Empecemos por lo básico: José Luis Escrivá, ministro de Seguridad Socia, tiene razón. No en si debemos jubilarnos a los 65-70-75... u 80. De eso no habló en la famosa entrevista en Ara que tantos dolores de cabeza le ha dado esta semana. En lo que tiene razón es en que los españoles estamos entre los europeos que menor tasa de empleo tienen a partir de los 50-55 años. Y esto es algo que cada vez es más relevante porque, como explicábamos hace unos días, nuestro baby-boom está llegando a la edad de jubilación teórica: las cohortes nacidas entre 1960-1975 son mucho más numerosas que las anteriores y posteriores.
Datos de Eurostat: en 2020, la tasa de empleo en el grupo de edad de 55 a 64 años ascendía al 77% en Suecia y superaba el 71% en Alemania, Dinamarca o Países Bajos. Enfrente, Italia tiene una tasa de empleo del 54,2% y Francia del 53,8%; España se queda en el 54,7% (algunos países del este tienen cifras incluso inferiores).
Lo mismo cabe decir para los que han superado esa edad. A partir de los 65, las tasas de empleo se desploman en todos los países europeos. Pero incluso así, el 18% de los suecos entre 65 y 74 años, el 15% de los daneses o el 14% de los holandeses siguen en el tajo. De hecho, tener un empleo por encima de la edad de retiro que casi todos tenemos en la cabeza es algo relativamente habitual en los países nórdicos, Suiza, Irlanda o los bálticos (todos ellos se mueven entre el 14% de Holanda y el sorprendente 32% de Islandia).
¿Por qué? ¿Por el paro? Pues no. Evidentemente, no ayuda tener una tasa de desempleo mucho más elevada que otros países. Pero ni mucho menos es la principal razón. Las causas parecen más culturales. ¿Por que nos lo podemos permitir? Pues tampoco: somos más pobres y tenemos más déficit y deuda que todo esos países, por lo que nos vendría de maravilla un aporte de impuestos-cotizaciones extra. Escrivá dijo que la raíz era cultural y en parte creo que tiene razón. Hay otro elemento, más normativo, asociado a las facilidades para incluir este tipo de cláusulas en los convenios. Pero desde hace 30-40 años, al menos desde las reconversiones de los 80, en nuestro país se ha generalizado la idea de que si tu industria, sector o empresa sufre cambios a partir de tu cincuentena, la salida normal es la pre-jubilación, que no tiene sentido ni intentarlo, que ese trabajador está amortizado, que no puede aportar mucho más. O que no se merece seguir trabajando, como si eso fuera un castigo.
Pero lo más importante del discurso de Escrivá está en lo que no dice. Por ejemplo, ese silencio casi universal entre nuestros políticos sobre lo que debería ser uno de los ejes del sistema: una relación lo más directa posible, a través de un cálculo actuarial, entre lo que cotizamos como trabajadores y lo que recibimos como pensionistas. Que todos sabemos que sería imposible mantener en la práctica: porque para que esa cuenta salga debería haber relación entre un ahorro previo y una esperanza de vida. Pero, incluso con el matiz (no menor) de que en un sistema de reparto no hay un fondo del que tirar, sería una buena aproximación.
Luego hablan mucho de pedagogia y de enseñar al ciudadano. Pues bien, lo primero sería plantear una cuenta que más o menos todos podemos comprender: cada uno se paga su vida. ¿Qué quiero decir con esto?
Un ejemplo que ya hemos usado en otras ocasiones, pero que sirve muy bien para que nos hagamos una idea:
- Un chico que estudia hasta los 20 años - trabaja de los 20 a los 60 - se jubila a los 60 - muere con 80;
- ha trabajado y contribuido a la sociedad 40 años de su vida y ha vivido de las rentas que le facilitaban otros 40 años;
- cuando trabajaba, pagaba las rentas de otros: los que tenían 10 y 70 años mientras él estaba en activo;
- y, a cambio, en su niñez y senectud vivía de los demás;
- pero, en el acumulado, la cuenta debería salir más o menos equilibrada: ha vivido de lo que ha producido en sus cuarenta años de actividad.
