Me pilla este finde a mitad de lectura de Calling Bullshit: The art of skepticism in a data-driven world, de Carl T. Bergstrom y Jevin D. West (creo que tiene traducción en castellano, Contra la charlatanería). Con ese título, no hace falta demasiada imaginación para saber de qué va: dos tipos expertos en estadísticas y datos recopilan mentiras, manipulaciones y medias verdades ocultas tras las omnipresentes hojas de excel y gráficos que dominan nuestras vidas. La tesis de los autores es que internet, la tecnología y los datos no sólo no han mejorado de forma automática nuestra forma de entender el mundo, sino que en muchos casos la han empeorado. Y que en demasiadas ocasiones tendemos a ser más crédulos cuando nos mienten con cifras, lo que otorga un incentivo muy poderoso a los que las reúnen para retorcerlas.
Mientras decido si estoy de acuerdo o no con la tesis general (creo que sí, aunque me cansa un poco el rollo de cómo esos bots de internet dominan nuestras vidas, obligándonos a pinchar en links cada vez más radicales), pienso en lo primero que me viene a la cabeza estos días si pienso en bullshit (que se puede traducir por tonterías, estupideces... pero también significa directamente "porquería" o "mierda") y no puedo evitarlo: son los datos oficiales del Gobierno.
Esto es un reto para el periodista. No tengo mucha fe en la profesión. Desde luego, mucha menos de la que tenía antes de ejercerla. Pero aquí reconozco que afrontamos una dificultad insuperable. De hecho, ¿qué nos dicen los fact-checkers que debemos hacer ante la profusión de cifras que nos rodean? ¿Qué hacen los periodistas serios para contrastar esos datos? En teoría, ir a las fuentes más fiables, las oficiales, para certificar nuestras afirmaciones.
El problema es cuando estás convencido de que los datos y los comunicados oficiales mienten. Ahí tienes dos opciones y las dos son nefastas. La primera es simplemente contar lo que dicen, reflejar lo que venía en el powerpoint que el ministro ha usado en su rueda de prensa y replicar las tablas que te ha pasado el departamento de comunicación del ministerio. Tú no dices que sea cierto, sólo entrecomillas lo que todo un ministro te ha explicado. Lo que ocurre es que, aunque no lo dices... lo estás diciendo. Eso es lo que el lector verá y lo que el político mentiroso quería que viera.
La segunda es denunciarlo. Tampoco es buena. Lo llamas "análisis", pero es muy fácil caer en la columna de opinión. Que no es lo que quieres. Tu objetivo no es entrar a discutir, sino explicar por qué aquello ni se acerca a la realidad.
Y al final, acabamos tirando del truco: llamas a un experto del que ya sabes antes de llamarle que dirá lo que necesitas que diga, buscas un paper que desmonte lo que quieres que sea desmontado o empiezas a poner comillas y cursivas por todo el texto para que el lector tenga claro que no te crees una palabra de la versión oficial. Y no, no te las crees. Pero no es sencillo explicar que no estás hablando de una diferencia de opinión entre varias opciones realistas, sino de un tipo que te está diciendo que el cielo es rojo cuando tú dices que es azul... y que pretende que su opinión valga lo mismo que la tuya (o más, porque la suya tiene el membrete de un Ministerio).
Las previsiones
La versión light de esto serían las previsiones de crecimiento para este año y el que viene. Digo "light" porque éste es el tema más absurdo sobre el que escribimos los periodistas de información económica. Páginas y páginas dedicadas a contar lo que unos tipos que se equivocaron en el pasado anticipan que pasará en el futuro. A mí me vale cualquier cosa: ¿que el ministerio dice que 8? Como si dice 80. ¿Que el servicio de estudios de tal banco asgura que 6? Pues más o menos la misma fiabilidad.
Pero hombre, aquellos que dicen que se las toman en serio, que lo hagan. Mira uno el panel de Funcas (que tampoco hablamos de una conspiración ancap) y ya sabe lo que el economista bienpensante pronostica que pasará en los próximos meses. El consenso dice un 4,8% para este 2021 (a finales de noviembre, lo normal es que no se equivoquen mucho, más allá de las rarezas que nos está dando el PIB de este año y que habrá que revisar con cuidado) y un 5,7% para el año que viene. El Gobierno no ha tocado su 6,5% y 7,0%.
¿Creíble? Miren, yo me lo creo todo. Como les decía, tengo en muy poca estima este juego de las previsiones. He visto en mi vida todo tipo de errores. Desde luego, mucho más groseros que el de pasar del 5,7% al 7,0% en un año. Me parecería bien que, si el Gobierno cree que esa será la tasa de variación del PIB para el próximo ejercicio, la mantenga. De hecho, mi apuesta personal es que el próximo año creceremos bastante más cerca del 7% que del 5,7%. El problema es que no se lo cree. No lo cambia por (1) no decirlo y (2) no tener que retocar los Presupuestos, que es un lío. ¿Tiene sentido informar de algo que suele ser un mal pronóstico, y que ahora ya no es nada más que una cifra política, simplemente porque sigue siendo la oficial?
