Al más grande de los economistas clásicos, David Ricardo, debimos el descubrimiento de que el precio del trigo en la convulsa Inglaterra del XIX no dependía de eso que llaman ley de la oferta y la demanda sino que, por el contrario, estaba directamente determinado por la calidad de las peores tierras dedicadas a su cultivo. Sí, por las peores. De ahí que el coste superior de todos fuese el correspondiente a producir una fanega de trigo en la peor parcela de toda Inglaterra. Bien, pues el precio de mercado del trigo inglés, concluyó Ricardo, nada tendría que ver con historias de oferta y demanda, sino que sería uno que cubriese el coste productivo justo en esa parcela tan pésima. ¿Y a qué viene esto? Pues viene a que con el precio de la luz en la España de ahora mismo ocurre algo idéntico. La luz eléctrica, como el trigo, sigue leyes ricardianas. Por eso, hoy, en pleno agosto, la electricidad sale mucho más cara que en diciembre.
Porque resulta que, entre todas las posibles fuentes potencialmente generadoras de electricidad, la más costosa resulta ser el gas. De ahí que, a imagen y semejanza de lo que ocurría con el trigo en la Revolución Industrial, cuanto más alto sea el coste de extraer y transportar gas en Europa, más crezca el precio de la luz. ¿Y por qué el gas se está encareciendo cada vez más en Europa? Fácil, por los terremotos en Holanda. Holanda cae en Europa y resulta que posee gas, mucho gas. Pero extraerlo de sus fondos marinos provoca terremotos en tierra. Muchos terremotos. Cuanto más gas extraído del mar, más terremotos en tierra. Y Mark Rutte ha cogido miedo. Así que, a partir del año que viene, 2022, Holanda dejará de extraer y vender gas. Ya está decidido. Solo nos quedarán, pues, Rusia y Argelia. El motor energético de toda la Unión Europea, en manos de dos proveedores tan políticamente fiables como Rusia y Argelia. La luz anda por las nubes, sí, pero todavía no hemos visto nada.