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Domingo Soriano

Los bares son nuestros faros: las medidas de Ayuso y las ciudades que mueren

Que una tienda contrate a un dependiente es importante. Pero el paso decisivo lo da cuando abre sus puertas por primera vez o baja la persiana para siempre.

Que una tienda contrate a un dependiente es importante. Pero el paso decisivo lo da cuando abre sus puertas por primera vez o baja la persiana para siempre.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, posa con una botella de agua con su cara impresa durante un acto de campaña, este sábado en Pozuelo de Alarcón. | EFE

Ahora ya han cambiado de tema y la segunda parte de la campaña electoral madrileña se jugará en el barro. Para su estrategia, es lógico. No sé si el teatro del dúo Iglesias-Barceló generará réditos, pero al menos no implica regalarle votos al contrario.

Como ahora todo muere en 24 horas, ya no nos acordamos, pero hace apenas un par de semanas, los partidos de izquierda y sus intelectuales de cabecera se pusieron a hacer gracias que mezclaban el lema de Isabel Díaz Ayuso (ese “socialismo o libertad” que tanto daño les hace), con las medidas aperturistas de la Comunidad de Madrid contra el covid.

Yo lo leía en las redes sociales y no daba crédito, porque si algo hace bien normalmente la izquierda es la propaganda. Pues allí estaban aquellos genios fabricando memes de “comunismo o bocata de calamares” o “la libertad eran dos cañas y una ración de bravas” (y no exageramos, estos dos enlaces son sólo algunos de los muchísimos ejemplos vistos en los últimos días; es que incluso se hacían noticias con las más "imaginativas").

Hay que estar muy perdido o ser muy sectario para no darse cuenta de que esas gracietas no sólo no dañaban a Ayuso, sino que, en realidad, eran el mejor anuncio que la presidenta de la CAM podía soñar. ¿De verdad le estás diciendo al votante medio, desencantado con toda la razón del mundo de cualquier partido, que la elección se juega entre quien le deja bajar al bar a tomarse una cerveza y quien se lo quiere prohibir? ¿Entre apoyar a Gabilondo o tomarse el vermú con los amigos? Si esa fuera la decisión, el PP ganaba con el 95% de los votos. No llegará a tanto porque muchos de los que llevan meses disfrutando de sus decisiones no votarían a la derecha ni aunque Ayuso les hiciese una donación de médula para una operación a vida o muerte. Pero para el menos politizado, la disyuntiva entre socialismo o caña+bravas sólo tiene una respuesta posible.

No tengo claro la razón última por la que Ayuso se enrocó en lo de los bares. Ahora parece sencillo y lo celebramos como una decisión genial (y lo fue). Pero se trata una de las apuestas más arriesgadas que recuerdo. Lo que te dice el manual de la política moderna es que no arriesgues, no destaques, no te la juegues. En septiembre, con la segunda ola creciendo en intensidad y el Gobierno queriendo hacerle la puñeta al ejecutivo regional, proponer algo diferente al resto de dirigentes autonómicos sonaba a suicidio político. Con todos los medios en contra y poco que ganar (quizás algo más de crecimiento económico, algo que no siempre es fácil de vender al electorado) pero mucho que perder (le echarían los muertos a la cara, todavía más).

Del 0 a 1... a los faros

Afortunadamente, Ayuso arriesgó. Y sea quien sea el que venza en las próximas elecciones, se aprovechará de ello. Sería una enorme paradoja, pero si ganan, algo que no es imposible, Gabilondo o García acabarían disfrutando de aquello que tanto han criticado. Y le ha salido bien porque la presidenta de Madrid entendió tres principios económicos que van más allá de si tal o cual medida ayuda al crecimiento del PIB trimestral:

- De cero a uno. Es el título de un libro muy bueno de Peter Thiel. El cofundador de PayPal usa esta expresión para alertar sobre una cierta complacencia respecto a los avances tecnológicos de las últimas décadas. Lo importante, asegura, no es tanto replicar bien (y pasar de 1 a 2, luego a 3, etc) sino dar el paso inicial, el que rompe las normas en un campo determinado.

Algo parecido pasa con los negocios. Que una tienda o un bar incrementen su facturación, consoliden una clientela fija o contraten a un nuevo dependiente es importante. Pero el paso decisivo es el que dan cuando abren sus puertas por primera vez o cierran la persiana para siempre. Pasar de 4 a 6 camareros es una buena noticia; incrementas el empleo en un 50%. No decimos que los empresarios lo hagan sin pensar, pero en ocasiones son medidas que se toman casi de un día para otro, muchas veces para hacer frente a una situación coyuntural.