Pero si alguien se lleva la palma estos días no es Nadia Calviño, sino el otro ministro técnico del Gobierno. José Luis Escrivá está sometiendo a la opinión pública al mayor ejercicio de engaño que uno recuerda desde el Consejo de Ministros. Y lo está haciendo, como denuncian Bergstrom y West, apoyándose en su conocimiento técnico. Está usando lo que debería ser algo positivo (un dominio de la materia que los Garzón o Belarra de turno ni imaginan) para el mal: manipular la realidad del capítulo más importante del Presupuesto, las pensiones.
Por ejemplo, lo de la "cajita". Podían habernos dicho (ya lo hicieron antes) que se equivocaron al enviar ese documento a Bruselas o que no estaba consensuado o cualquier otra mala explicación. Mala, pero creíble. Pero lo que Escrivá quiere que creamos es que el Gobierno español, en un documento sobre ajustes y reformas enviado a la Comisión Europea, ha prometido más gasto en la partida más importante del Presupuesto. No el mismo gasto con otro reparto por jubilado. No una medida para moderar el castigo a los trabajadores con unos últimos años complicados y que su evolución sea menos mala que la del resto. No, lo que nos dice es que aprobarán un nuevo sistema de cómputo que dispararía el gasto (si aceptamos la interpretación que quieren que aceptemos) en varios puntos del PIB; una subida que se sumaría a la del incremento ya previsto por el envejecimiento y las pensiones más elevadas de los nuevos jubilados. ¿Cómo informar sobre esto?
La serpiente de la hucha
Pero la serpiente de esta semana es todavía peor. Lo del "mecanismo de equidad intergeneracional" pactado con los sindicatos, y que servirá para rellenar la hucha de las pensiones, es mentira incluso aunque sea cierto lo que nos ha vendido el ministro.
1 – Nos dijeron que va a recaudar 50.000 millones. ¿Para qué? Para equilibrar gastos-ingresos del sistema a partir de 2032 y durante varias décadas. Pero ya tenemos un déficit real ANUAL de entre 40.000 y 50.000 millones, según cuáles sean las partidas que contabilicemos y sin incluir los 4.000-5.000 millones de gastos operativos de la Seguridad Social.
Porque hay que recordar que ésta es la principal manipulación: hablar de "hucha" y de "50.000 millones", una cifra que al ciudadano medio le puede parecer muy elevada y suficiente, pero que no lo es, ni por asomo, en el contexto de la evolución de ingresos, gastos y déficit acumulado en materia de pensiones que habrá entre 2025 y 2045. Con hucha o sin hucha, seguirá habiendo reformas que implicarán recortes en la generosidad del sistema.
2 – Un déficit que, además, seguirá disparándose en la próxima década (y más todavía si nos creemos la interpretación de Escrivá sobre lo que quiere decir "la cajita" de Bruselas). Según la misma presentación del jueves, con la nueva subida de cotizaciones se recaudará el equivalente a dos décimas de PIB. La AIReF anticipaba para 2030 un incremento del gasto en pensiones de 1,2 puntos de PIB (es decir, seis veces más de lo que se recaudará), en un cálculo que incluía el Factor de Sostenibilidad. Lo que quiere decir que sin el FS nos iremos fácilmente a cerca de dos puntos más de gasto en 2030.
¿Habrá nuevas reformas-recortes para contener este crecimiento? Nos dicen que no salvo en unos pequeños cambios para incentivar el alargamiento de la vida laboral. De hecho, ¡nos dicen que el principal cambio prometido a Bruselas es para gastar todavía más!
3 - ¿Para que se usarán esos 50.000 millones? Pues nos dicen que es ¡¡"una medida de cierre"!! que operará como "un colchón de seguridad adicional" en función de "evaluaciones trienales" entre 2032 y 2060.
Vamos, que tendremos unos 1.800 millones de euros para cada uno de esos años. Lo que está muy bien, porque quiere decir que ya sólo nos quedan otros 48.000 anuales para "cerrar" algo de verdad; si el resto del déficit sigue como hasta ahora, que ya hemos visto no seguirá.
4 – Para justificar el nuevo mecanismo, Escrivá comparaba el impacto mensual de la subida de cotizaciones (12 euros al mes durante 10 años) con lo que perdería cada futuro pensionista con el Factor de Sostenibilidad de la reforma de 2013. La cifra que más se ha repetido es que el FS suponía un recorte de hasta el 20% de la futura pensión. Y sí, así habría sido ¡¡en 2070!! si no hubiera habido cambios ni en el sistema ni en la forma de financiarlo en las próximas cinco décadas.
