años, además, se han desatado y no paran con ese rollo buenista-verde-moralista tan plomizo, que parece que se les ha olvidado que su objetivo es servir al cliente y quieren que les doremos la píldora de la ESG. ¿Será Marta Ortega como su padre, un tipo sencillo y discreto que se ha dedicado a generar empleo y riqueza sin meterse en nuestras vidas? ¿O querrá parecerse a los pesadísimos Dorsey-Zuckerberg (o a los green-ibexeros) que nos dan la murga y se pasan el día buscando el favor político? A ver si Errejón, después de tanto tuit anti-Ortega de esta semana, va a acabar de ponente en una mesa redonda por la refundación del capitalismo comprometido patrocinada por Inditex.
Dicho esto, así a primera vista lo único que puede decirse de la decisión de Ortega hija es que le honra. Como le honra toda su trayectoria, ésa de la que ahora se mofan en la izquierda: lo de haber trabajado en tiendas de sus marcas para conocer de primera mano la cadena de valor de la empresa, desde las fábricas hasta lo que va buscando el cliente final. Lo explicaba aquí magistralmente Rallo: pudiendo vivir de las rentas, dedicándose a montar a caballo y a figurar como presidenta de alguna de esas ONG de las que no sirven para mucho más que para dar fiestas a las que asisten famosos, ha decidido meterse de hoz y coz en la gestión de la mayor multinacional española.
En su lugar, probablemente el 99% de los españoles habrían (habríamos) escogido el camino fácil: dejar a Isla o a cualquier otro el trabajo sucio y dedicarnos a pulirnos el dinero de papá en algo que nos permitiera tener una cartera de amigos de postín. Porque no, el camino fácil no es dirigir Inditex, como nos están vendiendo, lo cómodo era no hacerlo. ¿Iconos del feminismo? Díganme uno mejor ahora mismo en España que esta señora.
Pero hoy no quiero ir por ahí. Porque de eso sí se ha hablado esta semana. Hoy me interesan otros dos ángulos de este tema. El primero es el que tiene que ver con el debate sobre el Impuesto de Sucesiones y sobre si es justo o no que los hijos de los ricos disfruten de lo que generaron sus padres. El argumento aquí sería del tipo "si queremos defender la meritocracia o el esfuerzo, puede tener cierto sentido que el que genera riqueza se aproveche de aquello que construyó con su trabajo. Pero hay que poner un Impuesto de Sucesiones muy elevado, porque su hijo no hizo nada y no es justo que se quede con todo. Es más equitativo que se reparta esa riqueza vía impuestos".
Es un buen argumento, pero ignora dos cuestiones importantes. En primer lugar, no es cierto que los hijos no hagan "nada". Estoy seguro de que el fundador de Inditex no ha organizado esta sucesión porque sí, sino porque ha visto cualidades y trabajo en Marta que otros posibles candidatos en su entorno quizás no tenían. Pero, además, ignora lo fundamental: ¿para qué trabajan, construyen un patrimonio o fundan empresas estos tipos? ¿Por qué Amancio Ortega, con 80 años, seguía involucrado en el día a día de Inditex como vimos en aquel famoso vídeo en el que sus empleados le felicitaban el cumpleaños? Porque es su creación, sí; pero también porque sienten que están dejando algo para el futuro, algo que merece la pena y que les sobrevivirá. ¿Creen ustedes que cuidaríamos tanto de nuestros bienes (y esto vale tanto para una casa, unas acciones, un dinero en el banco o una empresa) si supiéramos que tras nuestro fallecimiento no podremos legarlos a los que más queremos? El Impuesto de Sucesiones no es injusto para el hijo al que Hacienda cobra una mordida... es injusto, sobre todo, para el padre que trabajó durante años. No es que nos carguemos la riqueza del futuro, es que nos cargamos la del pasado: buena parte de esa riqueza no se generaría (o se dejaría el trabajo a la mitad) si el empresario que la produce supiera que no le sobreviviría. Los economistas estamos todo el día hablando de incentivos: pues bien, pocos incentivos mejores que saber que lo que uno consiga lo podrán mejorar los que le sucedan.
La segunda cuestión tiene que ver con el debate sobre la meritocracia, uno de los temas más presentes en la política y los medios españoles en los últimos años.
[Una pequeña maldad antes de seguir con los Ortega: en mi trayectoria profesional no he conocido ningún sector más dado al enchufismo entre familiares y amigos que el de los medios de comunicación. Busquen apellidos ilustres entre los periodistas menores de 50 años y les saldrán por decenas. Los hijos de los periodistas de los 70-80 ahora copan las redacciones de prensa, radio y televisión. Y muchos otros sin familia en el sector, están y estamos ahí por amistad o contactos. Ni todos los periodistas siguieron ese camino ni todos los enchufados son unos vagos, de hecho suele ser al contrario: el enchufe a menudo es sólo la puerta que permite demostrar tu valía. Pero, incluso así, es curioso lo mucho que los medios de izquierda señalan a Ortega teniendo otros ejemplos mucho más cercanos].
Sigamos con la meritocracia. En mi opinión, es habitual que todos caigamos en el mismo error que cuando nos enfangamos en el debate entre empresa-mercado vs política-Estado. Y sí, digo "todos" e incluyo a los liberales. El error es discutir como si la naturaleza humana fuera diferente en la oficina de Contabilidad de una compañía del Ibex o en la sección de Ejecución del Presupuesto de un Ministerio. No lo es. Unos y otros trabajadores son parecidos. Lo que cambia son los incentivos y, todavía más importante, ¡la información que transmiten sus resultados!
