Madrid es una de pocas capitales, de entre las grandes potencias europeas, que no ha celebrado nunca unos Juegos Olímpicos. El primer intento tuvo lugar en 1972, cuyas olimpiadas albergó finalmente Múnich. Más recientemente, Madrid postuló a los juegos de 2012, 2016 y 2020, pero la insistencia no dio los frutos deseados, siendo Londres, Pekín y Tokio las ciudades elegidas, respectivamente.
Ahora, tras digerir la decepción de los últimos fracasos, la ilusión por traer la llama olímpica a la capital española parece volver a resurgir. En este sentido, según una reciente encuesta realizada por NC Report, el 59,1% de los madrileños estaría a favor de presentar la candidatura de cara a los Juegos de 2036, mientras que el 81,8% opina que la ciudad está preparada para albergarlos. Aun así, estas cifras quedan lejos del abrumador apoyo que el sueño olímpico despertaba allá por 2013, con tasas superiores al 90%.
Al mismo tiempo, las autoridades capitalinas han remarcado su voluntad de que Madrid vuelva a postular para las olimpiadas. El alcalde popular, José Luis Martínez Almeida, comenzó su mandato desempolvando el sueño olímpico: "Vamos a iniciar conversaciones para intentar traer los Juegos Olímpicos de 2032", afirmo. Intención que fue inmediatamente compartida por la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso.
Yo también quiero volver a ver a nuestra capital, #Madrid, hacer soñar a toda #España. pic.twitter.com/cyWsaeNBfz
— Isabel Díaz Ayuso (@IdiazAyuso) June 16, 2019
Si bien la idea original pasaba por desempolvar el Madrid olímpico de cara al año 2032, la pandemia del coronavirus centró la atención de las autoridades en asuntos mucho más urgentes, y las miradas están ahora puestas en una posible candidatura para el año 2036. Así, la vicealcaldesa Begoña Villacís llegó a asegurar el pasado mes de septiembre que Madrid optaría por albergar los Juegos en dicho año. Ante estas declaraciones, Martínez-Almeida matizó que hará "todo lo que esté en su mano" para que Madrid acoja los juegos, ya sea en 2036 u otro año, aunque señaló que sería necesario "un consenso social, político e institucional". En la misma línea se ha posicionado recientemente el presidente del Comité Olímpico Español, Alejandro Blanco, así como su homólogo del Comité Paralímpico, Miguel Carballeda.
Pero, más allá de la ilusión que los Juegos parecen despertar en los madrileños y en sus gobernantes, ¿sería una candidatura olímpica realmente beneficiosa para la capital española?
La ‘maldición’ olímpica
Desde su renacimiento moderno, los Juegos Olímpicos se han vuelto irreconocibles. En la primera edición del los Juegos de verano, celebrada en Atenas en el año 1886, el evento contó con la participación de apenas 241 deportistas procedentes de 14 países, que competían en 43 pruebas correspondientes a 9 deportes distintos. Hoy en día, la historia es bien distinta: en la última edición, celebrada este año en Tokio, el número de participantes ha ascendido a 11.226, enviados por las delegaciones de 205 países. Por su parte, los contendientes se someten ahora a 339 pruebas y 33 deportes.
En el caso de los Juegos de inverno, el número de atletas ha ascendido desde los 292 del año 1924 hasta los 2.920 de 2018, mientras que los países participantes han pasado de 16 a 92, y las pruebas o eventos desde 18 hasta 102 en el mismo periodo.
Más deportes y más participantes se traducen en un mayor espectáculo y potencial impacto mediático, pero también en un reto organizativo cada vez más complicado para las ciudades que acogen los Juegos. A menudo, se afirma que, en términos económicos, los ingresos generados por la celebración de unas olimpiadas tienden a compensar los gastos en los que las ciudades incurren para organizar los mismos. Sin embargo, la evidencia empírica muestra algo muy distinto.
En 2013, Bent Flyvbjerg y Allison Stewart publicaron un revelador estudio que analizaba los costes de todos los Juegos Olímpicos, tanto de verano como de invierno, celebrados desde 1960. Los autores encontraron que todas las convocatorias acabaron superando los costes inicialmente estimados. El sobrecoste medio fue del 324% en términos nominales, y del 179% tomando en cuenta la inflación, tratándose de cifras significativamente mayores a las detectadas en otro tipo de megaproyectos, ya sean de construcción, de infraestructuras o tecnológicos. Asimismo, se acredita que la celebración de unas olimpiadas supone para las ciudades organizadoras uno de los mayores riesgos económicos que pueden existir, comportando a menudo deudas milmillonarias que tardan décadas en pagarse.
En la misma línea concluye el estudio publicado en 2016 por Robert A. Baade y Victor A. Matheson. En este caso, los economistas trataron de averiguar el desempeño neto obtenido por los Juegos olímpicos, teniendo en cuento tanto los costos de organización (infraestructuras de transporte y vivienda, infraestructuras deportivas y costos operativos) como los beneficios obtenidos en el corto plazo (principalmente, gracias al turismo) y en el largo plazo (en forma de mejoras en infraestructuras, inversión extranjera, aumento estructural del turismo o beneficios intangibles como el orgullo cívico). El resultado obtenido por los autores muestra que, en la mayoría de los casos, los Juegos hacen perder dinero a las ciudades anfitrionas, y que los beneficios netos positivos se dan solo en casos contados y en circunstancias muy inusuales, como en Barcelona 92 o Los Ángeles 84. Además, la relación costo-beneficio resultó ser peor en aquellas ciudades de países en desarrollo que en las del primer mundo.