Porque, además, el Factor de Sostenibilidad implicaba un recorte en las pensiones... si los gastos del sistema seguían por encima de los ingresos. De hecho, las mismas trampas que ahora se van a aplicar (lo de mover las partidas del Presupuesto de la Seguridad Social al Estado, en un ejercicio de trilerismo) podrían haberse usado para compensar el impacto del FS. Como siempre explicamos, al final habría dado igual para el Reino de España, que es el ente que consolida y realmente importa, pero puestos a hacer trucos...
5 - Y lo mejor de todo es que ¡ni siquiera esos 50.000 millones son de verdad! Que no servirían de casi nada en ningún caso. Que la hucha es una ficción contable que en los años en los que fue necesaria estaba invertida en deuda española (es decir, que si España hubiera quebrado, también lo habría hecho el mecanismo de respaldo que en teoría aseguraba el futuro de sus pensionistas). Pero es que, además, no existen.
Ya lo explicábamos el martes en Libre Mercado: suponiendo una recaudación anual de 2.700-2.800 millones en 2023 (una cifra relativamente optimista) y aun teniendo en cuenta el previsible incremento de esa cifra a lo largo de la próxima década, los 50.000 millones no aparecen ni por asomo. Es cierto que hay muchas dudas: ¿cuál será la inflación en los próximos años? ¿cómo evolucionarán el empleo y los sueldos? Pero incluso así, las cuentas no nos salían. Para alcanzarlos habría que invertir el dinero de los pensionistas futuros (se supone que eso es la hucha) en ¿bolsa? ¿bonos de alto riesgo? ¿bitcoin? Parecen preguntas absurdas, pero más aún es pensar que invirtiendo en deuda española, con los rendimientos de los últimos años, se iban a obtener las rentabilidades necesarias para llegar a esa cifra. Y no es porque en Libre Mercado seamos especialmente escépticos: El País, con datos del propio Ministerio, calculaba el miércoles que, para llegar a los 50.000 millones que el Gobierno anunció el lunes, tendría que sacar alrededor de un 7% de rentabilidad anual de 2023 a 2032. Vamos, que dan ganas de darle el dinero a Escrivá, no sólo el de la hucha, sino el que cada uno tengamos en fondos de inversión: ¿un 7% anual? Ni tan mal.
La realidad es que sólo hay tres opciones: (1) No se logra esa cifra. (2) Cambia de la A a la Z la forma de invertir de la hucha de las pensiones y comienza a meter el dinero en activos de riesgo. (3) Se dispara la rentabilidad del bono español (lo que tampoco es una gran noticia que digamos, porque querría decir que lo estamos pasando muy mal en los mercados y que los intereses nos ahogan).
¿Cuál es la opción de Escrivá? Para empezar, recordemos la primera mentira: en cuanto rascamos un poco y vamos al detalle, ya no se habla de 50.000 millones como se dijo el lunes, sino de bastante menos. En su presentación del jueves en el Congreso (ver aquí), planteó tres escenarios algo más realistas. Incluso así, las nuevas cifras también son poco creíbles: 40.000 millones con una rentabilidad de punto inferior a la histórica del Fondo de Reserva; 42.000 millones con la rentabilidad histórica del Fondo de Reserva (3,5%) y 44.000 millones con una rentabilidad un punto superior a la histórica.
De nuevo, la manipulación técnica. La del que sabe de lo que habla. Es posible que la rentabilidad histórica del Fondo de Reserva, que se nutrió de aportaciones sobre todo entre 2000 y 2012 sea del 3,5% anual. Entre otras cosas porque cuando ese Fondo estaba lleno, entre 2008-2012, se invirtió de forma masiva en deuda española, en uno de los peores momentos para nuestros fondos soberanos. Volvemos a lo que decíamos antes: ¿dónde va a invertir la hucha de las pensiones el dinero que acumule en la próxima década? ¿En activos que aseguren un 3,5% anual libre de riesgos? ¿Cuáles son? Porque ahora mismo, no se intuyen. ¿En deuda española? Porque ahora mismo ofrece rendimientos cercanos al 0%. ¿Escrivá cree que la deuda española empezará a remunerar a sus poseedores al 3-4% en los próximos años? Pues que explique todas sus implicaciones: su carrera laboral y su currículo le facultan para hablar de estos temas. Pero que no nos engañe mezclando rentabilidades de 2008 con perspectivas para 2023. Porque yo sí preveo mucho movimiento en los mercados de deuda soberana en la próxima década, pero estoy convencido de que no es eso lo que él quiere transmitir (riesgo, incertidumbre, tensión en los mercados, prima de riesgo disparada, subida de tipos de interés...) a los futuros pensionistas.
Al final, otra vez, me sale una columna de opinión. Sigue sin haber un formato correcto para esto. Cuando la "porquería" (me ahorraré el término técnico para el titular) pasa a las cifras oficiales, no hay mucho que hacer.