Era cuestión de tiempo que el Banco Central Europeo moviera ficha. Lo hizo la Reserva Federal hace unas semanas y Europa no se podía quedar atrás. Porque para quienes viven del intervencionismo monetario sólo habrá una solución para los problemas sea cual sea su naturaleza: intervenir.
El movimiento del BCE es claro. Ha hecho el primer cambio en la estrategia de política monetaria desde 2003 para no tener que recurrir a algo impopular y que cada vez se hace más peligroso: retirar los estímulos. Concretamente, ha cambiado su objetivo fundamental (mantener la inflación en niveles cercanos, aunque por debajo¸ del 2%), y a establecido el objetivo del 2%, permitiendo fluctuaciones al alza o a la baja transitorias.
O, dicho de otra manera, ante el más que previsible repunte en la inflación durante este año (el consenso de analistas ya está en el 3% y subiendo), el BCE se asegura la capacidad de seguir manteniendo los programas de compra de activos y la capacidad de no tener que subir los tipos de interés.
Poco importa que el balance del BCE sea el más elevado de toda su historia (75% del PIB), ni que el programa de expansión cuantitativa sea el más ambicioso de su historia, ni que desde 2015 la Unión Europea haya tenido los niveles de crecimiento más débiles de su historia, a pesar de tener los mayores planes de estímulo.
Todo eso poco importa: lo importante es mantener la impresión de dinero a pleno funcionamiento mientras pedimos a los gobiernos nacionales reformas estructurales que nunca llegan porque no hay ninguna necesidad de hacerlas y siempre son impopulares.
Con este movimiento, el BCE comete dos errores de calado:
1. Desnaturalizar su razón de ser
El primero es el de desnaturalizar su razón de ser. Que un organismo que fue creado única y exclusivamente para mantener a raya la inflación y evitar los fenómenos de hiperinflación de 80 y 90 esté permitiendo de nuevo este fenómeno, e incluso azuzándolo sin escuchar a quienes advierten sobre él es, cuanto menos preocupante.
Los resultados de una política extraordinaria de estímulo que ya se ha convertido en ordinaria (en Estados Unidos lleva siendo puesta en marcha desde la crisis de 2008, y en Europa desde 2015) son los mismos que los que llevaron a las grandes debacles del siglo pasado: Burbujas, unos agentes extremadamente endeudados y una vulnerabilidad financiera muy elevada, maquillada con indicadores cada vez menos fiables.
Si, además, añades asuntos secundarios, con un fuerte componente político, y sobre los que ningún organismo monetario debería tener ninguna competencia, como son la vivienda y el fomento de las inversiones verdes, la naturaleza de este organismo queda absolutamente desdibujada y al servicio de la élite de poder en la UE.
2. Infravalorar la inflación
Y el segundo, aunque no por ello menos relevante, es la infravaloración del componente monetario sobre la inflación. En esta columna ya hemos explicado que la inflación actual, aunque moderada y sin síntomas de convertirse en un fenómeno de hiperinflación, no es transitoria, sino que tiene elementos estructurales. El más importante, el monetario.
Porque la inflación siempre es un fenómeno monetario. Cuando imprimes dinero por encima de la demanda de moneda, tal y como está ocurriendo a ambos lados del Atlántico, la inflación es una cuestión de tiempo. El hecho de que el sistema financiero haya sido el que haya ejercido como eje transmisor de la política monetaria ha provocado que la hiperinflación se haya instalado en los activos de inversión. Pero eso es ni mucho menos incompatible con que ahora se esté trasladando a la cesta de bienes y servicios habituales.
Es más, es lo que está ocurriendo.
En definitiva: el BCE lo ha cambiado todo para que nada cambie. Ha bastado un debate en el seno de la FED sobre si había que retirar los estímulos en 2023 para producir verdaderas tensiones en prácticamente todos los mercados financieros estadounidenses (bonos, bolsa, etc.).
La situación actual es la de una tensa calma: la rentabilidad de los bonos vuelve a caer, y el riesgo se vuelve a mover hacia la renta variable, con el incremento en el riesgo que ello conlleva.
Ahora bien, los avisos sobre la situación de los mercados financieros se suceden, y nadie hace nada para solucionarlo. El problema de las insolvencias continúa maquillado, y ahora le vamos a añadir una inflación del 3 ó 4% que va a afectar especialmente a las familias más vulnerables y al sector industrial.
Me sorprende que, en el cambio de estrategia de política monetaria, no se haya producido también una eliminación de la cláusula que reduce al 30% el volumen de deuda pública nacional máximo que puede mantener el BCE en su balance. Porque, si sigue vigente, podríamos ver verdaderos conflictos judiciales en Europa cuando se sobrepasen a principios del año que viene. Porque, al ritmo al que continúa comprando deuda el BCE, lo hará. Y Alemania ya ha lanzado algunos avisos serios.
Mientras la solidez de la economía europea soporte estos vaivenes, todos de acuerdo. Ahora bien, en cuanto una de las piezas se tambalee el castillo de naipes que se ha construido desde la política monetaria se caerá, y las consecuencias las sufriremos usted y yo. Porque la inflación y el sobreendeudamiento son fenómenos muy duros de solucionar a posteriori. Ahí está la historia para demostrarlo.