Para algunos lectores es posible que no les diga nada el nombre de Ludwig Erhard, pero si les digo que fue el artífice del milagro económico alemán de la posguerra, entonces seguramente sí caerán en la cuenta. Ludwig Erhard fue director económico de las zonas de ocupación británica y norteamericana, ministro de Economía del gobierno de Konrad Adenauer y, finalmente, canciller entre los años 1963 y 1966.
En 1957 publicó el libro Bienestar para todos (Unión Editorial), obra en la que explica las reformas que hicieron posible el milagro alemán. Para sacar adelante sus políticas tuvo que enfrentarse a las tenaces reticencias —cuando no abierta oposición— de las autoridades americanas de ocupación, de importantes sectores del mundo político y empresarial alemán e incluso de miembros del propio gobierno al que él mismo pertenecía.
Ludwig Erhard acuñó el acertado término de "economía social de mercado" en su convencimiento de que el orden económico liberal redunda en beneficio de toda la sociedad, que los logros económicos del capitalismo permean y alcanzan a todos los estratos sociales.
Para hacernos idea de las tremendas dificultades a las que tuvo que enfrentarse hemos de ponernos en situación: Alemania era un país devastado y arrasado, al cual se le amputó una parte muy importante de su territorio y población, con un paro estratosférico y un desabastecimiento feroz. Pues bien, en esas dramáticas circunstancias tuvo que salvar las enormes resistencias de las autoridades americanas de ocupación para poner en marcha su primera medida para reactivar la economía germana: derogar las decenas de ordenanzas sobre precios que, desde el final de la II Guerra Mundial, habían borrado del mapa cualquier rastro de libre mercado. Pero si la adopción de dicha medida fue audaz, más lo fue aun su determinación de no rendirse ante la presión social ejercida contra sus políticas económicas por los efectos iniciales que provocaron sobre los precios y el empleo. Esa firmeza de convicciones le llevó a aguantar el pulso hasta que, en menos de uno año, comenzaron a sentirse los verdaderos efectos de sus reformas: incremento exponencial de la producción, contención de los precios y aumento del empleo.
Su sistema económico pivotaba sobre dos ejes: la defensa de la libre competencia y la estabilidad monetaria. La defensa de la primera le lleva a impedir, bajo cualquier concepto, la formación de cárteles en cualquiera de sus formas y la segunda, a contener la inflación y proscribir el uso de la divisa como herramienta al servicio de la política exterior. No en vano, calificó el control de divisas como el "símbolo del mal".
Para Erhard, "un orden verdaderamente orgánico y armonioso solo se puede garantizar en mercado libre gobernado por la libre competencia de producción y la libre formación de los precios". Y estableció las claves del círculo virtuoso de la prosperidad: competencia, productividad, disminución de los precios y aumento real de los salarios. La base del sistema de economía social de mercado es la creación de un marco que proteja e impulse la competencia de los actores económicos, dicha competencia lleva a incrementos de la productividad que a su vez provocan una disminución de los precios, lo que conduce finalmente a un aumento real —no nominal— de los salarios.
Las experiencias inflacionarias padecidas por Alemania en el periodo de entre guerras le llevaron a considerar la inflación como uno de los mayores males. De ahí que para él "conservar la estabilidad del valor monetario es la premisa ineludible para un crecimiento económico equilibrado y un progreso social auténtico y seguro".
Advirtió de los males del Estado Benefactor, el cual —a su juicio— debe limitar su actuación al ámbito de los menesterosos, pero en modo alguno debe extenderse a toda la población, ya que "la protección obligatoria del Estado tiene que detenerse allí donde el individuo y su familia se hallan en condiciones de proveer individualmente y con responsabilidad propia". Dejó clara su posición al afirmar "no te metas tú, Estado, en mis asuntos, sino dame tanta libertad y déjame tanta parte del fruto de mi trabajo que pueda yo mismo organizar mi existencia, mi destino y el de mi familia".
Erhard concebía la integración europea como función, no como una organización o institución, y alertó de los peligros que se derivarían de la burocratización y el dirigismo económico supranacional que él ya percibía y que el tiempo acabaría por darle la razón. Sus deseos de integración iban mucho más allá de Europa, a la cual entendía como un primer paso de una apertura de los mercados mucho más amplia: "Yo anhelo a toda costa el camino de la unión liberal y holgada con todos los países del mundo occidental, claro está, con nuestros socios europeos".
Uno de sus aportes más importantes fue la de concebir la libertad como un uno indivisible. La libertad no puede fragmentarse en compartimentos estancos, no puede trocearse la realidad social en celdas ni establecerse espacios autónomos de libertad en entornos iliberales. Según sus propias palabras, "la Libertad es un todo indivisible. Libertad política, libertad económica y libertad humana forman, a mi modo de ver, un complejo unitario. No es posible desgajar aquí una parte siempre lucir el derrumbamiento inmediato de todo el conjunto".
Ludwig Erhard nos demostró que las recetas de la economía de mercado no son abstracciones que solo operan en el ámbito de la teoría económica, sino que las mismas funcionan en el mundo real. El caso de la Alemania de la posguerra es un claro ejemplo de la extraordinaria capacidad del ser humano para generar riqueza para todos cuando goza de un marco de economía de mercado libre. Un entorno que permite al hombre desarrollar todas sus potencialidades. Bienestar para todos es un libro imprescindible para todo aquel interesado en las políticas públicas de verdad, que son aquellas que se limitan a establecer y proteger un auténtico orden social de mercado.