La concesión del Premio Nobel de Economía de 2021 a David Card, que comparte el reconocimiento con sus colegas Joshua D. Angrist y Guido W. Imbens, ha sido utilizada por la izquierda española esta semana para defender las subidas del salario mínimo interprofesional aprobadas por el gobierno de Pedro Sánchez.
Tomando como referencia las investigaciones de David Card, políticos y periodistas afines al Ejecutivo han intentado trasladar la idea de que, según los trabajos del economista estadounidense, elevar el coste básico de contratación no tiene un efecto negativo sobre el empleo.
Sobre el papel, es evidente que esto no se sostiene:
- Subir el salario mínimo siempre tiene un efecto sobre el empleo porque, de lo contrario, podríamos fijar un coste laboral básico de 2.000 euros y el paro no se resentiría.
- Puede ocurrir que el salario mínimo aumente y no se genere una mayor tasa de paro, pero sí se produzca un efecto paralelo, por ejemplo el de reducir la población activa, al empujar a los trabajadores afectados hacia la economía sumergida o la inactividad económica.
- Es verdad que un aumento moderado del salario mínimo puede tener un efecto menos adverso en ciertos territorios o sectores (por ejemplo, el salario mínimo vigente en España no afecta igual a Madrid que a Extremadura, como tampoco golpea de manera homogénea al sector público que al privado).
Partiendo de esa base, no hay que olvidar que el salario mínimo aplicado en España ha subido un 40% en los últimos cuatro años y que el servicio de estudios del Banco de España ha comprobado que el encarecimiento del 22% decretado en 2019 ha tenido el efecto de destruir hasta 180.000 empleos.
Lo que dice Card
Sin embargo, el anuncio de Card como uno de los economistas premiados con el Premio Nobel de Economía ha hecho que miembros del gobierno como la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, y periodistas de cabecera en las filas de la izquierda, como Antonio Maestre o Ignacio Escolar, se lancen a proclamar que la Academia sueca estaría validando la peregrina de que subir el salario mínimo no es, en absoluto, potencialmente negativo para el empleo.
Como es habitual, la realidad es mucho más compleja de lo que sugiere la propaganda izquierdista. El trabajo en cuestión al que aluden Díaz, Maestre y Escolar es un artículo académico publicado en 1994 en el que David Card y Alan B. Krueger estudiaron qué pasó con el empleo de los trabajadores del sector de la "comida rápida" cuando, en 1992, el gobierno de Nueva Jersey aprobó un aumento del salario mínimo aplicable a dicho sector.
Nótese, pues, que hablamos de un concepto de salario mínimo distinto al de España. No estamos ante un coste laboral básico que se aplica por igual a todos los trabajadores, sino ante un salario mínimo que se aplica solamente sobre un segmento concreto del mercado de trabajo (los restaurantes de "comida rápida"). Además, tampoco estamos ante un estándar común para todo el país (Estados Unidos), sino ante un salario mínimo descentralizado, de alcance regional (en este caso, aplicable a Nueva Jersey).
Al contrario de lo que sugiere la izquierda Card y Krueger, encontraron que los niveles de empleo registrados en la industria de la "comida rápida" no sufrieron un deterioro tras el aumento del salario mínimo, pero no afirman nada respecto al conjunto del empleo. De modo que sus conclusiones solamente son sectoriales y pretenden ser de aplicación para la totalidad del mercado de trabajo.
Por otro lado, sabemos que el Banco de España estimó el impacto de la subida del salario mínimo basándose precisamente en el mismo tipo de metodología que plantearon Card y Krueger en su estudio de 1994. De modo que, empleando el mismo enfoque que ahora reconoce el Premio Nobel de Economía, ha quedado constatado que las subidas del salario mínimo decretadas por el gobierno de PSOE y Podemos han tenido, precisamente, un efecto devastador sobre el mercado de trabajo.