Antes del surgimiento del capitalismo, la mayoría de la población mundial vivía en la pobreza extrema. En 1820, esta era la circunstancia característica del día a día del 90% de la población del planeta. Hoy, este mismo indicador es inferior al 10%. En las últimas décadas, desde el fin del comunismo en China y otros países, la disminución de la pobreza se ha acelerado a un ritmo incomparable en cualquier otro periodo de la historia. En 1981, la tasa de pobreza ascendía al 42,7%, mientras que en 2000 había caído al 27,8%. En 2021, esta ratio es solo del 9,3%.
Pero hay más buenas noticias: el número de niños trabajadores ha disminuido significativamente, pasando de 246 millones en el 2000 a 160 millones en el 2020. Y todo esto a pesar de que la población mundial aumentó de 6.100 a 7.800 millones de personas durante este periodo.
A pesar de estos hechos, a la mayoría de la gente no le gusta el capitalismo. Según el Edelman Trust Barometer 2020, una encuesta que se realiza en 28 países, concluye que, en promedio, el 56% de los ciudadanos sondeados opina que "el capitalismo, tal y como existe hoy, hace más mal que bien al mundo". En Europa, los franceses son más propensos a respaldar esta afirmación (69%), seguidos de los italianos (61%) y los españoles (60%). El porcentaje es del 55% en Alemania y del 53% en Reino Unido. En Estados Unidos y Canadá, esta evaluación crítica del capitalismo es avalada por el 47% de los sondeados.
El anticapitalismo es casi una religión política. En las confesiones clásicas, el diablo es la expresión prototípica del mal en el mundo. Pues bien, en la religión política del anticapitalismo, el mercado asume el papel de encarnar el mal. En consecuencia, el capitalismo no solo es responsable de todos los males de la sociedad, sino que también es el factor que explica muchos de los problemas individuales de las personas. Así, mucha gente culpa al capitalismo del hambre, la pobreza, la desigualdad, el cambio climático, la contaminación, la guerra, la alienación, el fascismo, el racismo, la desigualdad de género, la esclavitud, el colonialismo, la corrupción, el crimen, las enfermedades mentales o la decadencia cultural.
Las guerras fueron más frecuentes en la época pre-capitalista que en el período transcurrido desde que nació el capitalismo. Numerosos estudios científicos sobre la "paz capitalista" han demostrado que el libre comercio y el capitalismo han reducido la probabilidad de que estallen conflictos militares. También hay numerosos estudios que muestran que los estándares ambientales son mejores en los países capitalistas que en los no capitalistas. Y, como ya dijimos anteriormente, el capitalismo ha reducido de forma histórica la incidencia del hambre y la pobreza. Entonces, ¿por qué la mayoría de la gente no quiere aceptar estos hechos?
Una de las razones es que cuando se trata de temas como el hambre, la pobreza, el cambio climático y la guerra, es muy difícil entablar una discusión basada en datos. Cuanto más emocionalmente cargado es un tema, menos dispuestas están las personas que debaten sobre él a reconocer los hechos, especialmente si estos hechos contradicen sus propias opiniones personales. Los científicos se han encontrado con este fenómeno en todo tipo de experimentos y estudios.
En numerosas encuestas representativas y casi idénticas que se han realizado a lo largo de las últimas décadas en distintos países, a los encuestados se les algún tipo de polémica inventada, refiriendo temas tan dispares como la ingeniería genética, el cambio climático, la energía nuclear o la polución. En todos los casos, se describía el mismo tipo de situación: los expertos estaban comentando el estado de las investigaciones sobre estas cuestiones pero un miembro de la audiencia les interrumpió gritando y exigiendo que "dejen de hablar de cifras y estadísticas" y de "comentar con frialdad" algo tan "crudo para la supervivencia del planeta". Pues bien, durante tres décadas se hizo siempre la misma pregunta y, de media, un 55% de los encuestados tendió a respaldar al "follonero" de turno y solo un 23% opinó que lo apropiado era guardar silencio, escuchar los hechos y mantener un debate menos apasionado y más racional.
Los anticapitalistas no van a cambiar de opinión por mucho que se les exponga la evidencia. Si hay pobreza, el capitalismo tiene la culpa. Si hay abundancia material, el capitalismo tiene la culpa. Si hay hambre, el capitalismo tiene la culpa. Si impera la obesidad, el capitalismo tiene la culpa.
La autora estadounidense Eula Biss, ampliamente celebrada por sus novelas , ha publicado en 2020 un libro que lleva por título "Tener y ser tenido" en el que habla sobre el sentido de la propiedad, el capitalismo y el valor de las cosas. Bliss cuenta, por ejemplo, una conversación con su marido en la cual éste le habría preguntado lo siguiente: "¿qué nos dice sobre el capitalismo el hecho de que, bajo un sistema así, tenemos dinero y queremos gastarlo, pero no podemos encontrar nada que valga la pena comprar?". Posteriormente, Bliss refiere una charla con su madre, quien le pregunta si considera que el capitalismo es bueno o malo: "estoy tentado a pensar que es malo, pero realmente ni siquiera sabría responder a esta pregunta".
Para muchas personas, el anticapitalismo es un tema emocional. Es, más bien, un sentimiento difuso de protesta contra el orden existente. No hay maldad, ni en la sociedad ni en mi vida personal, se dicen los anticapitalistas, que no se pueda achacar al "sistema" de libre mercado.
Rainer Zitelmann es el autor de "El capitalismo no es el problema, es la solución" (Unión Editorial, 2021). Considerado uno de los liberales más influyentes de Alemania, es doctor en Sociología e Historia, empresario de éxito y columnista habitual en medios como City AM, Frankfurter Allgemeine Zeitung, Le Point o Forbes.