La megalomanía de Pedro Sánchez no conoce límites. España corre un riesgo muy serio de la mano de una persona como él, capaz de minar la credibilidad internacional de nuestro país con las peores cifras sanitarias y económicas de la OCDE y de hacerlo, además, intentando engañar a quienes conocen mejor que nadie la situación económica nacional porque su trabajo es buscar oportunidades.
El viaje a Estados Unidos que llevamos sufriendo durante esta semana es un buen ejemplo de ello. Tras la multitud de llamadas públicas, a través de intervenciones en medios de comunicación, y a pesar del estrepitoso ridículo que hicimos en la famosa cumbre bilateral de 20 segundos en la OCDE, nuestro presidente ha ido a Norteamérica, con una delegación de startups, a tratar de capturar inversión a nuestro país.
Hasta aquí todo en orden. Es hasta loable ver el voluntarismo de un Gobierno incapaz de reactivar la economía más golpeada por el Covid19. Veamos ahora los mensajes que está lanzando a los potenciales inversores internacionales:
- Él es un político creíble, que aspira a ser recordado por la respuesta a la pandemia y la transformación digital. Como si España no hubiera registrado las peores cifras, con unas de las restricciones más duras del Viejo Continente y con un estado de alarma que ha sido reconocido como inconstitucional por la Justicia.
- Quiere convertir a España en el "Hollywood de Europa", se ha comprometido a establecer una fiscalidad favorable para quienes inviertan o emprendan en España, y promocionar el idioma español en Los Ángeles.
La siguiente pregunta es seria: ¿Alguien ha oído hablar de cualquiera de estos asuntos como prioridad de su gobierno antes de su viaje a Estados Unidos? Yo sí, desde hace años, a Isabel Díaz Ayuso, pero no a Pedro Sánchez. Esto es preocupante, porque al igual que lo sabemos usted y yo lo saben los inversores norteamericanos a los que ha ido a visitar.
Esto pone de relieve dos cosas:
- La primera es que no tiene ningún plan para España. Lo que cuenta es lo que le interesa en cada momento, en función de su interlocutor político y de las encuestas electorales. A Europa ha enviado un plan de subida de impuestos con 80.000 millones de euros, en Estados Unidos está diciendo que los va a bajar para atraer la inversión y a usted y a mí nos está ahogando con una situación nacional que, lejos de mejorar, empeora.
- Y la segunda, aunque no por ello menos importante, es la imagen internacional de España. Que un político intente vender credibilidad cuando tiene aprobados unos presupuestos generales del Estado con un crecimiento del PIB para 2021 del 9% mientras las estimaciones más optimistas difícilmente superan el 6-6,5%, o que mantiene en vilo a media Europa y a todo el tejido empresarial español por la falta de concreción ante la forma de ejecutar los fondos que nos vienen de Europa parece, cuanto menos, anacrónico.
Todo esto que escribimos en esta columna los inversores lo saben. Fundamentalmente, porque su trabajo consiste en identificar oportunidades rechazar los proyectos que no lo son. Es por ello que nadie ha recibido a nuestro presidente, y lo mejor que han dicho de él en Norteamérica ha tenido que ver con su físico, y no con su trabajo. Compleja la carta de presentación de España.
Debemos de tener en cuenta que Estados Unidos está entre los grupos líderes en términos de competitividad a nivel mundial. ¿Qué significa esto? Muy sencillo:
- La fiscalidad laboral es mucho mayor en España que en Estados Unidos. Tanto es así que las empresas españolas soportan una brecha fiscal (diferencia entre el coste empresarial y el sueldo neto percibido por el trabajador) del 39%, mientras que en Estados Unidos es del 28%. O, dicho de otra manera, Estados Unidos está en el Top 10 de países con una fiscalidad más orientada al trabajo, mientras que España ocupa un puesto muy modesto, en la zona media-alta del ránking.
- La fiscalidad empresarial también es muy diferente: Mientras que en Estados Unidos se destina menos del 10% a la traibutación societaria, en España se destina casi el 36%, según PwC.
Esto, por no hablar de los costes energéticos (debemos recordar que Estados Unidos ya está exportando petróleo), de la burocracia y de otras tantas barreras a las que se enfrentan las empresas en España y no en Estados Unidos o en Irlanda, por poner un ejemplo europeo.
Nuestro país ha sido un aliado para Estados Unidos. Y lo ha sido, precisamente, gracias a su solvencia económica y a su credibilidad. Porque la influencia se construye siempre sobre una base económica inapelable, que permita construir y financiar proyectos, además de exportar modelos de éxito a otros lugares del mundo.
Y es como consecuencia de los lazos de cooperación y del respeto mutuo como llegan los buenos resultados a todos. Observemos la evolución de la inversión extranjera de agentes norteamericanos en España.
Se ha fortalecido en 3 momentos temporales: cuando preparamos nuestro país para entrar en la UE, con el mayor esfuerzo de nuestra historia a nivel fiscal, que también supuso una ganancia de competitividad sin comparación; cuando demostramos que podemos ser un socio fiable en un proyecto como el europeo, e incluso ser motor de crecimiento y recuperación como lo hicimos en la crisis de la burbuja puntocom; y, por último, tras las duras pero acertadas reformas estructurales que tuvimos que acometer en los años 2011 y 2012, cuyos resultados alcanzaron el culmen en 2017.
No recuerdo entonces ninguna alabanza expresa a ningún político norteamericano, ni la necesidad de provocar situaciones tensas y absurdas en reuniones internacionales. Lo que sí que recuerdo son gobiernos mucho más sólidos que éste, con una hoja de ruta clara, y con la fuerza de los buenos resultados como tarjeta de presentación.
Porque cuando hay proyecto para un país como el nuestro no hace falta salir a buscar inversores. Ellos vienen a ti. Y si, además, demuestras con buenos resultados que ese proyecto funciona, ganas fuerza en una negociación que podrás balancear más fácilmente a tu favor.
Lo que está ocurriendo ahora es un ridículo internacional del que nos costará mucho salir. Porque no hay proyecto, no hay datos que avalen esa ausencia de proyecto, y lo único que hay son movimientos ideológicos pero alejados de las necesidades reales de los ciudadanos, que crean división, crispación, paro y dependencia del subsidio público.
Lo pagaremos. España no va bien, y seguimos centrados en lo que no es importante. Sin proyecto de país, sin credibilidad y sin apoyos el viaje de Sánchez a Estados Unidos debería ser considerado de ocio, y no de trabajo.