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José García Domínguez

¿Por qué no dicen la verdad sobre los 'Next Generation'?

Pronto, muy pronto, llegará la decepción.

Pronto, muy pronto, llegará la decepción.
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Hay en el ambiente hispano, y más en estas últimas horas, un como remake eufórico y algo pueril de aquella escena, la más gloriosa, de Bienvenido, Mister Marshall, cuando la efímera recepción triunfal de José Isbert, Garisa y Lolita Sevilla, escoltados para la ocasión por lo más granado de la sociedad civil de Villar del Río, a aquellos presurosos yanquis prestos a pasar de largo. De ahí que, acaso con la excepción de la voz indulto, la palabra maná resulte ser el término más repetido en los medios de comunicación a estas horas. Por eso algunos echamos tanto de menos que desde la política se le haya dicho a la gente lo que en verdad hay en esos fondos europeos que, al fin, se acaban de aprobar. Y es que esa partida no se llama como se llama porque sí. Se llama Next Generation porque no ha sido diseñada con el propósito de resolver, o al menos aliviar, los graves problemas de desempleo y precariedad derivados de la pandemia. Ese dinero, y alguien lo tendría que decir de una vez, no tiene como destino, ni primero ni último, combatir la crisis económica que asola a nuestro país.

Bien al contrario, está pensada, como su nombre indica, para la próxima generación, no para la actual. A quien crea, pues, que ayudará a combatir el desempleo juvenil, amén del no juvenil, o que contribuirá a sacar del pozo a los miles de pymes que ahora vegetan en situación agónica, quien suponga que se trata del clásico programa keynesiano de gasto público para compensar la atonía de la demanda privada, que aquí es casi todo el mundo, está condenado a revivir la frustración melancólica del alcalde Isbert a cuenta del huidizo general Marshall. Esa inmensa montaña de dinero caído del cielo (si en 25 años seguidos los españoles recibimos de los fondos de cohesión el 15% del PIB, ahora nos van a soltar el 10% en solo 36 meses), olvidadlo, no va a crear puestos de trabajo de modo masivo porque no ha sido diseñada para eso. Al contrario, lo razonable es suponer que destruirá muchos más de los que genere por los conocidos efectos laborales de los procesos de digitalización que, esos sí, correrán a su cargo. Pronto, muy pronto, llegará la decepción.

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