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Domingo Soriano

Lo que no entiende Yolanda Díaz sobre los salarios y el "pagadles más"

Los empresarios no pueden determinar los sueldos de sus empleados a su voluntad. Ni por arriba ni por abajo. Si así fuera, todos cobraríamos el SMI.

Los empresarios no pueden determinar los sueldos de sus empleados a su voluntad. Ni por arriba ni por abajo. Si así fuera, todos cobraríamos el SMI.
EFE

Yolanda Díaz, ministra de Trabajo, en el Senado, el pasado martes:

Más de quince mil españoles y españolas fueron a Francia a la vendimia. ¿Me puede explicar que miles de personas se vayan a trabajar muy lejos de su casa si, como ustedes dicen, las empresas no tienen a trabajadores aquí? Les voy a dar un respuesta: el salario y las condiciones de trabajo.

Si algunos empresarios de nuestro país tienen dificultades para encontrar trabajadores y trabajadoras, les doy una pista: páguenles mas, ofrézcanles mejores condiciones de trabajo, denles más motivos para trabajar en sus empresas.

Imagino que no pretenden dar a entender [dirigiéndose al PP] que las personas desempleadas no trabajan porque no quieren.

La izquierda española no es demasiado imaginativa. Tampoco en estas declaraciones de Yolanda Díaz, que, como se dice ahora, se han viralizado en las redes sociales. Mucho ruido, mucho tuit de "así se habla" y mucho supuesto zasca al PP, pero no dejan de ser una copia de lo que Joe Biden hizo hace unos meses. De nuevo, esa relación de amor-odio de los progresistas europeos con EEUU: en teoría, detestan todo lo que suene a yankee, en la práctica, el 95% de sus ideas llegan de allí.

Sobre el fondo del asunto, mucho que decir. La argumentación de Díaz puede haberle generado muchos likes, pero desde un punto de vista económico, tiene numerosos flecos sueltos:

1. Los salarios y los empresarios que pagan "lo que quieren"

El primer error es pensar que los empresarios pagan lo que quieren o pueden determinar los salarios a voluntad. No lo hacen, ni por arriba ni por abajo. Si así fuera, todos cobraríamos el salario mínimo. Es lo que nos dice esta lógica: el empresario quiere maximizar beneficios y el salario es un coste; si puede fijarlo unilateralmente, ¿por qué casi todos los trabajadores cobran muy por encima del mínimo legal? Y no hablamos de Karim Benzemá, Luis Suárez o Frenkie de Jong sino del 99% de los empleados españoles (que también podríamos pensar en por qué los clubes les pagan tanto a sus mejores futbolistas, unos trabajadores que, en caso de no tener otro remedio, jugarían por mucho menos).

Por ejemplo durante los años del boom de la construcción, entre 2000 y 2006, hubo profesiones relacionadas con este sector en las que se dispararon los salarios. Eran ocupaciones de baja cualificación, manuales y reservadas para trabajadores a los que se suele situar en la base de la pirámide laboral: sin embargo, la falta de operarios titulados o con experiencia, impulsó sus sueldos al alza. ¿Los empresarios del sector eran menos malvados en aquellos años?

2. Los salarios, los beneficios y la productividad

Estas afirmaciones se curarían... empleando. Cualquier empresario, incluso el más progresista del mundo, sabe que los salarios que puede pagar tienen un límite superior: el que marcan los beneficios y la productividad que aportan sus empleados. También lo vimos en la última crisis: por ejemplo, en el mundo del espectáculo, cuando figuras muy relevantes de la izquierda española tuvieron que cerrar sus negocios o despedir a algunos trabajadores porque lo que estos generaban no era suficiente como para abonarles los sueldos (aquí, por poner sólo un ejemplo, lo que le ocurrió a Andreu Buenafuente).

Ahora no estamos en una crisis como aquella, pero los límites de la gravedad económica siguen ahí: si un empresario paga 100 y el trabajador aporta 80, saldrá perdiendo y no contratará o quebrará si lo hace. De hecho, contratando mucho con estas cifras, la empresa puede incluso crecer en ingresos-ventas, pero caerán sus beneficios (o entrará en pérdidas).