Pero lo que te quita el sueño, lo que realmente es complicado es pasar de 0 a 2 (abrir) o de 2 a 0 (cerrar). Esas decisiones sí son muy meditadas y complicadas. Casi definitivas. Si abres es porque esperas que sea tu forma de vida en los próximos años. Si echas la persiana es porque no prevés una marcha atrás en mucho tiempo.

Además, un negocio que cierra no sólo se lleva consigo las facturas que paga cada mes o los servicios que provee a su comunidad. También hay un enorme capital intangible que acaba en la basura: todo lo que ha aprendido el empresario sobre el sector en sus años al frente de la tienda, esas pequeñas mejoras en la eficiencia que los trabajadores han ido desarrollando poco a poco, la inversión en programas informáticos y el tiempo perdido adaptándolos a las particularidades de esa empresa... Todo eso es riqueza que se pierde. Incluso si unos meses después abre otro en el mismo lugar, tendrá un camino por recorrer para llegar a donde estaban los anteriores.

Los alcaldes o presidentes autonómicos españoles se han tomado esto del covid como si fuera una especie de enfermedad pasajera, durante la que había que invernar, para salir luego de la cueva al aire libre como si nada de aquello hubiera pasado. Pero sí, ha pasado y no será tan sencillo como poner el contador a cero.

A mí lo que me preocupa es 2025, no el segundo semestre de este año. Y soy optimista y quiero creerme a los que hablan de los nuevos felices 20. Pero al mismo tiempo observo que sólo Madrid ha apostado por hacer lo que sea para no caer de uno a cero y nadie ha tenido el coraje de Ayuso para defender a los empresarios que querían agarrarse a ese último asidero.

- “A pesar de...”. Mientras Madrid mantenía, desde septiembre, las cifras de contagiados, hospitalizados y fallecidos relativamente controladas (y siempre serán malas, mientras haya alguien afectado), otras muchas regiones españolas y grandes ciudades europeas veían descontrolarse la epidemia.

Los titulares de los medios reflejaban la sorpresa y la incomprensión de periodistas y expertos. Todos hemos leído alguno del tipo: “A pesar de sus medidas más aperturistas, Madrid presenta mejores datos que otras comunidades autónomas” o “A pesar de las restricciones, París no logra reducir el número de contagios”.

Tengo para mí que uno de los problemas es no entender que deberíamos poner “gracias a” donde se escribe “a pesar de”.

Los economistas sabemos que los incentivos importan. Y las leyes son un incentivo, entre otras cosas porque van acompañadas de multas. Pero incentivos hay otros muchos: económicos, sociales, morales, temporales, afectivos...

Uno de los grandes errores al analizar una norma es pensar que se cumple. O que se cumple siempre. Y no anticipar los efectos de segunda vuelta o las consecuencias imprevistas. Si tú mantienes abiertos los bares es muy probable que suban los contagios en estos locales; a cambio, habrá menos en los hogares. Más familias que se reúnen en una terraza y menos encuentros en los salones. ¿Qué es más peligroso? ¿Compensa el riesgo de lo primero respecto a lo que consigues con lo segundo? Si prohíbo todo tipo de encuentros sociales pero la gente quiere saltarse la norma: ¿qué es más fácil, incumplir en un bar clandestino o en una vivienda particular?

La respuesta a estas preguntas no está cerrada. Dependerá de miles de variables: desde las costumbres sociales al clima, pasando por el nivel de cumplimiento de las leyes o el tipo de vivienda más habitual en cada ciudad. Pero pensar que impones una prohibición a 6 millones de personas y que no van a buscar fórmulas para ver a sus padres, hijos o amigos durante seis meses sólo porque lo diga el alcalde... eso sí es ingenuo.

- De bares, ventanas y faros: no hay ningún tema económico que a los liberales nos ponga más nervioso que el de los bienes públicos. Detrás de ese concepto está la idea de que hay ciertos bienes de los que todos queremos disfrutar pero que el mercado no provee porque no es fácil cobrar a quien se beneficia de los mismos, lo que incentiva los comportamientos egoístas (no pago, pero me beneficio).