Por no hablar de que gran parte de las infraestructuras construidas quedan abandonadas o infrautilizadas en el largo plazo, dando lugar a escenas apocalípticas como las registradas en muchos lugares de Rio de Janeiro una vez concluidos los Juegos.
Otro de los hallazgos obtenidos en esta investigación es que los costos que se estiman tienden a ser inferiores a los que se dan en la realidad, mientras que las expectativas de beneficios son infladas por los políticos y organizadores. Esto fenómeno también se da cuando se habla de la potenciación de la imagen o marca de una ciudad, fenómeno que raramente se ve impulsado salvo que la urbe anfitriona sea desconocida internacionalmente. En el caso de turismo, el efecto positivo detectado también tiende a ser inferior al esperado. De hecho, en casos como Londres o Pekín, la llegada de turistas en plenos Juegos Olímpicos fue inferior a la registrada en otros años.
Tokio 2020: los Juegos más caros de la historia
La celebración de los Juegos Olímpicos de Tokio no ha sido una excepción en lo que se refiere a los decepcionantes resultados económicos que la organización de este evento viene generando. De hecho, la ciudad nipona afronta una colosal resaca olímpica, como nunca antes se ha visto. Según recoge The Washington Post, las estimaciones más conservadoras estiman que el gasto de los Juegos fue de 15.400 millones de dólares, más del doble de lo estimado, mientras que una auditoría encargada por el gobierno japonés eleva esta cifra por encima de los 25.000 millones de dólares, una vez se tienen en cuenta todos los proyectos relacionados con el evento olímpico.
La principal causa tiene que ver con la pandemia del coronavirus. Por un lado, la situación sanitaria obligó a posponer la convocatoria de 2020 a 2021, lo que, por sí solo, elevó la cuenta de gastos en 2.800 millones de dólares. Por otro, la prohibición de entrada de público a los estadios y centros deportivos, junto con las restricciones de viaje, eliminaron prácticamente toda la recaudación procedente del turismo y la venta de entradas, perdiéndose con ello una recaudación de 800 millones de dólares. Así, la afluencia de turistas, que en condiciones normales se estimaba en 10 millones de personas, acabó reduciéndose a menos de 100.000 viajeros, incluyendo atletas, personal de las delegaciones y periodistas, los cuales fueron ‘encerrados’ en una ‘burbuja’ olímpica.
Las pocas fuentes de ingresos que permanecieron a salvo fueron las relacionadas con los derechos de emisión y patrocinios internacionales (4.000 millones), así como los patrocinios nacionales (3.000 millones). Todo ello, insuficiente para hacer frente a los ingentes gastos que la capital nipona ha tenido que asumir.
La financiación de todo ese déficit deberá ser sufragado por los contribuyentes japoneses en forma de mayores impuestos en los años venideros, así como en la acumulación de (aún) más deuda pública, que antes o después será asumida igualmente por los ciudadanos mediante impuestos más elevados o recortes en los servicios públicos.
¿Madrid 2036?
A la vista de los resultados expuestos, parece altamente imprudente e irresponsable plantear una candidatura olímpica en Madrid. Nuestra ciudad ya ha sufrido demasiado por las tres candidaturas fallidas, que han dejado un agujero en la administración superior a los 6.500 millones de euros por la construcción de infraestructuras. Muchas de ellas, permanecen infrautilizadas, como la Caja Mágica, cuando no completamente abandonadas y a medio construir, como el Centro Acuático de Madrid.
Al gran sacrificio económico y a los escasos beneficios, se suma el hecho de que el espíritu olímpico no parece estar en su mejor momento, tal y como revelan los datos de audiencias, con una tendencia estancada, cuando no decreciente, en los últimos años. De hecho, la NBC reportó que los Juegos de Tokio registraron el nivel de audiencia televisiva más bajo desde 1988.
Por otro lado, todo esto conduce a que el interés de las ciudades por acoger las olimpiadas sea cada vez menor. Hace años, todas las ciudades se peleaban por acoger unos juegos, mientras que ahora es el COI el que se pelea por encontrar una ciudad candidata. Ejemplo de ello es la masiva retirada de las ciudades candidatas a los Juegos de 2024. Hamburgo se excluyó después de que sus ciudadanos votaran ‘No’ en un referéndum, mientras que Boston, Roma y Budapest también retiraron sus candidaturas. Como resultado, solo quedaron dos candidatas: París y Los Ángeles. Y, visto lo visto, el COI acabó quitándose el problema de encima: París albergaría los Juegos en 2024 y Los Ángeles en 2028.
En el caso de las Olimpiadas de 2032, ni siquiera ha existido competición alguna. La anfitriona será la ciudad australiana de Brisbane, la primera desde Los Ángeles 84 en ganar sin oposición.
Esta situación de desinterés, junto al previsible impacto económico negativo, hace que nos preguntemos: ¿Realmente le merece la pena a Madrid acoger unos Juegos olímpicos? ¿La (cada vez menor) ilusión que despierta este evento compensa al sacrificio económico que deberá afrontarse? ¿Están siendo los políticos madrileños sinceros con la ciudadanía en lo que se refiere a la celebración de unas olimpiadas? ¿Están los ciudadanos de la capital dispuestos a pagar más impuestos a costa de organizar unos Juegos?