A primera vista, decir que el crecimiento tiene tope parece tener sentido. Si producimos basándonos en recursos y materias primas que obtenemos de la Tierra, y si la disponibilidad de éstos no es infinita, entonces parecería lógico concluir que el crecimiento tiene, en efecto, un techo.
Este tipo de teorías y proyecciones sobre los límites del crecimiento no son algo nuevo. De hecho, han existido durante siglos. En 1939, el Departamento de Interior de Estados Unidos declaró que las reservas de petróleo del país se agotarían en apenas trece años. Una década después, en 1949, el Secretario de Interior del país norteamericano anunció que la extracción del último barril de petróleo era cuestión de unos pocos años. En 1974, la Unidad de Geología de Estados Unidos proyectó que las reservas de gas natural solo tenían una década por delante. Esa misma década, el científico Harrison Brown alertó en Scientific American sobre el fin del cobre, que en su opinión se daría alrededor del año 2000. Entonces, también se esperaba que el plomo, el zinc, el estaño, el oro y la plata desaparecieran antes del año 1990. De igual manera, el ecologista Kenneth Watt predijo a comienzos de los 70 que el mundo se quedaría sin petróleo esa misma década: "iremos a la gasolinera en nuestro coche, pero ahí nos informarán de que ya no queda combustible".
También en 1970, el estudio sobre los "límites del crecimiento" que elaboró el Club de Roma generó mucho revuelo y llamó la atención de muchos observadores. Desde entonces, se han despachado al menos treinta millones de copias de dicho informe, que ha sido traducido a más de treinta idiomas. El libro alertaba sobre la necesidad de modificar nuestras costumbres y advertía del próximo agotamiento de las materias primas, especialmente del petróleo. "La última gota de petróleo se consumirá en los próximos veinte años", predijeron los científicos de la organización. Sus proyecciones eran también muy pesimistas para el gas natural, el cobre, el plomo, el aluminio o el tungsteno, todos ellos materiales que, según el Club de Roma, ya no deberían encontrarse en la Tierra hoy (por ejemplo, la plata debía agotarse en 1985 pero, según la Unidad de Geología de Estados Unidos, las reservas existentes son de más de 560.000 toneladas).
El tiempo nos permite echar la vista atrás y comprobar lo falsas que fueron muchas de estas predicciones. Sin embargo, vale la pena señalar que, desde el comienzo de la industrialización hasta aproximadamente la década de 1970, efectivamente sí se observó una estrecha correlación entre el crecimiento económico y el consumo de energía y materias primas. Sin embargo, el científico estadounidense Andrew McAfee ha demostrado en su libro More from Less, publicado en 2020, que el crecimiento económico se ha desvinculado del consumo de materias primas desde algunas décadas. Los datos para Estados Unidos, por ejemplo, muestran que, de un total de 72 recursos y materias primas básicas, unas 66 ya muestran una tendencia decreciente en su consumo. Y es que, aunque la economía estadounidense se ha expandido con fuerza desde los años 80 hasta hoy, lo cierto es que su consumo de numerosos recursos ha tendido a menos, no a más.
De igual modo, el científico ambiental estadounidense Jesse H. Ausubel publicó un influyente artículo en 2015, titulado "El retorno de la naturaleza: cómo la tecnología libera el medio ambiente", en el que muestra cómo los estadounidenses consumen cada vez menos materias primas per cápita. El consumo total de acero, cobre, fertilizantes, madera o papel, que anteriormente siempre había aumentado a la par con el crecimiento económico, ya tocó techo y tiende claramente hacia abajo desde hace años.
Todos estos desarrollos beben de las leyes del siempre vilipendiado capitalismo: las empresas buscan constantemente nuevas formas de producir que les permitan brindar bienes y servicios de manera más eficiente, es decir, arreglándoselas para hacer más con menos. No buscan esa eficiencia solamente o principalmente para proteger el medio ambiente, sino también o especialmente porque el mercado conduce a los emprendedores a reducir costes para mejorar márgenes y seguir creando riqueza.
Además, las innovaciones tecnológicas han promovido una tendencia cada vez más evidente que ha sido descrita como "miniaturización" o "desmaterialización". Un ejemplo de esta tendencia son los teléfonos inteligentes. Pensemos en cuántos dispositivos tenemos "dentro" de nuestro teléfono inteligente y en cuántas materias primas solían consumir sus anteriores formas. Así, llevamos con nosotros una calculadora, un teléfono, una grabadora de vídeo, un reloj despertador, un sistema de navegación, una cámara de fotos, un reproductor de música, una brújula, un contestador automático y tantas otras aplicaciones.
Hoy en día, muchas personas ya no tienen fax ni usan mapas de papel porque tienen todo lo que necesitan al alcance de la mano, en su teléfono inteligente. De hecho, estos dispositivos también han reducido enormemente su "huella" medioambiental. Por ejemplo, los primeros teléfonos inteligentes tenían cuatro micrófonos, pero los más modernos hacen todo con uno solo
Yo mismo estaba muy orgulloso de mi gran colección de discos, que ocupaba varias estanterías. Hoy, mi pareja se burla de mí porque todavía insisto en comprar algún CD de vez en cuando. Toda su música está en archivos digitales, que no ocupan espacio alguno. Lo mismo pasa con los libros. En ese caso, es mi padre, de 92 años, el que me ha "adelantado" tecnológicamente y hace muchas de sus lectoras en un dispositivo Kindle.
Estos son solo algunos de los muchos ejemplos de la tendencia hacia la desmaterialización que se viene observando desde hace décadas. De modo que la realidad es más compleja de lo que podría parecer a primera vista. Nos dicen que el Planeta tiene "recursos limitados", por lo cual "no podemos crecer indefinidamente", pero ignoran que hay un recurso en particular que no tiene límites: el ingenio humano. Y es precisamente esa creatividad lo que mejor podemos desarrollar bajo un sistema de mercado, como han demostrado los últimos doscientos años.
Rainer Zitelmann es el autor de "El capitalismo no es el problema, es la solución" (Unión Editorial, 2021). Considerado uno de los liberales más influyentes de Alemania, es doctor en Sociología e Historia, empresario de éxito y columnista habitual en medios como City AM, Frankfurter Allgemeine Zeitung, Le Point o Forbes. El anterior artículo se publicó originalmente en inglés, en el Washington Examiner.