Cualquiera, ante este título, puede responder con el viejo refrán de "A buenas horas, mangas verdes", porque una lección preliminar cuando Pedro Sánchez ha superado los tres años de gobierno, por llamarlo de alguna manera, es llegar con aquel retraso habitual de los cuadrilleros de la Santa Hermandad –los mangas verdes –.
Asumo la incoherencia de una lección preliminar, cuando debería estar hablando de una lección postrera. Solo me tranquiliza pensar que el nulo efecto esperado de la lección hoy habría sido igualmente nulo si se hubiera producido ex ante.
En cualquier caso, puedo llamarla preliminar, con independencia de su momento, cuando sus destinatarios nunca antes hayan tenido conocimientos semejantes a los de la lección; en este caso, siempre será lección preliminar, aunque se expusiera in articulo mortis.
El mundo real sitúa diariamente al hombre ante un escenario conflictivo: por un lado, escasez de recursos; por otro, necesidades ilimitadas a satisfacer con esos recursos. Sí, ilimitadas.
Ese conflicto inherente entre escasez de recursos y necesidades ilimitadas obliga al hombre a tomar decisiones que se concretan en el establecimiento de prioridades: qué antes y qué después, si llega el caso.
Baste mirar una economía familiar de puertas adentro para constatar esas prioridades, para conseguir que, de los recursos escasos, la familiar obtenga la máxima satisfacción de sus necesidades.
Lo mismo ocurre en la economía empresarial. Ésta también pretende el máximo rendimiento de sus recursos, igualmente escasos; aquí, con una parafernalia contable, que afianza su pretensión, aunque no es más verdadera por ello.
¿Qué decir del Gobierno gestionando aquellos recursos, también escasos, que detenta el Estado, con sacrificio de los contribuyentes? ¿Alguien cree que existe un diseño de prioridades como en la familia o la empresa?
Nuestro Gobierno me resulta fascinante. Critica al Tribunal Supremo y hace lo contrario a lo sentenciado por el Alto Tribunal; critica al Tribunal Constitucional, porque carece de sentido de Estado –o sea: sentencia contra el Gobierno–, porque el Estado nunca ha proclamado su sentido; critica al Tribunal de Cuentas, porque no valora las conveniencias políticas del momento; desconoce al Consejo de Estado, porque teme sus dictámenes; critica al Banco de España… Todo, contrario a lo que debían hacer.
Sin embargo, situarse en un momento de crisis aguda y prolongada, con paro crónico, excesivo déficit público, y con deuda pública muy superior al PIB –último dato: 125,2%–, sin ser capaz de establecer unas prioridades razonables; de eso nada. Es más prioritario lo sostenible. Cuando sostenible, en su sentido primigenio, es lo que puede vivir por sí mismo. Sin embargo, lo sostenible para el Gobierno es lo parasitario, lo quebrado, lo que requiere ayudas; llamémosle renovable (energía), limpio (circulación/transporte), lucha contra el cambio climático… Mientras tanto, hambre y desesperación en crecimiento.
Y se queja de que en Europa no le creen. ¿Acaso piensa que le creemos en España? Lo que pasa es que ya estamos hartos.