Michael Shellenberger es un activista medioambiental estadounidense. Fundador del Centro para el Progreso del Medioambiente, una organización de investigación con sede en California, en los últimos años ha convertido en uno de los expertos más conocidos del mundo, merced a sus artículos en diarios como The New York Times, The Washington Post, The Wall Street Journal o Forbes. Su libro No hay apocalipsis (Deusto, 2021) acaba de publicarse en España y constituye un firme alegato contra el alarmismo en materia climática.
Hablar de estos temas debería ser cosa de ciencia, de economía… pero al final se convierte en una polémica moral, a menudo alentada por las élites.
Antes, los ricos querían ser admirados por ser ricos. Hoy en día buscan la aprobación de los demás por su supuesta superioridad moral, algo que en nuestras sociedades posmodernas se demuestra enarbolando el típico discurso políticamente correcto sobre la sostenibilidad. Es una nueva retórica de clases, que divide entre los que contaminan y los que conducen en un Tesla. Pero también da pie a nuevas desigualdades, por ejemplo en las ciudades en las que algunas zonas no son de libre acceso para ciertos coches.
Su crítica no se dirige tanto contra las advertencias sobre posibles daños al entorno natural como contra el tono apocalíptico con el que se estudia, informa y agita esta cuestión.
De ahí viene el título de mi libro. Básicamente hay tres grupos formando la opinión pública en materia medioambiental: científicos, periodistas y activistas. En esa cadena, los científicos suelen fijarse solamente en los problemas y no tanto en los casos de éxito o las cosas que van a mejor. Después están los periodistas, que se fijan solamente en los casos más graves y escandalosos. Y por último aparecen los activistas, que siempre se orientan hacia el discurso más radical. El resultado de esa dinámica es un debate histérico.
Y así no hay quien hable de cuestiones medioambientales, porque cualquier crítica a la línea oficial se considera casi herética.
El problema es que el resultado de todo esto es que la gente acaba asustada, en vez de informada. Por ejemplo, la mayoría de la gente no sabe que las emisiones de CO2 llegaron a su "pico" en el mundo desarrollado hace ya décadas. Tampoco saben que EEUU está reduciendo sus emisiones de forma reiterada y que, en esencia, la caída está ligada al vilipendiado fracking. De igual modo, se habla mucho de que los fenómenos naturales extremos van a más, pero no hay evidencia que lo respalde y lo que sí sabemos es que las víctimas mortales de estos desastres son hoy mucho más bajas que antaño.
Los incendios en California, Australia o la Amazonía brasileña, ¿son imputables al cambio climático, como sostienen algunos?
De entrada, no vilipendiemos los incendios. Algunos son "malos" y pueden ser devastadores, claro está, pero otros son "buenos" y, de hecho, necesarios para la conservación de los bosques. Hay que entender los ciclos del fuego y no pensar que cualquier incendio es necesariamente algo desastroso para el ecosistema. Es bueno que haya fuegos de baja intensidad, porque ayudan a limpiar los bosques y a mantenerlos a lago plazo.
Con respecto a estos incendios que mencionas, a menudo lo que se ha dicho al respecto han sido bulos. La deforestación se ha reducido dramáticamente en Brasil durante las últimas décadas y no tiene nada que ver con los niveles que se daban antaño. Y en California, como en Australia, la política forestal ha acabado con los fuegos de baja intensidad, pero a costa de aumentar los de alta intensidad, sin que ello tenga nada que ver con el cambio climático.
¿Podremos adaptarnos a los retos medioambientales del futuro?
El Premio Nobel de Economía, William Nordhaus, encuentra que el PIB global va a multiplicarse por tres o incluso por seis veces durante el siglo XXI. Frente a ese aumento, los costes de la adaptación a los retos medioambientales que están por venir son muy reducidos. Pero en los modelos de Nordhaus no hay forma de integrar los cambios tecnológicos que, de hecho, son la clave para que el futuro sea aún mejor, por ejemplo si consolidamos un mix energético más limpio, que debe girar en torno a la nuclear, por ser fiable y segura.
Su optimismo choca con el tono de activistas como Greta Thunberg, que dibujan un futuro negro.
En el corazón de todos estos movimientos siempre se encuentra una filosofía muy pesimista, que viene de atrás, de Thomas Malthus, quizá el pesimista más famoso e influyente de la historia. La idea, al final, es siempre la misma: el ser humano no puede seguir así, porque el Planeta no resistirá más este ritmo. Sin embargo, la evidencia ha desmontado esta visión siglo tras siglo, década tras década. Se habló de hambrunas, pero hoy vemos que el problema que va a más es el de la obesidad, mientras que la incidencia del hambre no para de bajar.
En España ha ido a más el debate sobre los toros. Desde el punto de vista medioambiental, cuantas menos corridas se dan, menos reses bravas hay en el campo.
Es interesante plantear estos debates. Todo lo relacionado con la carne o el sacrificio de animales puede abordarse desde distintos puntos de vista: medio ambiente, economía, alimentación… Pero quienes tienen un discurso más alarmista a menudo plantean estos temas como un dilema ético. Por eso también proponen el veganismo, que sería algo así como la salvación prometida por esa nueva iglesia.
Hay mucha "moralina" en torno a estas cuestiones. En Estados Unidos se admira la cultura taurina española, pero de repente vemos como en ese campo, como en tantos otros, se pretende imponer una mirada nihilista que quiere arrasar esa y otras culturas locales, sobre todo porque plantean una relación con la carne y con los animales contraria a la que plantean los animalistas. Sus ataques, pues, van contra el corazón mismo de esas civilizaciones. Desprecian las culturas y los valores locales.
Su libro pone de manifiesto que el giro al veganismo y al vegetarianismo no es eficiente desde el punto de vista medioambiental y, además, suele ser un camino de ida… y vuelta.
Dos tercios de los vegetarianos hacen trampas y, por ejemplo, comen pollo o carne algún día. Peor aún, el 80% abandona este tipo de dieta. E incluso si todo el mundo adoptase el vegetarianismo o el veganismo, el descenso de las emisiones sería escaso.
La pandemia de la covid-19 ha puesto de manifiesto que "cerrar" y "parar" todo no es una solución razonable contra los retos medioambientales.
Quienes propugnan esto ignoran que España, como las demás economías avanzadas, lleva décadas reduciendo sus emisiones de CO2. ¿Por qué proponer menos crecimiento a cambio de menos emisiones si sabemos que podemos tener menos emisiones y más crecimiento? La evidencia lo demuestra. No tiene sentido oponerse a eso.
En Madrid, una parte del espectro político insiste en que tenemos un grave problema de contaminación.
La polución es parte de la vida en la ciudad, pero se ha reducido significativamente desde los años 70, en Madrid y en todas las grandes capitales. Los coches cada vez producen menos humo contaminante, las fábricas y los negocios son más eficientes… Basta con viajar a un país pobre para comprobarlo. Es como una máquina del tiempo, que nos permite entender cómo la riqueza nos permite desarrollarnos. Incluso en las plantas de carbón, que son la fuente energética más contaminante de todas, vemos una clara mejoría en términos de emisiones. Creo que es bueno crear estándares y objetivos de emisiones, pero tienen que girar en torno a mejoras incrementales, progresivas, en vez de las reducciones radicales que a menudo se plantean, porque introducir de golpe recortes drásticos en las emisiones de un sector arruina industrias y causa paro y pobreza. Eso no es sostenibilidad.