El papa Francisco ha vuelto a ser noticia por sus opiniones relativas al mundo de la política y la economía. En este caso, el Santo Padre ha efectuado una sorprendente interpretación del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, por la cual ha asegurado que "el verdadero milagro no es la multiplicación, que produce orgullo y poder, sino la división, el compartir, que aumenta el amor y permite que Dios haga prodigios".
Asimismo, el Papa ha afirmado que "en los relatos de la multiplicación de los panes presentes en los Evangelios no aparece nunca el verbo multiplicar. Es más, los verbos utilizados son de signo opuesto: partir, dar, distribuir".
Más allá del debate teológico que pueda generarse de esta interpretación del Evangelio, el gran error que comete el Pontífice es tratar de justificar su discurso ideológico marcadamente izquierdista basándose en dicha interpretación de la Biblia. Concretamente, el Papa ha asegurado que "hoy en día, la multiplicación de los bienes no resuelve los problemas sin una justa distribución. Me viene a la mente la tragedia del hambre".
Con estas palabras, el papa Francisco parece abogar, en línea con otras declaraciones pasadas, por una sociedad con menor crecimiento económico y mayor distribución como forma de reducir la pobreza y las injusticias globales. Esto, sin embargo, es objetable si lo analizamos desde el punto de vista económico.
1. La riqueza no es un juego de suma cero
En primer lugar, debemos entender que, en el mundo actual, el hecho de que una persona vea incrementada su riqueza no implica que otras personas se vuelvan más pobres. La riqueza no es una tarta que se reparte, sino una tarta que se expande cada vez más gracias a los avances tecnológicos y la mejora de la productividad.
Ahora bien, previamente a la Revolución Industrial, esto no era necesariamente así: la conocida como trampa malthusiana llevaba a que los periodos de bonanza se vieran frustrados por aumentos de población inasumibles por el sistema económico preindustrial. Sin embargo, a partir del siglo XIX podemos comprobar cómo el PIB per cápita mundial se ha disparado de manera exponencial.
2. El capitalismo ha hecho disminuir la pobreza
Como puede deducirse del punto anterior, el gran incremento de la riqueza mundial ha comportado que se reduzcan enormemente los niveles de pobreza (que no es más que la ausencia de riqueza, y el estado natural del ser humano). Concretamente, en apenas dos siglos, las personas que viven en pobreza extrema han pasado de suponer el 90% de la población mundial a prácticamente el 10%.
De hecho, esta clara progresión positiva no solo se aprecia si atendemos al nivel de pobreza extrema (vivir con menos de 1,90 dólares al día), sino que está presente independientemente del nivel de pobreza escogido. De igual manera, y en contra de la creencia popular (y papal), no solo la pobreza se está reduciendo, sino también la desigualdad global, medida a través del índice de Gini.
Ahora bien, debemos tener en cuenta que esta clara mejora de las condiciones de vida no se produce de manera igualitaria en todo el mundo. De hecho, sabemos que son aquellos países más capitalistas y con mayores libertades económicas los que logran niveles de crecimiento y riqueza más elevados, así como mayor desarrollo humano, una esperanza de vida superior o mejor desempeño medioambiental, entre otros muchos indicadores.
3. No se puede compartir lo que no se tiene
El papa Francisco insta a los seres humanos a compartir y a dividir su riqueza en vez de a incrementarla. Sin embargo, este mensaje es problemático en tanto que, para poder compartir tu riqueza con los demás, en primer lugar, debes generarla. De hecho, una persona que incremente sistemáticamente sus ingresos, puede, dentro de una ética cristiana y comunitarista, donar toda o buena parte de sus ingresos a los demás.
Ahora bien, ¿qué pasaría si todos los ciudadanos del planeta compartieran su renta y esta acabara siendo igual para todos? Pues bien, atendiendo a dato de PIB per cápita global, a cada persona le corresponderían alrededor de 11.000 dólares. Es decir, si el PIB mundial se redistribuyera a partes iguales, todos los seres humanos tendríamos una renta similar a la que tienen actualmente países como Ecuador, Argelia o Vietnam. De esta forma, los españoles pasaríamos a tener una renta cuatro veces menor; los alemanes, cinco veces menor; y los estadounidenses, seis veces menor. ¿Acaso es esto lo que propone el Papa Francisco?
Si en lugar de tomar el PIB per cápita utilizamos el ingreso medio per cápita estimado por Gallup, este sería de 2.920 dólares de media antes de impuestos. Según esta consultora, el ingreso medio de un español es de 7.345 dólares, y el de un noruego, de 19.308, lo que deja ver el empobrecimiento generalizado al que se verían sometidos los ciudadanos del "primer mundo" si toda la renta mundial fuera redistribuida. Y todo ello asumiendo que no existieran incentivos perversos que llevaran a la gente a trabajar menos (al fin y al cabo, muchos dejarían de esforzarse si saben que su renta va a ser redistribuida).
A fin de cuentas, la preocupación del Santo Padre por la pobreza está justificada. Lo que no está justificado es que ignore le papel del capitalismo y el crecimiento económico como posibilitadores de esta reducción de pobreza, a la par que "bendice" la división de riqueza y la redistribución. A este respecto, sabemos que para reducir sustancialmente la pobreza global (a un nivel como el que pueda existir en Dinamarca) sería necesario multiplicar por más de 5 el PIB mundial actual. Por tanto, lo que realmente hace falta es potenciar aún más el crecimiento económico.
Por otro lado, volviendo al mensaje del Papa de "partir, dar, distribuir", lo cierto es que en los países más empobrecidos la solidaridad entre ciudadanos se resiente. Concretamente, según datos recopilados por Max Roser en base a una encuesta de Gallup, el porcentaje de personas que afirman no poder contar con la ayuda de nadie en caso de sufrir algún problema o calamidad es sustancialmente superior en los países con menor renta. Al fin y al cabo, quien vive en la miseria difícilmente va a poder ayudar a los demás.
Entonces, ¿quiere todo esto decir que deberíamos ser personas egoístas que no compartan nada con nadie y se centren exclusivamente en incrementar su patrimonio? En absoluto. Pero si lo que queremos es disminuir masivamente los niveles de pobreza en el mundo, no podemos despreciar el relevante poder del libre mercado, el crecimiento económico y el capitalismo, siendo este el mayor instrumento pacífico de cooperación y progreso social creado por el ser humano.