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Amando de Miguel

El mal llamado 'recibo de la luz'

El Gobierno es el segundo interesado en que el precio de la electricidad siga creciendo.

Se trata, realmente, del precio del consumo (insumo para las empresas) de la energía eléctrica. No hace más que subir, muy por encima de los otros bienes o servicios. La iluminación es una parte pequeña del consumo eléctrico.

La imparable tendencia al alza del precio de la electricidad afecta principalmente a los hogares modestos y a todo tipo de empresas y actividades productivas. Es la causa primera del aumento de la pertinaz inflación, el indicio más grave de la actual crisis económica. Ni los sindicatos ni las patronales se manifiestan de forma explícita en contra de este fenómeno, aunque, lógicamente, perjudique a sus afiliados. Es la consecuencia de que ambos tipos de organizaciones viven a la sombra del Gobierno. Porque el Gobierno es el segundo interesado en que el precio de la electricidad siga creciendo. La razón es que una gran parte de ese precio se va a las arcas del Fisco en forma más o menos velada de impuestos. Por ejemplo, una parte sustancial de esa carga impositiva es para subvencionar a las llamadas "energías renovables" (eólica, solar), que son poco productivas. Naturalmente, el primer interesado en un precio alto de la electricidad es el oligopolio de las empresas que la producen.

Debemos reconocer que la naturaleza no proveyó al territorio español, o al mar adyacente, de petróleo, gas o carbón de forma rentable. Por tanto, lo lógico sería que España desarrollara una red de centrales nucleares, que producen electricidad de forma barata y cada vez más segura. Pero la infausta decisión política de los sucesivos Gobiernos democráticos ha sido la contraria a la inversión en centrales nucleares. Ha pesado la prevalente ideología ecologista. En cambio, no nos duelen prendas ante la posible importación de electricidad de Francia, producida, básicamente, en reactores nucleares. Las incongruencias ideológicas tienen consecuencias y hay que pagarlas.

Otra contradicción es que el apremio social y político es hacia el desaforado aumento del consumo eléctrico en forma de vehículos (coches, motos, bicicletas) y aparatos electrodomésticos (aire acondicionado, calefacción). Se basa en la idea o ideología de que es un uso poco contaminante, limpio. No es así del todo. Pero se trata de una creencia admitida por una gran parte de la sociedad, poco instruida al efecto. De nuevo, hay que advertir que el ecologismo imperante lo llena todo.

La base psicológica de algunas de las contradicciones indicadas es que la demanda de electricidad es fuertemente inelástica, según la jerga de los economistas. Es decir, se requiere consumir electricidad como un bien necesario e insustituible por otros. Tanto es así que el aumento del precio afecta poco a la demanda. Baste recordar el inmenso trastorno que supone el accidente de que se vaya la luz, esto es, una avería en el suministro eléctrico. Anotemos que la electricidad no se puede almacenar en grandes cantidades de forma rentable.

Como es fácil de comprender, se dibuja una situación ideal para que se establezca un oligopolio productivo. Es lo que hay. Se trata de un número muy reducido de empresas productoras de electricidad, conectadas, además, con antiguos políticos en sus consejos de administración y con intereses extranjeros. Nos hallamos cerca del concepto de mafia. Su poder es tan decisivo que, a través de la publicidad, han logrado convencer a la masa consumidora de que son adalides de la economía verde. Así se llama al propósito de conservar el medio ambiente natural.

El problema dicho se podría enmendar con dos innovaciones revolucionarias: poder almacenar la electricidad de forma rentable y aprovechar la energía de los rayos en las tormentas. No caerá esa breva.

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