Ya no sé la de veces que me ha llegado el mensaje por Whatsapp o Twitter. Aparece una larguísima hilera de coches blindados cruzando las calles de Roma durante la celebración de la última reunión del G-20. Y el comentarista nos recuerda que Joe Biden viaja por el mundo con el acompañamiento de ¡¡85 vehículos!! Mientras, en la Cumbre del Clima de Glasgow, el presidente norteamericano y sus colegas nos invitan a comer insectos, calentarnos a la luz de las velas o ir al trabajo en bicicleta. Es lógico que lo más suave que le llamen sea hipócrita.
Por supuesto, el demócrata no es el único que acapara las iras del ciudadano medio, que ve cómo se dispara su factura de la luz mientras los líderes mundiales se calientan en lujosos hoteles con cargo al Presupuesto. Tenemos las imágenes de las páginas de seguimiento de vuelos, con los más de 400 que llegaron a Glasgow en los días pre-Cumbre, de las cenas de gala de los mandatarios, de los sueldos de los asesores climáticos, de las conexiones político-empresariales entre los activistas verdes... Los ejemplos sobre la incoherencia de los concienciados climáticos se acumulan.
¿Hipócritas? Dice la RAE que hipócrita es aquel que actúa con "fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan". No creo que esto les defina. A algunos sí. Seguro que hay más de uno que está por allí por lo que siempre se ha estado en los saraos político-sociales: por pillar, puesto o cacho, que hay de todo... pero pillar algo.
Pero tengo para mí que la mayoría son sinceros. Vamos, que se lo creen, que están convencidos de todo esto de la lucha contra el clima y la necesidad de que actuemos cuanto antes para evitar el apocalipsis. De hecho, seguro que, si les preguntamos por la comitiva de Biden o los aviones que han surcado el cielo escocés estos últimos días, tienen buenas razones que ofrecernos: desde la seguridad de los mandatarios invitados al hecho de que esos viajes suponen una mínima fracción de la contaminación que evitarán en el futuro los asistentes a la Cumbre.
También les digo que en parte eso me preocupa más: que se lo creen. Ves a alguien como David Attenborough, inteligente, culto y sensato afirmar en la inauguración del encuentro de Glasgow: "En mi vida he sido testigo de un terrible declive. En la suya, podrían y deberían ser testigos de una maravillosa recuperación. (...) Para eso están ustedes aquí". Y te echas a temblar. Sería mejor pensar que el tipo está fingiendo o que le han comprado para que mienta. Al menos entonces tendría una explicación racional. Pero que alguien que tiene 95 años, nacido en 1926, piense que la situación medioambiental, en cualquiera de sus facetas, es hoy peor que cuando vino al mundo... es de locos. Casi en cualquier métrica: masa forestal, cuidado del ecosistema, concienciación del ciudadano medio, emisiones per cápita, emisiones por unidad de PIB, dirección de la curva de emisiones totales, especies protegidas, etc. En todos estos aspectos, el Reino Unido de 2021 es mejor, por una diferencia abismal, que el de 1926. Si hay algo en lo que somos más conscientes que nuestros abuelos es en el impacto de nuestros actos en el medioambiente. No es que ellos arrasaran con todo por deporte. Casi siempre había buenos motivos para lo que hacían (motivos como alimentarse o calentarse), pero ahora, además, sabemos que aunque nuestras pequeñas acciones parecen no tener importancia, el impacto acumulado sí puede ser muy dañino; y por eso intentamos minimizarlo.
Pero hoy estaba con lo otro, lo de los aviones y las limusinas. Que yo creo que no es tanto hipocresía, es más inconsciencia.
Inconsciencia culpable, si quieren ustedes, porque deberían saber que no saben y luchar contra ese desconocimiento. Las estupideces en las que nos estamos embarcando son en parte un desafuero ideológico (el intervencionista que necesita cuidarnos) y en parte una religión moderna (el vacío del ateísmo se llena con el recurso a Gaia). Pero también pura y simple ignorancia. No ignorancia sobre el clima, sino sobre las medidas y sus consecuencias.
Lo escribíamos por aquí hace unos meses, con respecto a las leyes anti-Covid: el famoso skin in the game (jugarse la piel) de Taleb no sólo es más justo, es también más eficaz. O, dicho de otra manera, la mejor manera de que nuestros políticos no aprueben normas absurdas es que ellos las cumplan y les afecten. Con el clima pasa lo mismo. Esté uno muy poco o muy preocupado por el calentamiento global, si quiere normas eficaces, lo que debe pedir, en primer lugar, es que sean universales. No hablo de "universales" para todos los países, sino para todos los ciudadanos, empezando por nuestros líderes.
Aunque a menudo se confunden, los términos de la discusión no son científico-climáticos, sino económicos (y morales también, eso es verdad). Los oradores de Glasgow hablan de "esfuerzo", de "sacrificios presentes" o de renunciar a algo hoy para ganar mañana. Pues bien, ¡que se lo apliquen! Y no lo digo como castigo o porque quiera que lo pasen mal, sino para que sepan de verdad de lo que hablan y puedan valorarlo en consecuencia.
Al final, lo que estamos discutiendo aquí es si merece la pena. Es decir, si a cambio de unas menores emisiones y calentamiento global a final de siglo, debemos reducir el crecimiento económico hoy, penalizando el uso de fuentes de energía que han traído una mejora espectacular a la calidad de vida del ser humano en los últimos doscientos años. Mi respuesta es (1) que no, que nuestros nietos, mucho más ricos que nosotros, tendrán más herramientas para luchar contra ese calentamiento (o, incluso, tecnología para revertirlo). Además, (2) mi apuesta de prevención también es tecnológica: si alguien quiere reducir de verdad las emisiones a cero en los próximos 30-40 años (algo que se me antoja imposible, pero supongamos que es factible) creo que su mejor alternativa es invertir en la investigación en fuentes de energía baratas y renovables o en algún cacharro para la captura-almacenamiento de CO2.
Pero yo soy minoría. Biden, Obama, Johnson, Macron, Sánchez... y el resto de los que han hablado y hablarán en Glasgow, aseguran que ese "esfuerzo" ahora, ese coste presente, ese cambio en nuestras vidas actuales, es necesario e ineludible. Llegados a este punto, mi única petición es que ellos lo sufran. Y no para vengarme, sino para que puedan tomar una decisión consciente. De hecho, sea cuál sea el tema tratado, ésta sería la primera de las normas que pondría en nuestros parlamentos y en los tratados internacionales: o lo experimentas o no lo apruebas. Macron del Elíseo al Parlamento en bicicleta cada día, sorteando el tráfico, aunque haga 2ºC y llueva en París. Sánchez a viajar en tren, aunque tarde siete horas en llegar a Almería para asistir al último mitin del PSOE andaluz. Johnson a comer gusanos y sin vino, que para llevar cajas de Burdeos o Rioja a Londres hay que quemar mucho combustible. Seis mesecitos viviendo en verde y luego que se reúnan otra vez en Glasgow. A ver qué aprueban. A ver si ese esfuerzo, que esta vez sí sería real, merece la pena. ¿Populismo? No, eficacia. En los últimos años en España se ha hablado mucho del "valor pedagógico de la cárcel". Pasar del Falcon al Intercity también enseña lo suyo, no se crean.
Porque, si no, vamos a pensar que el "esfuerzo" es nuestro pero las fotos se las hacen ellos. Y por ahí no paso, ahí me pongo con los que me mandan los mensajes por Twitter, a contar limusinas. Ya lo decía mi abuela: "Una cosa es predicar y otra dar trigo". Yo con que no nos lo quiten (el trigo) me conformo.