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Domingo Soriano

El huracán de la inflación y el peligro de ser la nueva Grecia

Ni haciéndolo a propósito encajaríamos mejor en el retrato robot de "el país que peor lo pasará si las cosas se complican".

Ni haciéndolo a propósito encajaríamos mejor en el retrato robot de "el país que peor lo pasará si las cosas se complican".
La vicepresidenta Nadia Calviño, en una imagen de archivo en La Moncloa. | EFE

En las próximas semanas, vamos a ver a nuestro Gobierno haciendo todo tipo de piruetas retóricas para explicarnos por qué no han podido hacer nada para evitar la inflación que ya está aquí y que recortará el crecimiento previsto para este año y el próximo. Los altos precios internacionales de la energía, las tensiones en la cadena de suministros, cuellos de botella en la producción de algunas materias primas... los culpable están saliendo a la luz y todos tienen la misma característica: están fuera de su alcance y afectan a todos los países. "Pío, pío, que yo no he sido..." versión Sánchez-Calviño.

No nos pilla por sorpresa. Cuando en el verano-otoño de 2008 se desató una crisis financiera a escala global que venía anunciándose desde al menos un par de años antes, la reacción fue similar: señalar lo obvio ("esto es un problema originado fuera") y obviar lo importante (cómo estamos preparados nosotros para afrontarlo). Porque todos pasamos por los años post-Lehman... pero sólo hubo una Grecia y unas cuantas semi-Grecias (España, Italia, Portugal). Los alemanes o los holandeses sufrieron años complicados entre 2007 y 2010, pero los que quebraron fueron los helenos y los que estuvimos a punto de despeñarnos por el mismo precipicio, el resto de los PIGS.

Ahora llega la inflación y la recuperación post-covid se anticipa más complicada de lo previsto. El debate no debería girar en torno a las causas de la subida de los precios (un tema más propio de una discusión académica) sino alrededor de preguntas que no queremos hacernos: qué vamos a hacer en lo que nos toca y quién será la Grecia de esta crisis. Porque nosotros tenemos muchas papeletas.

En este contexto, discutir sobre por qué está disparado el gas no nos llevará demasiado lejos. Podemos replantearnos la política energética disparatada que sigue Europa desde hace dos décadas. Pero eso tiene poco arreglo a unos años vista, aparte de que nadie parece realmente dispuesto a hacer algo al respecto. Ahora, lo más relevante es cómo protegernos para lo que llega (si es que todavía estamos a tiempo).

Al final, esto es como un huracán de esos que se forman en el Caribe al final del verano. Puede golpear muchas islas, pero no en todas hace los mismos destrozos. Del mismo modo, si tuviéramos que hacer un dibujo del país peor preparado para enfrentar la tormenta, nos saldría algo así:

