El asedio de la izquierda a la Comunidad de Madrid tiene mucho que ver con la aversión a las políticas de eficiencia en el gasto, austeridad e impuestos bajos que han hecho de la región actualmente presidida por Isabel Díaz Ayuso el gran motor de España. Unas políticas que parten de la base de que el dinero pertenece al contribuyente y lo que se le quita a la fuerza (los impuestos) hay que devolvérselo en forma de servicios públicos de primer nivel. Madrid lleva ya décadas apostando por este modelo. Otras comunidades, como la valenciana o la catalana, prefieren disparar el gasto y asfixiar a impuestos a sus contribuyentes sin devolver, precisamente, unos servicios punteros.
Madrid es la locomotora de España, la que menos impuestos impone a ciudadanos y empresas, la que más recauda y la que más aporta a la denominada solidaridad interterritorial (casi 7 de cada 10 euros los aporta Madrid). Y no pese a ello sino por ello es también una comunidad puntera en sanidad, educación e infraestructuras. Para colmo, es la que menos se entromete en la vida de sus ciudadanos.
Esta semana, los ataques a la gestión de Ayuso han surgido desde diferentes flancos, pero con un mismo impulsor, el Gobierno social-comunista. Así, su grotesca delegada en Madrid ha utilizado de forma falsaria y torticera datos que nada tienen que ver con la inversión para vender la idea de que el Gobierno está siendo extraordinariamente generoso con la Comunidad; el descalificable ministro José Luis Escrivá se ha enzarzado en una disputa tuitera con el consejero madrileño de Educación, Enrique Ossorio, a cuenta del Ingreso Mínimo Vital y, sin vergüenza, ha suscrito la propuesta del indeseable Ximo Puig para crear un impuesto especial contra los madrileños; en cuanto a la bochornosa ministra de Hacienda, María Jesús Montero, ha afeado al equipo de Ayuso que baje los impuestos pero pida dinero al Gobierno central.
Empezando por el final: Montero parece olvidar que lo que Madrid recauda va a la caja común que ella misma gestiona. Que Madrid es la comunidad que más recauda en impuestos pese a tener los más bajos del país. Y que lo único que pide Ayuso es una financiación justa y suficiente que no impida que los madrileños paguen los acuerdos infamantes del felón Sánchez con sus aliados golpistas.
En cuanto al resentido incompetente Puig, lo peor no es que avente una idea aberrante propia de la canalla supremacista, sino que su semejante Escrivá la jalee y le aventure "mucho recorrido". El impuesto madrileñófobo que andan promoviendo no sólo descansa sobre falacias intoxicadoras, sino que va radicalmente en contra de la Constitución y de la igualdad ante la ley que rige en todas las democracias liberales dignas de tal nombre. No es de extrañar que María Jesús Montero saliera luego a decir que dicha fechoría "no está en la agenda del gobierno ni lo va a estar". Pero, claro, Montero tiene la misma credibilidad que Puig y Escrivá. Nada vale su palabra.
La izquierda no está dispuesta a que Madrid siga sacándole los colores y por eso le ha declarado la guerra. Una guerra sucia, como todas las que libra. Y trascendental. Está en juego la prosperidad y, sí, la libertad no sólo de los madrileños sino del resto de los españoles.