"La inflación es una enfermedad peligrosa y a veces fatal, que si no se remedia a tiempo puede destruir a una sociedad", decía Milton Friedman en Libertad de elegir. Corren tiempos especialmente adecuados para recuperar esta advertencia del célebre Nobel de Economía.
En agosto la tasa interanual del IPC fue del 3,3%, cuatro décimas más que en julio y la cifra más alta en casi una década. El mes pasado, el IPC encadenó su octava subida consecutiva y no hace más que confirmar lo que el Gobierno se empeña en negar: que la inflación ya se presenta como una amenaza de primer orden para la economía nacional.
La incompetente Nadia Calviño está siguiendo el mismo modus operandi que al inicio de la crisis del coronavirus. Maestra de la mentira y la manipulación, la ministra no dudó en afirmar entonces que la pandemia "tendría un impacto poco significativo" en la economía nacional. Luego, el PIB sufrió el mayor desplome de las economías desarrolladas. Pues bien, ahora Calviño lo que hace es subestimar la inflación, que a su juicio no es de temer porque "no es exorbitante".
No hay mayor alerta que, precisamente, la despreocupación de esta pésima gestora.
Los disparatados precios que está alcanzando la energía en los últimos meses están repercutiendo negativamente en la inflación, pero lo más significativo y preocupante es que el alza de los precios está siendo ya algo generalizado, se da en casi todos los productos, como muestra la subida de la inflación subyacente, que excluye los alimentos no elaborados y el componente energético. Así, este indicador ha marcado en agosto el 0,7%, cuando en abril se situaba en el 0%.
Una de las consecuencias más graves del traslado de la inflación a la economía real es que actúa como un impuesto a los pobres. Es decir, detrae poder adquisitivo y devora los ahorros de las rentas medias y bajas. Esas por las que el Gobierno social-comunista finge desvelarse.
Es cierto que la inflación tiene unos componentes externos de los que no se puede culpar principalmente al Gobierno, desde la política monetaria del BCE a las distorsiones en los mercados internacionales provocadas por la pandemia –cuellos de botella de algunos productos intermedios básicos, encarecimiento de las materias primas, subida del precio del gas, etc-, pero eso no le descarga de responsabilidad porque tiene bazas –diplomáticas, legislativas, etc.– que jugar. A ver qué sucede, por ejemplo, cuando los bancos centrales comiencen a dar luz verde a la retirada de estímulos y encarezcan el precio del dinero a través de los tipos de interés.
Hay países que se están preparando adecuadamente para los tiempos duros, y otros, como España, que van a pagar muy caro estar en manos de una partida de incompetentes, oportunistas y fanáticos de ultraizquierda.