Puede haber un pequeño ajuste porque cada vez somos más ricos. Es decir, cuando somos viejos nuestro país tiene unos niveles de renta muy superiores a los que tenía cuando comenzamos a trabajar. Por ahí podría darse un extra: lo que hemos ido ganando durante nuestra vida activa pagaría réditos en la jubilación. De hecho, en los mejores planteamientos sobre las cuentas nocionales, la fórmula incluye una tasa de descuento equivalente al crecimiento del PIB durante la vida del trabajador: algo que podría traducirse en que te llevas lo que has contribuido a generar.
En cualquier caso, la idea parece clara: cobrar como inactivos (estudiantes-pensionistas) el excedente que generamos mientras trabajamos.
Para nuestros abuelos, la cosa era más difícil, pero también más sencilla. Es verdad que vivían en un país menos productivo; a cambio (y también como consecuencia) sus períodos de inactividad eran muy cortos. Empezaban a trabajar a los 14-16 años, o incluso antes. Se jubilaban, si tenían suerte, alrededor de los 65. Y morían, siendo ya viejos para la época, a los 70.
La pregunta es cómo sostenernos a nosotros mismos si empezamos a los 25, nos jubilamos a los 65 y morimos a los 95. Porque los años trabajados son menos y los años inactivos, más. ¿Podemos trabajar 40 años y vivir de las rentas 55? Ahí está el quid de una cuestión que Escrivá insinúa, pero no se atreve a plantear del todo. En un sistema de reparto, sin ahorro acumulado que nos permita decidir a cada uno, la relación entre esperanza de vida y edad de jubilación debe ser directa. Alguien tiene que pagar tu vida a partir de los 60: o lo haces tú o lo hacen otros por ti, no hay más.
Vuelvo a las cuentas nocionales, el único método racional que permitiría no digo sostener, pero sí al menos organizar sobre unas bases lógicas el sistema de reparto. No debería haber una edad de jubilación fija, sino un período muy amplio (en el informe que realizamos hace unos meses entre Civismo y el Instituto Juan de Mariana, hablábamos de 60 a 75 años) en el que cada cual decidiera: ¿Te quieres jubilar a los 60? Lo normal es que tu mensualidad sea muy baja. ¿Alargas tu período activo hasta los 75? Cobrarás más, pero durante menos tiempo.
Pero habría que contar las cosas: (1) esto es una quiebra del sistema, que había prometido cosas que no puede cumplir; (2) con este modelo, si te jubilas a los 65, las tasas de sustitución-reemplazo (relación entre la pensión y el último sueldo o entre la pensión y el salario medio de la economía) serán mucho más bajas que las que disfrutó tu padre; (3) para cobrar una pensión equivalente al 75-80% del último sueldo, la media en España en las últimas décadas, tendrás que trabajar hasta los 70-72 años.
Esto sí que sería un cambio cultural. Políticos contando la verdad, sin adornos. Pero esto Escrivá tampoco se atreve a decirlo. Por eso habla de 75. Porque sabe que la próxima reforma subirá la edad de jubilación por la puerta de atrás. La edad oficial seguirá en los 67, pero los requisitos de acceso al sistema se endurecerán tanto, que el que quiera cobrar una pensión razonable tendrá que seguir hasta los 70 o los 72. Que sí, que es inevitable... pero que lo expliquen.
Porque, además, suena a otro truco del manual del regateo: pones un precio muy elevado, disparatado, para empezar la negociación. Así, cuando luego lo bajes un poco, podrás dar la imagen de haber cedido... incluso aunque el precio final siga siendo alto. Esto ya lo han explicado Kahneman, Tversky o Thaler: el punto de referencia es clave, porque una vez que tenemos un nivel al que volver mentalmente, tendemos a medirlo todo en relación al mismo, incluso sin querer. En resumen, que nos dicen 75 ahora para que no nos asustemos cuando nos caigan los 70 o los 72.
Y la sensación de que nos siguen tratando como a menores de edad no desaparece. Es el tocomocho de las pensiones: nos ofrecen un ahorro que no existe y nos hablan de unas condiciones que no pueden asegurarnos. Y, por supuesto, cuando vayamos a cobrar el billete que les compramos, nos explicarán que no nos pueden pagar lo que nos prometieron.