  • Política monetaria irresponsable en la última década, unida a una nula mejora de la productividad. Aquí no estamos solos, nos acompaña el resto de la Eurozona. De hecho, también podríamos meter a EEUU en el saco, aunque con una diferencia: cuando tienes la moneda de referencia a nivel global y una economía tan competitiva como la norteamericana, los excesos de tu banco central se digieren mejor.
  • Política fiscal igualmente irresponsable: déficit y deuda públicos disparados, nulo ajuste del gasto, sistema impositivo mal diseñado y que penaliza la creación de riqueza y la estructura productiva... Por supuesto, hablamos del pasado pero también de futuro: población envejecida y que empezará a sufrir los efectos más importantes de su baby-boom en la próxima década, reforma de las pensiones que no es tal, patada a seguir en las grandes partidas presupuestarias, gasto sanitario creciente, deuda implícita disparada (hablamos de promesas de gasto a largo plazo, aunque no haya habido una emisión de bonos como tal)...
  • Dependencia del exterior, sobre todo en materias primas básicas y en lo que tiene que ver con la energía. Si los precios se disparan en los mercados internacionales, no es lo mismo que el 95% de tu energía provenga de fuera de tus fronteras a que lo haga un 50%. Las apuestas a largo plazo que no salen bien (por ejemplo, la anti-nuclear) se acaban pagando, antes o después.
  • Estancamiento de la competitividad, muchas veces unido a un pobre nivel de competencia y renovación empresarial. Mercados regulados, jugadores con posición dominante protegidos por la legislación, posibilidad de esos jugadores de imponer precios, poca flexibilidad en sectores clave...
  • Efectos de segunda vuelta. ¿Cómo se reacciona a los primeros signos de inflación? ¿Cebando el fuego o tratando de apagarlo? No es lo mismo un Gobierno que aguanta un otoño complicado con noticias de precios al alza tomando decisiones impopulares, que otro que se pone a la cabeza de la manifestación: SMI, pensiones, sueldos de los funcionarios... Y ya verán cuál es la posición de nuestros Sánchez o Díaz cuando comiencen las negociaciones de los convenios. Recordemos que en 2009-10 en España seguían subiendo los salarios mientras se destruían más de medio millón de empleos al año.
  • Controles de precios. Otra decisión política: qué hacer en aquellos sectores en los que más impacta la subida de precios. ¿Impulsar la competencia o tirar de BOE para controlarlos? Porque ya sabemos que este remedio es mucho peor que la enfermedad que quiere tratar. Y en España no podemos estar muy tranquilos con lo realizado en materia energética o con las noticias sobre esa Ley de Vivienda que se ha convertido en uno de los principales caballos de batalla entre PSOE y Podemos. Hasta ahora, hemos tenido mucha cháchara sobre cómo los ministros "técnicos" (así nos vendieron a Calviño y Escrivá) tratan de frenar a Díaz (antes a Iglesias), pero al final casi todas las peleas importantes han caído del mismo lado (de los que estaban todavía más equivocados).

Los cumplimos uno a uno como si estuvieran diseñados para nosotros. Ni haciéndolo a propósito encajaríamos mejor en el retrato robot de "el país que peor lo pasará si las cosas se complican".

Volvemos a la inflación: sí, está disparada en todos los países europeos pero, entre los grandes, sólo Alemania (otros con una política energética "comprometida y verde") tiene una décima (4,1% interanual) más que España (4,0%). Francia está en el 2,7% e Italia en el 3,0%. Para la Eurozona en su conjunto, el 3,4% que Eurostat anticipa para septiembre es el máximo de la última década.

Mi apuesta siempre fue que la realidad nos alcanzaría en 2026-27: se termina la euforia del crecimiento post-pandemia, llega la realidad a la política monetaria, comienzan las tensiones inflacionistas y los halcones toman posiciones en el BCE, las promesas de gasto en pensiones y sanidad disparan todavía más el déficit, se agota la paciencia del resto de los socios de la Eurozona ante nuestros incumplimientos... Pero ahora ya no tengo tan claro si el período de gracia durará tanto tiempo. Comienzan a sentirse los primeros síntomas de que las cosas van mal, de que el huracán se acerca. A todos los países de la Eurozona les golpeará, pero no a todos les afectará en la misma manera.

La Eurozona no quebró en 2008. Todos lo pasamos mal, pero a quien se llevó la Gran Recesión por delante fue a Grecia, que todavía no se ha recuperado ni tiene pinta de que vaya a hacerlo a corto plazo. Nosotros salimos de aquello llenos de magulladuras, pero todavía a flote. Eso sí, sin aprender apenas ninguna lección ni tomar medidas para evitar que nos volviera a pillar desprevenidos la tormenta. Y con el mismo discurso de siempre: "Esto no es culpa nuestra, viene de fuera, a todos los países les está afectando..." Como si fuera una maldición divina. Pero no lo es. Los precios del gas no están en nuestras manos; el resto de factores, sí; y no hemos querido y seguimos sin querer hacer nada en aquello que podemos controlar. Lo que nos pase, llevamos años buscándolo.

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