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Amando de Miguel

Insensibilidad ante la crisis económica

No es que la Historia se repita, pero acoge notables reiteraciones.

En la España de 1931, con el júbilo de la instauración republicana, la población se olvidó de que se presentaban los efectos de la gran crisis económica de 1929. El jefe del Gobierno, Manuel Azaña, tan verboso él, se olvidó de mencionar tal adversa incidencia en sus floridos discursos. El hombre pertenecía al gremio de los literati y no sabía una palabra de las ciencias económicas. No era un saber cultivado por los altos funcionarios, excepto Antonio Flores de Lemus, a quien los gobernantes tampoco tuvieron muy en cuenta. Lo cierto es que, con el natural desfase de un par de años, la crisis de 1929 golpeó con fuerza a la débil estructura económica española, mayoritariamente agraria y con escasísima productividad. Ahí empezó el fracaso de la República, dislates ideológicos aparte.

No es que la Historia se repita, pero acoge notables reiteraciones. Los españoles actuales nos hemos metido en otra hecatombe económica, tanto o más severa que la de 1929. La gravedad se refuerza porque la pandemia del virus chino ha afectado de lleno a nuestra principal exportación: el turismo.

Lo que se reitera es que el actual presidente del Gobierno, en sus intervenciones públicas (muy lejos de la brillantez de las de Azaña), tampoco suele referirse a la crisis económica. En este caso llama más la atención, pues el hombre es doctor en Economía, el primero con ese título en la historia de los jefes de Gobierno en España. Además, en la nutrida nómina de asesores del Gobierno y de ministros y otros altos cargos hay numerosos economistas.

No solo destaca en el doctor Sánchez la ausencia de sensibilidad ante la crisis económica, sino que la tesis oficial es que nos encontramos en un estadio de "recuperación económica". Para redondear el disparate, se habla de "empatía" y de "resiliencia", entre otros sarcásticos voquibles. Asombra el error de percepción y el dislate de vocabulario.

La peculiaridad de la crisis hodierna es una monumental tasa de malempleo (paro y puestos de trabajo un tanto parasitarios) y el comienzo de una imparable tendencia inflacionista. Son dos circunstancias que golpean con fuerza a la población activa, agobiada de impuestos, especialmente a sus estratos modestos. No parece que la economía española pueda aprestarse al necesario recambio de su especialización turística. Pensemos que son docenas de países los que ofrecen excelentes atractivos para el turismo internacional. Por si fuera poco, el Estado tiene que atender a una ola creciente de inmigración extranjera ilegal, procedente de los países pobres.

La situación objetiva no presagia nada bueno. El Gobierno se esmera en la ampliación de la burocracia pública, lo que repercute en una creciente presión fiscal y en una desmesurada deuda pública. El resultado es una notable disminución de la productividad general. Es decir, implícitamente, el Gobierno acentúa la malignidad de la crisis económica.

Podría haber sido una airosa salida de la crisis el refuerzo del sistema educativo, pero sucede todo lo contrario. En la España actual, la enseñanza se precipita hacia su completa desarticulación. Ni siquiera cabe repetir el propósito del impulso voluntarista que se le quiso dar durante la República.

Comprendo que la resolución de la crisis económica es una cuestión difícil, pues se trata de una coyuntura mundial. Solo China (que en mandarín significa "el país en el centro del mundo") parece superarla, pero a costa de mantener un sistema totalitario, que es como autoritario al cuadrado.

Se podría pensar en un cierto paralelismo con la situación sanitaria. La pandemia lleva camino de convertirse en una endemia, como la gripe, solo que con una desaforada tasa de contagios. La economía quizá nos lleve a otra especie de endemia. Es la que resulta de combinar altos grados de malempleo y de inflación con intención de permanencia. Es decir, lo peor de la crisis económica es que nos acostumbramos a ella.

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