Las razones por las que la productividad de las empresas españolas es muy baja, sobre todo entre las pymes, son muy diversas: tamaño, falta de formación entre los trabajadores pero también entre los empresarios, poca inversión en capital, falta de innovación, rigideces en algunos de los principales mercados (como el laboral), exceso de regulación... Pero ese es otro tema. Aquí la clave es: ¿cuánto podemos pagar? Pues lo que genere cada uno: por eso los futbolistas del epígrafe anterior cobran tanto; porque se venden muchas entradas gracias a su juego y porque hay muchos clubes en Europa que les harían buenas ofertas si Madrid, Barça o Atleti quisieran recortar sus sueldos.

3. La competencia y los clientes

Por supuesto, también tiene mucho que decir la competencia, exterior e interior. Decíamos antes que un empresario bondadoso no podría poner un sueldo elevado a voluntad.

Porque incluso aunque una empresa QUIERA pagar 150, si su rival (en España o en el extranjero) paga 100... no podrá hacerlo. Porque estaría siendo un 50% más cara y, salvo que su producto sea de una enorme calidad, los consumidores lo rechazarán.

Que ésa es otra: la izquierda exige siempre a las empresas que paguen salarios más altos, pero también que cobren precios más bajos a los consumidores. No es fácil compatibilizar las dos cosas. Si una empresa cada vez tiene costes más elevados y no puede trasladarlos al consumidor (bien porque la competencia no se lo permite o bien porque las leyes sociales de un Gobierno de izquierdas prohíben subir los precios), tendrá problemas y en no mucho tiempo.

Esto no es sólo una cuestión ideológica: en realidad, nos pasa a todos. Como trabajadores, queremos cobrar más y sentimos que lo merecemos. Como clientes, miramos con atención los precios y sólo pagaremos más si hay un salto de calidad muy evidente (y, a veces, ni así).

4. Los trabajadores que no están

Además, no es cierto que las quejas sobre la falta de empleados vayan siempre dirigidas a empleos de muy bajo nivel. En España, los sectores con más dificultad para cubrir sus vacantes suelen ser aquellos en los que se demandan titulaciones o conocimientos que escasean. Es decir, muchas veces no es cuestión de salarios, sino de formación.

Pero, de nuevo, incluso aunque haya un número alto de parados que podrían cubrir las vacantes de un sector, esto no quiere decir que los empresarios puedan subir los salarios o se les pueda obligar a hacerlo. Y, aunque a Díaz le resulte increíble, lo harían si les saliera rentable. Esto es teoría marxista clásica, con todo aquello de la plusvalía y los propietarios del capital que se quedan con el extra que produce el proletario: si los sueldos están en 100, pero los trabajadores producen 150, el empresario que no pagase 110 estaría siendo tonto, porque estaría perdiendo la oportunidad de apropiarse de 40. Que sí, que les gustaría pagar 90... pero si no les queda más remedio, deberían pagar 110, ¿o no?

La clave es la que apuntábamos en el anterior apartado: a 110 a lo mejor se quedan fuera del mercado porque su competencia está pagando 100. O porque el cliente final no está dispuesto a gastar más en ese producto y a 110 lo cambiaría por alguna alternativa.

Por esto, tampoco es casualidad que los mayores problemas para cubrir vacantes normalmente los tengan las pymes: estas empresas tienen menor capacidad para absorber un incremento de costes o trasladarlo al cliente.

Todo esto está detrás de lo que denuncian desde hace meses los empresarios del transporte en toda Europa: que no tienen trabajadores por falta de formación y porque nadie quiere subirse a un camión a los precios actuales. Respuesta fácil: "Pagadles más". Y sí, los salarios están subiendo en el sector. Aunque, incluso así, hay vacantes sin cubrir. Respuesta fácil nivel 2: "Pagadles todavía más". Y la pregunta sale sola: "El cliente final, ¿pagará ese extra? ¿Y pagará el extra para compensar el gasóleo, que también está más caro?".