El ejemplo típico es la defensa de un país (yo estoy protegido por mi ejército aunque no pague impuestos) o el de los faros (¿cómo y cuánto cobrar a cada barco que pasa cerca de la costa y se beneficia de su luz?).

Ronald Coase ya demostró hace años que la historia desmentía algunos de los ejemplos aparentemente más irrebatibles. Pero no vamos a entrar ahora en esa discusión académica. De hecho, iba a terminar el artículo con un argumento cuasi-socialdemócrata, sobre faros, bienes públicos y beneficios por los que no pagamos.

Dicen que en los 90, Nueva York revivió gracias a que el equipo de Giuliani (un personaje que no me cae especialmente bien, pero eso aquí no viene al caso) aplicó a rajatabla el “principio de las ventanas rotas”: no dejes que la degradación de un barrio comience por no reparar los que podrían parecer pequeños detalles, desde un grafiti a un servicio de limpieza que no actúa con puntualidad.

Ahora pasen de ventana rota a comercio cerrado. Si quiere deprimirse, busque en la prensa regional española en busca de noticias de cierres de establecimientos emblemáticos, calles comerciales llenas de persianas bajadas o grandes marcas que se retiran de lo que siempre fueron emplazamientos top. En las ciudades medianas que yo conozco personalmente, esta crisis está siendo dramática no tanto por lo que ha ocurrido como por cómo parece que repercutirá en el futuro (les pongo aquí dos enlaces que a mí me encogen el corazón, pero seguro que cada uno tiene su historia personal y cercana de “¿cómo saldremos de ésta?”).

Y al igual que las ventanas rotas en una calle perjudican a todos los vecinos, no sólo a los propietarios de la vivienda afectada, los locales abiertos les benefician igualmente, sean o no clientes de los mismos. Hemos visto pocas decisiones más cortoplacistas y equivocadas que las de esos propietarios de locales comerciales que obligaron a sus inquilinos a pagar el 100% de la renta en los primeros meses de la pandemia para ver luego como el negocio que ocupaba ese local cerraba para siempre.

En estos meses de planes de recuperación, ayudas milmillonarias procedentes de Bruselas y ministros deseando repartir el maná comunitario, no hay nada que me dé más miedo que la zombificación de la economía española: esos políticos que sostienen de forma artificial a empresas no productivas y que impiden que los recursos que se dedican a las mismas fluyan hacia sectores con más potencial. Pues bien, incluso así, creo que entre las mejores iniciativas del Gobierno y de Nadie Calviño están esos planes para impulsar moratorias o reducciones en el alquiler de locales comerciales a lo largo del año 2021 (mucho mejor la parte de las ayudas a los pequeños propietarios para que se pusieran de acuerdo con sus inquilinos o facilitar el uso de finanzas como mecanismo de pago que las obligaciones impuestas a los grandes tenedores; pero no vamos a entrar ahora en eso).

De hecho, me parecerían más justificadas ayudas a este tipo de negocios o incentivos temporales para impedir el cierre que otras grandes medidas quizás más llamativas. No digo que haya que estar cinco años sosteniendo una tienda sin clientes, pero que un ayuntamiento o consejería autonómica proponga planes de emergencia para estos meses de cierre forzoso y el primer trimestre de vuelta a la normalidad, no me parece una locura. Mejor en forma de indemnización por no poder abrir que de ayuda directa, pero tampoco es el tema de hoy.

Y es que, a pesar de las gracietas de la izquierda (gracietas tuiteadas desde la terraza de esos mismos bares), los bares, las tiendas y los comercios son nuestros pequeños faros. Los que hacen que queramos pasear, trabajar, visitar como turistas o vivir en una ciudad o barrio. No hay ningún síntoma más efectivo para acelerar la degradación o impulsar la fuga de sus habitantes o sus visitantes que el cierre de los negocios a pie de calle. No hablamos de la tienda de una gran marca que cierra y deja 3-4 dependientes en la calle. Es una mala noticia, pero si sólo fuera eso... El drama es lo que sucede a continuación. Es un poco como las muertes covid y las muertes indirectamente covid (depresiones, enfermedades no tratadas...). Si uno sólo mira a lo primero, cierra su ciudad y apaga el faro. Incluso puede llegar a pensar que todo se reduce en volver a encenderlo y que los barcos retornen al puerto. El problema es que puede que para entonces ya hayan descubierto una nueva ruta y un nuevo lugar donde fondear.

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