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Daniel Rodríguez Herrera

Cómo nos manipulan los verificadores malditos y neutrales

Al final, las agencias de verificación se han transformado en una herramienta más de descrédito de unos medios enfocados esencialmente a sostener el discurso hegemónico.

Al final, las agencias de verificación se han transformado en una herramienta más de descrédito de unos medios enfocados esencialmente a sostener el discurso hegemónico.
Ana Pastor, fundadora del controvertido verificador Newtral. | La Sexta

Uno de los métodos que emplean las agencias de verificación de noticias para funcionar como agentes de la izquierda es la selección de aquello que consideran digno de evaluar como cierto, falso o engañoso. Incluso un mero retraso a la hora de abordar un tema ya permite que una mentira dé la vuelta al mundo mientras la verdad aún no ha tenido tiempo de ponerse las botas. Esta indolencia contrasta en muchas ocasiones con la velocidad con la que se ponen en marcha cuando un político de derechas dice algo falso o que, sin serlo, se puede calificar de engañoso con cierta imaginación.

Esto no sólo sucede en España, claro. Fue en Estados Unidos donde surgió esta moda ante el bulo de que Donald Trump había ganado las elecciones gracias a las fake news. Mientras, los periodistas ganaban premios Pulitzer por propagar la mentira de que había ganado gracias a la colaboración con el régimen ruso de Putin, sin que los verificadores profesionales, untados con dinero de los gigantes de internet, les pusieran ni un pero. La verificación de noticias fue una tabla a la que la credibilidad de la prensa hubiera podido agarrarse, pero desde el minuto uno de partido pudimos ver lo contrario.

Por ejemplo, este lunes, con la concesión del Premio Nobel de Economía diversos popes de la izquierda, desde el todólogo Euprepio Padula hasta la ministra de Trabajo Yolanda Díaz, pasando por el subvencionado Rubén Sánchez y el periolisto Javier Ruiz y medios como el panfleto de Escolar, el de Maraña o Zoom News, hicieron circular que uno de los galardonados, David Card, había demostrado que el salario mínimo no provoca paro. Así, empleaban al economista como reivindicación de la reciente subida del SMI en nuestro país, a los que Echenique por ejemplo aprovechó para insultar, que el Banco de España determinó que destruyó hasta 170.000 empleos utilizando la misma metodología por cuya invención David Card ha recibido el Nobel.

Y es que el premio se ha otorgado a los tres economistas por sus técnicas para analizar de forma empírica los resultados de diferentes políticas, estudiando cada caso por separado. Card, en concreto, inventó el método de la diferencia en diferencias, que es uno de los dos empleados por el Banco de España en su estudio. Y lo aplicó al caso concretísimo de cómo afectó una subida del salario mínimo en 1992 al sector de la comida rápida en Nueva Jersey mediante la comparación con la vecina Pensilvania, que no lo aumentó. Su método, que es por lo que ha recibido el premio, puede aplicarse a otros casos. Sus resultados, en cambio, no. De hecho, generalizar de un suceso tan concreto va en contra del espíritu de la concesión del Nobel, que se ha otorgado a quienes han avanzado en el estudio empírico de casos específicos.

¿Y qué han dicho de este mar de falsedades nuestros fact-checkers patrios? A estas horas, absolutamente nada. Maldita lleva en portada un reportaje en el que acusa al Zendal de no haber alcanzado su máxima ocupación posible mientras que Newtral tiene un largo listado de mentiras de políticos de derecha salpimentado aquí y allá con alguna de un político de izquierdas, tan escasas que parecen hechas para disimular. Quizá les entre la vergüenza torera y saquen algo a lo largo de la semana, cuando la mentira de la izquierda haya sido publicada y proclamada a los cuatro vientos y aceptada como real por ese público al que se supone que los verificadores están dedicados a proteger. Porque, al final, las agencias de verificación se han transformado en una herramienta más de descrédito de unos medios enfocados esencialmente a sostener el discurso hegemónico. Algo que, como demuestra el caso de Estados Unidos donde nacieron, fue siempre la intención.

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