Aunque Díaz no se lo crea, un empresario que antes pagaba 100 y vendía a 120, no tendría problemas en pagar 200 si pudiera vender a 240. El problema es que este empresario sabe que, al contrario de lo que dicen los argumentarios del Gobierno, trasladar ese incremento de costes al cliente final es muy complicado.

5. ¿No estarán insinuando los del PP que los parados no quieren trabajar?

Ésta es la parte más extraña de la intervención de Díaz. Aquí nos salimos del campo económico y nos vamos directamente a la lógica. Porque dice una cosa y la contraria en apenas 30 segundos. Aunque tampoco es la primera vez que esta ministra es incoherente, eso es cierto.

Por un lado, dice a los empresarios: paguen más y encontrarán trabajadores. O, lo que es lo mismo, está afirmando que con los sueldos actuales hay muchas personas que no están dispuestas a trabajar.

A nosotros no nos parece mal que haya parados en esa situación. De hecho, es lo que ha ocurrido a lo largo de la historia: el tira y afloja clásico del mercado laboral. El empresario piensa "si te pago más, entro en pérdidas... no puedo pasar de este límite". El trabajador reflexiona "por ese salario, no me merece la pena, prefiero buscar otra cosa o quedarme en casa".

El problema es que Díaz primero afirma que hay desempleados que con estos salarios no quieren entrar al mercado laboral... y luego señala al PP y les dice a sus senadores "no se atrevan a insinuar que hay parados que no quieren trabajar". ¿?¿?

Apunte extra: queda al margen del asunto de esta columna, pero no queremos terminar sin darle a Díaz una buena noticia. La demografía, que en otros asuntos como las pensiones nos complicará la vida en las próximas décadas, debería favorecer la posición negociadora ante las empresas de los trabajadores jóvenes occidentales. De hecho, hay muchos indicadores de que ya lo está haciendo en algunos países. Eso sí, el peso de la productividad del que hablábamos antes seguirá ahí (el sueldo tiene que ir ligado a lo que cada uno aporte), como también seguirán ahí opciones como invertir en capital o guardarse el dinero a que haya oportunidades de inversión más claras.

6. El servicio de Díaz

Por último, un recordatorio: casi todos somos trabajadores y empresarios. No empresarios formales, pero sí contratamos servicios y algunos de ellos con asiduidad.

Por ejemplo, servicio doméstico, un tipo de trabajo que en Podemos hemos sabido que es relativamente común (Montero o Echenique han tenido sus más y sus menos con sus empleados y sus condiciones laborales). No sabemos si Díaz tiene empleada fija en casa, aunque no nos extrañaría.

Imaginemos la clásica conversación de "cómo está el servicio". Esa caricatura tan querida a la izquierda de dos señoronas (de las que tienen un sueldo como el que cobran los ministros) que dicen "es que no encuentro chica" o "¡¡me quiere cobrar 15 euros la hora!!". ¿Cuál es la realidad tras esta parodia? Pues que cada familia con sueldo medio-alto piensa: " (1) Cuánto me costaría tener servicio doméstico. (2) Hasta tal punto, puedo pagarlo; por encima, me quedo sin dinero para estas otras cosas que también me importan mucho. (3) A partir de ese salario-hora, no me merece la pena, ya lo hago yo o se queda la casa más sucia".

Costes-productividad-alternativas: el esquema mental es el mismo en esta familia y en un empresario. Qué me aporta este empleado y cuál es su coste. Si las cuentas no salen, no le contrato: y no es por maldad, sino porque no puedo contratarle.

¿Cuánto le paga Díaz a sus empleados, si los tiene? ¿Cobran más o menos que ella? ¿No le parece injusto que, con lo difícil y sacrificado que es el trabajo de empleado doméstico, estas personas ganen menos que una ministra? Muchas preguntas. A ver si entran en la próxima Sesión de Control.

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