Imaginemos dos departamentos de informática con un jefe y veinte empleados. Uno en el sector privado y otro en el público. ¿Cómo es su día a día? Parecido. El jefe quiere más presupuesto y va a llorar cada día a la dirección para que le amplíe la plantilla y le renueve los equipos. ¿Está justificado? Hombre, los ordenadores tienen 5-6 años y podrían seguir un año más... pero también podrían cambiarse. Además, en ambos casos, hay buenos y malos trabajadores, buenas y malas personas, puede que haya un buen ambiente de trabajo o que sea un hervidero de rumores malintencionados.
Todos los que hemos trabajado en la empresa privada sabemos que las grandes compañías ni de broma son un ejemplo de eficiencia. Cada uno podría contar cientos de casos sobre cómo su compañía tira el dinero o compromete su futuro con malas decisiones. Y no, en eso no es tan distinta a los clásicos ejemplos con los que a veces caricaturizamos las administraciones públicas. Entonces, ¿cuál es la diferencia? Las consecuencias: si una empresa sobrepasa determinadas líneas o si esas ineficiencias son excesivas o si los errores son muy graves... comienza a tener problemas, pérdidas, fuga de clientes, costes disparados frente a la competencia. La cuenta de resultados tiene una doble función: (1) informa y (2) disciplina. Al final de la decisión de si cambiar o no esos ordenadores un poco viejos, está la pregunta de si puede permitírselo. El problema es que ni esa información ni esa disciplina están presentes en la política o la administración.
El debate sobre la meritocracia o el enchufismo con Marta Ortega parte de un principio equivocado. Desde la izquierda cuando dicen "mirad los empresarios cómo cuidan a sus hijos, eso ni es meritocracia ni es nada". Pero también desde el otro lado cuando recordamos los cientos de casos de políticos que están ahí sin ningún otro mérito que la amistad, una relación sentimental o los lazos familiares. Miren, enchufes hay en los dos lados; enchufados que luego se lo curran, también; enchufados que viven del cuento sin dar un palo al agua, a porrillo, en los consejos de administración y en las ejecutivas de los partidos. También en ambos sectores hay ineficiencias, envidias, decisiones viscerales, malgasto... la diferencia es quién soporta los costes en uno y otro lado y cómo funcionan las inercias. En el mercado, los dueños (ahora Amancio y luego Marta) serán los primeros que perderán si sus decisiones son erróneas. ¿Y si nombra a un amigo inútil como nuevo responsable de Massimo Dutti a nivel global? Pues sus ventas se desplomarán. En términos talebianos, el sistema es antifrágil: cada uno asume las consecuencias en primera persona y, además, la información sobre cómo van las cosas es constante e inmediata, en forma de beneficios, pérdidas, precios, costes...
Enfrente, en la política y la administración las decisiones equivocadas no sólo no se limpian por sí mismas, sino que tienden a perpetuarse. Las inercias negativas se retroalimentan. Los que se equivocan no pagan por esos errores porque no hay una traslación directa a su ámbito. ¿Y si alguien nombra a un amigo inútil presidente de Renfe o Paradores? ¿Algún impacto en la vida del que nombra o del nombrado? ¿Qué arriesgan uno y otro?
Zara tiene miles de tiendas por el mundo; si una sola está en pérdidas, lo saben y actúan en consecuencia: la cierran o remodelan. O a lo mejor asumen esas pérdidas a cambio de la publicidad de tener eso que ahora se llama flagship store en el centro de una gran ciudad. Pero toman decisiones. ¿Imaginan algo siquiera similar con una oficina del Estado?
Por supuesto, los consumidores de Inditex decidirán con sus compras si su nueva presidenta no ejecutiva merece ese puesto. Tienen cientos de otras opciones de marcas de ropa a su disposición. Y tienen la opción de no comprar en ninguna de ellas si no les convencen las tendencias de esta temporada. Enfrente, en la política el votante no decide nada: ¿si no vota? Pues le da igual. ¿Y si vota? Pues también. En los dos casos, soportará al líder que le toque. ¿Opciones? Seis o siete reales en el mejor de los casos; en la mayoría de las provincias españolas no pasan de dos-tres. Y nunca está la opción de no comprar la mercancía de ninguno de los grandes partidos: te la impondrán sí o sí.
No puedo terminar sin un par de apuntes: porque he dicho que meritocracia, trabajo duro, enchufismo o aprovechados puede haber en los dos lados. Pero no les engaño, tengo la sensación de que no se dan en la misma proporción. ¿Hay algo que convierta en buenas personas a los empresarios o condene a los políticos? No, pero sí hay un sistema que depura a los malos y otro que los premia. Lógico que, al final, muchos de los que tienen pésimas aptitudes sociales (mentira, cinismo, ocultamiento, falta de escrúpulos...) acaben en las ejecutivas de los partidos. Y tengan claro una cosa: lo que molesta a los errejones de nuestras vidas no es el enchufe, sino que ellos no tengan ni voz ni voto en la decisión. Ningún sistema político fue más dado a los favores familiares que el comunismo o sus derivadas bolivarianas-kirchneristas.